Es el boulevard de los sueños rotos. Los vecinos lo bautizaron hace 40 años como La Isla de Villa Fiorito. Es una isla en el sentido de que está entre varios zanjones y que cuando llueve se inunda todo a su alrededor. Quedan aisladas unas 50 familias, más de cien chicos. Y es un boulevard porque el sector que deja el agua cuando baja se convierte en el lugar de paso obligado y de reunión. Todo lo otro, a 360 grados y en doscientos metros a la redonda es miseria y marginalidad.
Está acá, a 20 cuadras de la General Paz, casi detrás del autódromo. Es parte de Lomas de Zamora. El lugar es reconocido porque está cerca de la famosa feria de La Salada y porque ahí, a unas pocas cuadras nació y se crió Diego Armando Maradona, el mejor número 10 de la historia del fútbol. Los pibes tienen "al Diego" como referencia y como una de las muy pocas posibilidades de escape. Si llegan a pegarle bien a la pelota y tienen suerte de encontrar algún representante más o menos decente, pueden llegar a hacer una fortuna con el fútbol. Otros pocos lo intentan con la cumbia y las bailantas. Hay varios chicos y chicas que andan alrededor de ese negocio. Ellos, intentando meter algunas notas en uno de esos pianitos que se tocan como una guitarra. Ellas, se mueven con polleritas cortas en algún boliche de la zona. A la mayoría se le da por el paco (pasta base) o el porro (marihuana). Los pibes del paco no sobrepasan los 10 años de adicción. Muchos mezclan el paco con la pistola. Hay pibes chorros, hay banditas, hay reducidores, hay tipos que compran todo lo que los otros roban. Hay chicas que fueron madres a los 15 o 16 y ya van por el cuarto o quinto chico. Cuando le pregunto a Sonia, que tiene 22 años y cuatro hijos, si estudió me mira con cara de superada y me lanza un ¡¡¡Pero sí!!! ¡¡¡Yo terminé el sexto grado!!!. Los chicos van a la escuela para tomar la leche y comer algo. Una maestra me cuenta que los días más difíciles en la escuela de Fiorito son los lunes y los viernes. Los viernes porque los chicos nunca faltan y comen hasta morir. Y los lunes porque los chicos tampoco faltan y llegan muertos de hambre. A ninguno de los pibes se le cruza por la cabeza ser médico o abogado o tornero mecánico. Saben que nunca van a llegar. Viven en la villa. Son de la villa. De La isla de Villa Fiorito de los sueños rotos.
Leonor Guichon cruza con determinación los puentecitos que unen los diferentes sectores del barrio por entre los zanjones. Es como una de esas perras ovejeras que va juntando la manada. Camina el barrio de arriba abajo. A la mañana repartiendo unos cuantos litros de leche que le hacen llegar desde la municipalidad. Al mediodía buscando a alguno de sus 9 hijos y 17 nietos. A la nochecita sacando a todos de la calle antes de que empiecen a zumbar los tiros. Leonor tiene una pensión por viudez y, a la vez, un subsidio de 250 pesos por ser madre soltera. Su mayor preocupación es su hijo de 20 años que vive desde hace ocho con el padre, el tipo que fue su segunda pareja y que antes de irse le pegó tanto que tiene la espalda y los brazos llenos de cicatrices. El chico es adicto al paco. Ella asegura que es el propio padre quien le provee la droga. "Mi ex marido roba y tiene un desarmadero por acá nomás", cuenta Leonor con ojos profundamente cansados. "A mi hijo lo metió en lo mismo. Cuando tenía quince años fue a robar una camioneta. Era de un policía. Le pegaron seis tiros. Se salvó por muy poco. Y sigue, pero ahora está quebrado por la droga. Viene cada tanto y me pide que lo interne. Lo hice ya dos veces, pero se escapa. Fui a ver a un juez y la única solución que me dan es un loquero o la cárcel".
