Después de cincuenta años de trabajo como productor rural, Albino Blázquez está en el mismo punto donde empezó. Por entonces, recién arribado a Patagones, le tocó enfrentar una de la peores sequías de las que se tiene registro en la Provincia, la del año 60. Pero aquella catástrofe, comparada con la actual, parece cosa de chicos. Sus 2.500 hectáreas de campo, convertidas hoy en un arenal, apenas poseen pasturas suficientes para alimentar a diez vacas; las únicas que le quedaron de las 600 que llegó a tener antes de que las últimas nubes de tormenta desaparecieran del horizonte y un viento tórrido le arrebatara a la tierra toda su humedad. Sin trabajo ni perspectivas de recuperar lo obtenido tras una vida de esfuerzos, Albino observa la ruina y trata de mantener la calma para no volverse loco.
Como él, otros miles de productores del sudoeste bonaerense viven por estos días una tragedia similar: la de haber sido traicionados por el clima, su propia fe en el trabajo y una deficiente ayuda estatal. Confiados en que la sequía -como era habitual- no durara más de dos años, empezaron a deshacerse de parte de su ganado para poder alimentar al resto y apostaron una y otra vez a la siembra. Pero la escasez de lluvias, en lugar de durar dos años, ya lleva cinco. Las cosechas fracasaron, los animales murieron o tuvieron que ser malvendidos y el empeño por salvarse a fuerza de trabajo condujo a los productores rurales a la bancarrota.
Así, lo que comenzó siendo una catástrofe climática hoy es una crisis social que abarca a doce partidos, cerca de 3 millones de hectáreas con epicentro en Patagones, Villarino, el sur de Puán y el sur de Torquinst. Allí, personas que siempre vivieron en el campo están volcándose hacia pueblos y ciudades en una búsqueda desesperada de trabajo. Pero esas economías urbanas, atadas a la producción rural, también se encuentran empobrecidas y no pueden absorberlos.
Frente a una sequía que no registra antecedentes, el futuro del sudoeste bonaerense resulta hoy incierto. Nadie puede decir cuánto tiempo hará falta para que esas tierras, transformadas en desierto, lleguen a recuperarse y restablecer así un sistema productivo como el que venía rigiendo en los últimos cien años.
Mientras las asociaciones rurales de la región claman por distintos mecanismos de ayuda estatal -ya no para los campos sino para garantizar la subsistencia de las familias jaqueadas por la sequía- hay quienes han empezado a buscar nuevas alternativas productivas que resulten sostenibles en un futuro con escasas lluvias.
Esta última postura, en vista de lo que plantean algunos expertos en clima, acaso sea la más sensata. Las autoridades de la Asociación Argentina de Meteorólogos aseguran que lo que está sucediendo en el sudoeste bonaerense, lejos de ser una excepción, es lo esperable. Explican que tras un ciclo inusualmente húmedo, la región está volviendo al régimen anterior; uno donde las lluvias son escasas y el desierto manda.
TAPADOS POR MEDANOS
Ni siquiera en sus momentos de mayor bonanza, el sudoeste bonaerense ha sido una región dócil para los productores rurales. Con un régimen de lluvias muy inferior al del resto del territorio provincial, hace falta trabajar enormes extensiones de tierra para obtener los mismos rendimientos De ahí que a lo largo del último siglo la explotación de esas tierras se ha basado en un 70% en la cría de ganado y en un 30% en el cultivo de trigo, avena y cebaba.
Aunque la gente de campo está acostumbrada allí a lidiar con sequías regulares, la actual sobrepasa todo cálculo: contra un promedio de 300 mm. de precipitaciones anuales, en Patagones apenas llovieron 190 mm. en los últimos tres años y la escasez de agua ya lleva cinco.
Por eso es que Albino Blázquez se acuerda bien la última vez que llovió sobre su campo. Fue en junio último. Cayeron apenas 55 mm. pero lo suficiente para devolverle el optimismo y llevarlo a pensar que la mala había terminado. Como muchos otros productores de su región, resolvió entonces jugarse las últimas fichas sembrar un poco de avena. Sin embargo, cuando las plantas recién empezaban a brotar, la sequía volvió a instalarse y perdió todo.
Hoy, mientras sigue pagando el gasoil que utilizó el año pasado, Albino vive del sueldo como docente de su esposa y sólo se permite visitar el campo de vez en cuando para ver cómo están sus diez vacas, a las que cuida "como si fueran chicos".
Su caso es paradigmático de lo que se vive en la región. "El 62% de los productores se quedaron con menos de 60 vientres y la pérdida del stock bovino con respecto a 2005 alcanza el 61%", aseguran en la Municipalidad de Patagones.
