Me pareció no sólo interesante sino ilustrativo rescatar y reproducir la parte principal de un artículo publicado en el diario La Prensa en febrero de 1972, por Manuel Tagle, mi padre, en el cual se refleja un preocupante paralelismo entre la acuciante crisis hídrica en la provincia de Córdoba aquel entonces y la actual.
Córdoba, febrero de 1972.
“La naturaleza es caprichosa y contradictoria y no descarto la probabilidad de que al aparecer esta nota, una lluvia salvadora haya disipado en pocas horas la inquietud que suscita en Córdoba la disminución del caudal del dique San Roque, que abastece de agua a la ciudad.
“Pero aunque lloviera la situación merece ser analizada, porque hace un año se vivió el mismo drama, más acentuadamente todavía. La reiteración en tan corto lapso del mismo problema pudiera ser un signo de que el dique ya no cubre los requerimientos de la populosa ciudad, cuyo progreso demográfico, según las cifras del último censo, ha sido uno de los más elevados del país.
Historia del embalse. “La construcción del dique fue dispuesta por el gobernador Juárez Celman en 1883, y su ejecución confiada a los ingenieros Carlos Casaffousth y Esteban Dumesnil, quienes lo terminaron y habilitaron en 1888. El costo de la obra puede parecer irrisorio en esta época de inflación: 1.017.517 pesos.
“En los períodos muy lluviosos en que las aguas desbordaron el nivel máximo del paredón, la población veló aterrorizada durante muchas noches, en la creencia de que el dique había sido mal concebido y podía ceder. Calculaban los peritos que en tal caso, el incontenible torrente tardaría menos de una hora en recorrer los 35 kilómetros que separan al muro de la ciudad. Se decía que las torres de la catedral serían cubiertas por las aguas.
“En los días de mayor alarma pública –allá por los años 1922 ó 1923– muchos Ford “a bigotes” permanecían de noche en las calles de la ciudad, listos para permitir a sus dueños la disparada tan pronto como la sirena de los diarios diera la señal convenida de que el desastre se precipitaba.
“En la década de los años ’30 fue construido un nuevo paredón para aumentar la capacidad del embalse. Se lo emplazó unos metros delante del anterior. Las circunstancias vinieron a rehabilitar el discutido prestigio técnico de los constructores del dique, al verificarse, cuando se quiso demoler el primitivo muro, que ni siquiera con dinamita se conseguía agrietarlo.
Reservas actuales. “Cuando su capacidad está colmada –a los 35,25 metros de altura– el dique embalsa 200 millones de metros cúbicos. En el momento de escribir esta nota, el nivel de las aguas alcanza a 25,90 metros, equivalentes a 77,5 millones de metros cúbicos, lo que representa el 38,7 por ciento del máximo caudal.
“Según una teoría conocida, la vida de un dique es de unos 80 años, al cabo de los cuales el limo que van depositando las crecientes termina por embarcarlos o cegar su capacidad.
“Tal vez porque las crecientes de los ríos San Antonio y Cosquín que lo alimentan no son muy frecuentes, el dique San Roque no confirma actualmente esa teoría. Hace unos 10 años, el volumen de limo fue estimado en unos 20 millones de metros cúbicos, algo así como la décima parte de la capacidad total, volumen que desde entonces debe de haberse incrementado hasta los 22 ó 23 millones de metros. En tal caso, las reservas serían en este momento de unos 55 millones de metros cúbicos, el 27,5 por ciento de la capacidad del lago.
“Teniendo en cuenta que el consumo de agua llega en Córdoba a 90 millones de metros cúbicos por año, ha de inferirse que el magro caudal anotado apenas alcanzará para cubrir, de persistir la intensa sequía, los requerimientos de unos ocho meses, no sin imponer un severo racionamiento previo”.
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Triste paralelismo. Hasta ahí, la trascripción literal del núcleo principal del artículo de referencia. Como se podrá observar, existe una gran similitud con la profunda preocupación que reina hoy en Córdoba, por el riesgo de quedarnos realmente sin agua. El ministro de Obras Públicas de la provincia, Hugo Testa, acaba de anunciar que de no llover, las reservas de agua alcanzarían hasta fin de año. Es decir, tenemos agua para menos de dos meses.
Cuesta creer que debimos llegar a esta gravísima situación de sequía para tomar conciencia de la magnitud de nuestro desequilibrio entre el crecimiento demográfico y la insuficiencia de obras de infraestructuras, tanto hídricas como en otros sectores. Este padecimiento caracteriza no sólo a los cordobeses , sino a todos los argentinos.
Creo que llegó el momento, aprovechando esta emergencia, de tomar adecuada conciencia sobre las causas que han llevado a nuestro país a este permanente desperdicio, tanto de su potencial como de sus recursos.
Sin un cambio sustancial de política, resultará imposible revertir seriamente este cuadro de situación, cada vez más profundo. En efecto, mientras continúe nuestro Gobierno nacional, expulsando, con políticas intervencionistas y actitudes hostiles, las inversiones locales y las de capital externo, seguiremos desperdiciando valiosas oportunidades de contar con recursos genuinos para reconstruir nuestro país.
Si por el contrario, nuestra nación suscribiera a la economía de libre mercado, a una férrea disciplina fiscal, a un control celoso de la inflación, al respeto por las instituciones, los contratos y las libertades civiles, percibiríamos una fenomenal avalancha de capitales e inversiones, dispuestos a desarrollar múltiples y diversos proyectos económicos, tanto productivos como de infraestructura.
Nos ubicaríamos así en los umbrales de una verdadera y sustentable recuperación económica, capaz de resolver la imperiosa necesidad de generar fuentes de trabajo. El sector público quedaría liberado de volcar enormes recursos hacia un asistencialismo social, cada vez más creciente, injusto e indigno.
Resulta obvio advertir que tanto el sector privado, como el público, podrían en dicho contexto, aportar entonces los recursos suficientes para asignarlos a diversas obras de infraestructura aún pendientes e indispensables.
Estaríamos en condiciones de pensar con holgura y sin condicionamientos en proyectos superadores. Se deberían diseñar nuevos diques y traer, desde el río Paraná o desde el acuífero cercano al lago Mar Chiquita, el agua necesaria y suficiente para una provincia como Córdoba. Las posibles y milagrosas lluvias no deberían distraernos de esta irrenunciable responsabilidad.
Hay que reconocer que el Gobierno provincial en el actual esquema político sólo dispone de su ajustado presupuesto. Las posibilidades de resolver semejante déficit de infraestructura con cierta autonomía son escasas. Nuestro gobernador, Juan Schiaretti, al evitar un denigrante sometimiento, deambula entre represalias o un apoyo humillante a un poder central cada vez más autoritario.
Los condicionamientos ideológicos del matrimonio que conduce el Gobierno nacional les impiden realizar un cambio sensato. Con ello, desperdician una valiosa oportunidad de recomponer su alicaída imagen y consenso, además de someter a toda la sociedad a una permanente frustración con acciones y daños casi irreparables.
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