No se sabe muy bien cuántos adictos al paco hay en los barrios marginales de Argentina. Pero si se toma el dato de que en Capital y Gran Buenos Aires hay 819 villas con al menos dos millones de habitantes y más de la mitad son menores de 18; y que de acuerdo a las organizaciones que luchan contra el consumo de pasta base, entre el 30% y el 70% de los adolescentes de estos asentamientos la consume, cabría suponer que hay algo así como entre 300.000 y 700.000 adictos. Algo que está haciendo sumamente ricos a algunos tipos como el que aparece por uno de los callejones una de las tardes en las que estoy en La Isla y le entrega unos sobrecitos a tres pibes que esperaron sin hablarse, caminando en círculos y ansiosos. Uno de esos sobrecitos tiene entre 0,01 y 0,03 gramos de cocaína, el resto son químicos o tiza o tierra, y cuestan entre 5 y 8 pesos. "Y.veinte o veinticinco si tengo un buen día", me dice uno de los pibes. Es la cantidad de medidas de paco que fuma. ¿Y de dónde sacás 150 pesos por día? "¡¿Y de dónde voy a sacarlo...?!", dice y los dos entendemos que es robando.
Juan Carr, el creador de la Red Solidaria e incansable trabajador contra la pobreza, dice que la solución es crear una "casa del paco" allí mismo en el barrio y que se trate a los chicos y a la familia al mismo tiempo. Carlos Damin, el jefe de Toxicología de la facultad de Medicina de la UBA, coincide aunque cree que el centro de atención debe ser de salud integral y no sólo de paco. Y que hay que trabajar con la raíz del problema que es la marginalidad de estos chicos "sin futuro". Darío Aranda, que dirige el fabuloso Kiosco Juvenil de Laferrere, en La Matanza, piensa que no se puede aislar a un chico en un centro de rehabilitación y después devolverlo al mismo lugar donde están sus amigos que siguen consumiendo y el "dealer" que le sigue vendiendo. Alicia Romero, de las Madres contra el Paco dice que ante los casos más difíciles hay que acercarse a los tribunales de familia para pedir una protección de persona por el artículo 482 y conseguir el permiso para internar al chico. "Hay que trabajar donde vive el pibe; hay que terminar con los narcotraficantes y sus conexiones policiales", coinciden. Y proponen crear centros de salud ambulatorios, donde los médicos y asistentes sociales visiten constantemente a cada familia en sus casas.
Ramón Soto tiene 33 años y es una rareza para el barrio: tiene un oficio y trabaja con regularidad. Es "durklero", aplica durlok en obras en construcción. Lo hace desde los 14 años cuando su padre lo llevó a trabajar para que aprendiera el oficio. "Pero ya no se labura todos los días. Es de vez en cuando. A veces hay obras de 15 días seguidos y después estoy otros 15 o 20 sin nada. Y así. Te pagan unos 80 o 90 pesos el jornal de 9 horas, que es lo mismo que pagaban cuando estaba De la Rúa. Y te tenés que aguantar a un capataz paraguayo que te basurea", explica. Pero todavía conserva un oficio, busca trabajo. La mayoría de los jóvenes de La Isla pertenecen a familias que ya perdieron la "cultura del trabajo". Ni sus abuelos, ni sus padres jamás tuvieron un trabajo fijo. Ernesto Kritz, de la consultora SEL, cree que la única manera de hacer regresar a esos chicos al trabajo es mediante la capacitación en la escuela. "La educación y el trabajo están íntimamente ligados. Hay que hacer escuelas adecuadas a las necesidades de estos chicos, que los conecten con las empresas o los programas del Estado que generen puestos de empleo".