Con todo, el perjuicio sufrido por Blázquez -al igual que la mayoría de los productores rurales del sudoeste- no sólo compromete sus finanzas; también sus tierras. "Esto pasó a ser médano -dice-. Hay un montón de hectáreas irrecuperables y otras que, si llega a llover, va a tomar dos o tres años para que se recuperen. Con tanta seca se voló la flora de la tierra", explica.
"COMO UNA ENFERMEDAD"
"No hay registros de lo que ocurre hoy en Patagones. Los campos fértiles se transformaron en médanos. Esto es como una enfermedad. Se fue deteriorando todo progresivamente. Lo único que puede revertirlo es el cambio de clima. Pero una vez que esto ocurra habrá que ver en qué estado quedaron el medio y el sector; y luego tomar medidas para reactivarlo", dice el ingeniero Alberto Perlo, director de la Estación Experimental del INTA en Ascasubi.
Si bien ya otras veces luego períodos de sequía, las tierras del sudoeste bonaerense han logrado recuperarse y seguir produciendo; la actual falta de precipitaciones se ha prolongado tanto que nadie podría asegurar cuáles son sus perspectivas. De ahí que el Ministerio de Agricultura acaba de enviar a Patagones una comisión de técnicos para evaluarlas.
Pero el potencial productivo de las tierras es sólo una parte. "Las tierras van a tarde mucho en recuperarse, pero mucho más va a tardar el sistema productivo. Para poder subsistir, la gente vendió a precio vil su capital, la vaca de cría, y nadie tiene potencial financiero para volver a estar en carrera", resalta Fernando Carrizo Fierro, presidente de la Asociación de Productores de Villarino Norte.
Lo que empezó siendo un problema climático hoy es una profunda crisis social. "Lo que primero que se necesita es ayuda del Estado para que miles de familias puedan comer de acá a marzo, literalmente", señala Carrizo Fierro.
"Al perder su capital de trabajo, hay cientos de personas que están trasladándose a las ciudades sin saber qué hacer. Porque acá las ciudades viven del campo y los comercios están cerrando. Pero además, qué tipo de trabajo podría esperarle en la ciudad a un hombre que se pasó los últimos cuarenta años de su vida en el campo, y en general no tiene obra social ni jubilación. Hoy es un excluido", dice.
Frente a este panorama, los productores de Villarino Norte, más que una comisión de técnicos rurales, lo que exigen es un todo comité de crisis. "Ahora hace falta ya una solución integral; que funcionarios de distintas áreas se instalen acá para tratar los problemas sociales, financieros, impositivos y normativos", reclama Carrizo Fierro.
SOBREVIVIR SIN LLUVIAS
Una solución integral es lo que reclama también Luis Posadas, gerente de la Cooperativa de Electricidad y Servicios Públicos de Villa Iris (al sur de Puán) y miembro una comisión de crisis conformado por productores, comerciantes, profesionales y empleados de esa localidad. Su enfoque frente a la amenaza de la sequía es sin embargo el de alguien que no cuenta con que vuelva a llover para salir adelante.
"La gente del Servicio Meteorológico Nacional nos explicó que éste es un proceso que se está dando en todo el mundo: las tierras buenas se vuelven regulares; y las regulares, como las nuestras, se vuelven pobres. No somos Pergamino y no podemos tener las mismas cargas que los productores de ahí. Si no logramos que se diferencien las zonas es muy difícil que nuestras comunidades puedan subsistir", asegura.
"Por eso necesitamos que la Provincia nos reconozca como un zona marginal y tenga con nosotros contemplaciones impositivas y crediticias para la gente pueda establecerse acá. Si no, los pueblos van a terminar de vaciarse y no va a quedar nadie", dice.
Pero además -sostiene Posadas- hace falta replantear el sistema productivo para que nuestra subsistencia no dependa exclusivamente de la lluvia. Tenemos varios proyectos, pero hasta ahora el único que más o menos nos cierra es la radicación de una empresa avícola de Entre Ríos. Estamos en tratativas para que se instale acá, con lo cual podrían resolverse una 190 fuentes de trabajo. Pero para eso también necesitamos apoyo del Gobierno", dice.
También en Villarino los productores han empezado a considerar alternativas a su sistema productivo. "Es un tema bastante polémico porque ya se han intentado otras producciones, como conejos, cabras y miel, y todas fracasaron en la etapa de comercialización. Quizás la alternativa más viable sea la cría de ovinos, porque requiere baja inversión. Pero somos malos vendedores y peores exportadores", comenta.
Lo cierto es que la prolongada escasez de lluvias parece haber dejado al sudoeste bonaerense ante un punto de quiebre: más allá de cuánto más durará la sequía, la preocupación pasa hoy por si decenas de pequeñas comunidades la podrán sobrevivir.
