El acceso al agua dulce es un derecho humano. Según informe de Amnistía Internacional, para los palestinos ese derecho es teórico.
El uso y abuso que Israel ha hecho y hace del Río Jordan, única fuente superficial de agua dulce, y de las napas subterráneas de Cisjordania y Gaza han hecho de la sed una tortura más impuesta a la población de los territorios ocupados.
Si bien esta es una región en la que la escasez de agua es estructural, su distribución desigual es dramática. La población israelí en general consume siete veces y media más que la palestina.
En Cisjordania los colonos israelíes ocupantes ilegales utilizan nueve veces más agua por persona que los palestinos y que los israelíes en Israel, el agua no les está limitada.
Israel no sólo ha trasvasado parte del caudal del Río Jordan a su canal nacional a través del bombeo de grandes volúmenes de agua, sino que controla la explotación del acuífero de Cisjordania utilizado a gran escala por los centenares de colonos instalados en tierras palestinas.
El diseño del ilegal muro del Apartheid, que Israel levanta dentro del territorio cisjordano, además de quitarle tierras a los campesinos, ha dejado convenientemente importantes cisternas del lado israelí, así como agricultores palestinos separados de sus campos.
En general, en los territorios ocupados de Cisjordania, Israel consume más del 90% del agua, quedando para los palestinos una cantidad insuficiente para su desarrollo socio económico. Los israelíes regulan severamente la cantidad y profundidad de los pozos operados por palestinos.
Alrededor de 200 aldeas palestinas con escasez de agua tienen, en épocas de sequía, que comprarla a los colonos israelíes que les han despojado de sus tierras y de sus casas.
Incluso aldeas y ciudades conectadas a la red de cañerías en ocasiones disponen de agua sólo 2 o 3 veces por semana, o cada varias semanas en épocas de tensión, ya que dependen del suministro de compañías israelíes.
La situación en Gaza es aún peor, ya que depende de un único acuífero, con escasa capacidad de recarga, porque son escasas las lluvias. De estas aguas subterráneas los 8000 colonos israelíes allí asentados hasta el año 2005 usaron y abusaron sin que el gobierno israelí midiera las consecuencias.
En la actualidad está casi agotado y contaminado por la infiltración de aguas saladas. La invasión de Israel a Gaza en diciembre de 2008 y enero de 2009, tras bombardear los depósitos de agua y destruir cañerías y usinas de reciclaje de las aguas contaminadas ha convertido la vida de sus habitantes en un infierno. Antes o después, Israel tendrá que devolver los territorios ocupados a los palestinos.
Parecen concentrarse todos los esfuerzos en controlar el agua de la zona y constituir un secreto de Estado aun frente al Banco Mundial, que en marzo del corriente año ha informado sobre la desigual distribución de los recursos hídricos, la cantidad de pozos, la profundidad y la calidad de su agua.
En verdad no parece que el desarrollo industrial y el tipo de agricultura que practica Israel sea sustentable sin el agua del saqueado pueblo originario.
La distribución del agua es uno de los temas a acordar cuando se constituya el Estado independiente de Palestina. Pero aun con la región al borde de una catástrofe ecológica, Israel debe cumplir sus obligaciones como potencia ocupante y asignar a los palestinos cuotas de agua suficientes para sus necesidades y su desarrollo económico.
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