Las embarazadas de La Isla van a parir en el 28. Cuando ya están suficientemente dilatadas o incluso rompieron bolsa se toman el colectivo para ir a la Maternidad Sardá, a más de una hora de viaje. Vanesa Chauque tiene 24 años, está embarazada del quinto hijo. Tiene de 9, 7, 2 años, y 10 meses. "Y es que no tolero los anticonceptivos. Vomito. Y cuando me iba a operar (para ligar las trompas), me hacen el análisis y ya estaba otra vez de dos meses. Me quería matar. Los últimos tres nacieron en la Sardá. Bueno, uno casi en el colectivo", cuenta Vanesa mientras corre al más chiquito que está al borde del arroyo mugriento y pestilente que pasa a un metro de donde duermen los seis de la familia, el abuelo alcohólico y varios perros. La doctora Mabel Bianco, especialista en temas de la mujer, cree que todo esto se debe a que no se cumple la ley. "Desde el 2002 tenemos una ley de derecho reproductivo. Todas las argentinas tenemos derecho a un método anticonceptivo y a una atención humana de la embarazada. Y todo esto debe ser puesto en práctica en salitas de atención básica que funcionen en cada barrio", explica Bianco.
El marido de Vanesa es cartonero como casi todos los de esta zona. Trabaja en el centro y recibe un subsidio del gobierno porteño. "Macri me da 600 pesos por mes y con un plan y lo que saco de la basura tenemos que vivir todos", dice mientras separa el cartón del resto de la basura que está en una bolsa. Un momento más tarde, todo lo que sobra va a parar al zanjón contaminado. Del otro lado viene un humo negro de otros cartoneros que están quemando lo que no pueden aprovechar. Por esa polución, los cuatro chicos sufren problemas respiratorios. Aarón, el de 2 años vive con bronquiolitis desde los dos meses. Félix Cariboni de Greenpeace cree que parte del problema se podría solucionar simplemente si se clasifica y se descarta toda la basura en su lugar de origen. "Otra posibilidad -dice Cariboni-- es que los propios vecinos se organicen como lo hacen en la Villa 21 de Barracas donde un grupo de muchachos formados en cooperativa para que saquen la basura hasta la calle donde puedan entrar los camiones que la compactan y se la llevan".
Acá la mortalidad infantil es altísima. La gran mayoría de los chicos menores de 12 años tienen problemas respiratorios severos. Cuando tienen ataques por las noches, no hay forma de ser atendidos a menos de que viajen una hora en colectivo, aunque no circulan en la madrugada. Tampoco entran las ambulancias. La única calle con salida se llama Pilcomayo y corre paralela a las vías del ferrocarril Belgrano a un costado de La Isla y por encima de los dos arroyos. Pero Pilcomayo sigue siendo de tierra, está siempre intransitable. En los últimos meses abrieron sobre la calle unos pozos para hacer un desagüe y nunca terminaron la obra. "Pilcomayo figura en el catastro de la municipalidad como asfaltada cuatro veces. Nosotros lo averiguamos en La Plata cuando nos decían que no podían hacer nada. O sea que se afanaron la plata cuatro veces y nosotros seguimos sin una calle de salida para que entre una ambulancia o para cuando nos tengan que llevar al cementerio", cuenta Emilio Juárez, un vecino de 58 años y que vino a vivir acá hace cuatro décadas cuando dejó Charata, en El Chaco. Le pedimos a Oscar Dores, el presidente del Grupo Desarrollo y ex Agua y Energía, con una enorme experiencia en trabajos de infraestructura en todo el Gran Buenos Aires, que nos dé algunos números de los costos de la infraestructura que se necesita en La Isla. "A esa calle se le puede hacer un mejorado que aguante unos años por unos 4.500 pesos por frentista. Los zanjones se pueden entubar a unos 3.000 pesos por cada 10 metros, pero también se pueden encajonar y permanecer a cielo abierto pero con fluido de agua por 310 pesos por metro cúbico. Y si se logra que los vecinos trabajen en algunas de las obras, se pueden llevar todos los servicios por unos 12.000 pesos por frentista de 10 metros, te hablo de electricidad, gas, agua, mejorado del asfalto y cloacas", son los cálculos del experto.