"Un retorno a la aridez"
Cuando hablan de un año normal, muchos productores del sudoeste bonaerense se refieren a uno con 300 milímetros lluvia, más o menos según cada zona. Pero ese promedio "normal" -asegura el presidente de la Asociación Argentina de Meteorólogos, Juan Manuel Hörler- sólo es válido si se toman en cuenta los últimos cuarenta años, un período particularmente lluvioso. La media histórica -sostiene- se parece más al régimen de sequía que atraviesa hoy la región.
"Sucede que venimos de un período en que el sur de la Provincia había entrado en un régimen de lluvias más alto de lo normal, lo que hizo que se extendiera la franja de humedad. Pero si se consideran los registros que van más allá de los últimos cuarenta años, lo que se ve es que esa región siempre fue muy árida. Y en estos años ha vuelto al régimen que tenía antes. De modo que pensar que eso es una anormalidad resulta incorrecto", explica el especialista.
Normal o anormal, la sequía que hoy tiene por epicentro a los partidos de Patagones, Villarino, sur de Puán y sur de Torquinst constituye un fenómeno que ha llamado la atención a la agencia espacial norteamericana. Sus tomas satelitales reflejan la magnitud de la catástrofe natural como ninguna otra imagen. En ellas puede verse cómo la sequedad del suelo, barrido por fuertes vientos, conforma gigantescas nubes de arena que llegan a desdibujar el contorno costero internándose cientos de millas mar adentro.
Caminos cortados y riesgo en el suministro de agua
El deterioro de la producción agroganadera no es el único perjuicio que ha dejado como saldo cinco años de sequía en el sudoeste bonaerense. La falta de lluvias compromete hoy también el normal abastecimiento domiciliario de agua en Bahía Blanca y el transporte en gran parte de la región.
Tras dos años de carecer por completo de aportes, el dique Paso de las Piedras, principal fuente de suministro de agua potable para más de 400 bahienses, se encuentra hoy en su cota mínima histórica de 154,12 metros.
Con este panorama, Aguas Bonaerenses pidió hacer un uso racional del agua y diagramó un plan de contingencia que prevé una inversión de 120 millones de pesos para poner en funcionamiento nuevos pozos. Pero además, acaba de firmar un contrato con la empresa Sierra de los Padres para que le asegure la entrega de 140 mil bidones de cinco litros a la población en caso de que la crisis alcance un nivel más grave del previsto.
Mientras tanto, la prolongada sequía pone en jaque también al transporte y la circulación vial en buena parte del sudoeste bonaerense. Debido a la erosión de los suelos, enormes montañas de arena interrumpen hoy el paso en más de cuarenta caminos rurales a lo largo de una red de 4 mil kilómetros, según datos de la Municipalidad de Patagones.
Un angustiante éxodo del campo a la ciudad
Ante la falta de perspectivas en el campo, no sólo peones sino también pequeños y medianos productores rurales del sudoeste bonaerense han empezado a trasladarse hacia pueblos y ciudades en una desesperada búsqueda de trabajo. Se trata de una realidad que preocupa tanto a las asociaciones rurales como los municipios de la Región.
"Como este año tampoco llovió empezó a caerse todo. En las localidades pequeñas como Stroeder ha crecido fuertemente la necesidad de trabajo y llegó a un punto tan terminal que hoy la única fuente de empleo es la Municipalidad, donde no podemos absorber a nadie más", dice el Ricardo Curetti, el intendente de Patagones.
"Al no haber casi industrias de este Partido, la instalación de pequeños comercios se ha convertido en una alternativa para algunos productores: Con la plata obtenida de la venta de su ganado, abren kioscos o almacenes como una opción para subsistir. Pero el comercio chico también ha empezado a caerse y día a día cierran más locales", cuenta Curetti.
El mismo panorama describen en Villa Iris, la ciudad cabecera del sur de Puán. "Las familias han tenido que abandonar los campos porque no tienen nada que comer. Y eso las lleva a emigrar a las ciudades o pueblos, donde tampoco encuentran posibilidad alguna", dice Luis Posadas, gerente de la Cooperativa de Electricidad y Servicios Públicos de la localidad.
Esa cooperativa junto al Banco Nación y las escuelas públicas son hoy casi exclusivamente las únicas fuentes de empleo en Villa Iris, donde viven dos mil personas. "La cadena comercial está destruida. A la par del campo se fue cayendo toda nuestra economía y, al fundir las empresas vinculadas al sector agropecuario, se ha perdido la mayoría de los puestos de trabajo", cuenta Posadas.
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