Los zanjones, la basura y las inundaciones hacen florecer las ratas en La Isla. Vi pasar una casi por encima de un chiquito de dos años que se tambaleaba con pañales sucios al borde del arroyo. Era enorme, medía casi lo mismo que una pierna del nene. Eugenia Lagos, que vive acá desde hace 35 años, dice que de noche las ratas corren de a decenas por su patio. "Hace un tiempo, mi vecina tenía un gato que cuando corrió a unas ratas, éstas lo mordieron y al rato se murió largando espuma por la boca", cuenta Eugenia. Claudia, que vive a la vuelta de la esquina, hace panes en su casa y su sueño es tener una panadería pero no puede cumplirlo porque por donde podría armar un horno de barro pasa un caño que hace de cloaca de varias casas y va a parar al zanjón. "El olor se siente de todos lados. ¿Quién me va a venir a comprar el pan con ese olor?", se pregunta. Para eliminar las ratas, la única solución de acuerdo a Cariboni de Greenpeace es eliminando la basura. Lo de la contaminación en los chicos es más complejo. "Se necesitan centros de salud especializados. Si hubiera allí una salita con médicos especializados en enfermedades respiratorias y en cuestiones ambientales, se podrían seguir los casos y controlar las consecuencias. Pero también hay que tener allí los medicamentos adecuados. No podemos diagnosticar y dar una receta que sabemos que no van a poder comprar. De esa manera lo único que sabría la familia del chiquito afectado es de qué va a morir", enfatiza el doctor Damin de la UBA.
Y el gran tema de fondo es la educación. Acá, en La Isla, apenas un 10% o 15% de los chicos logra terminar la secundaria. Un 30% nunca terminó la primaria. El centro comunitario Che Pibe es el único que atiende chicos de jardín de infantes. No hay ningún centro para los más pequeños. Silvina Gvirtz, la directora de la Maestría en Educación de la Universidad de San Andrés, está convencida de que la única manera de transformar a este barrio es a través de la educación temprana. "Hay que hacer salas de tres, cuatro y cinco años para que esos chicos puedan tener herramientas y acercarse a los bienes culturales desde el primer momento. Hay estudios muy claros que indican que si un chico comienza a ir a la escuela a los tres años, tiene muchas más probabilidades de terminar la primaria e incluso la secundaria", explica Gvirtz. Y agrega que el segundo paso fundamental es ampliar la jornada escolar: "Los chicos argentinos tienen 180 días de clase que no se cumplen y apenas cuatro horas por día. Hay que ampliar esto al menos a 220 días de ocho horas. Esto garantizaría que los chicos no estén en la calle, que la escuela sea realmente contenedora".El "boulevard" de La Isla sería un lugar magnífico para levantar una escuela integral de jornada completa y con especialidad por oficios, dicen todos los especialistas consultados. Para construir allí habría que entubar los zanjones y de esa manera se terminaría con las inundaciones. El trabajo lo podrían realizar muchos del lugar que saben algo de construcción. La sola presencia de los obreros haría que los vendedores de paco se alejaran. Al limpiar el lugar se eliminarían las ratas y la quema. Los chicos estarían menos expuestos a la contaminación y tendrían menos enfermedades. Si a la escuela se le adosa un centro de salud que esté abierto las 24 horas y con capacidad para atender los partos, las madres ya no tendrían que ir nunca más a tener sus bebés en el 28. El boulevard de los sueños rotos pasaría a ser simplemente "el boulevard de los sueños". Los sueños esperanzados de los pibes argentinos de La Isla.
Los problemas
PACO El 70% de los jóvenes de La Isla son adictos a la pasta base o han fumado alguna vez. En el barrio hay al menos un proveedor y los chicos esperan todas las tardes en uno de los pasillos para comprar sus dosis de entre 5 y 20 pesos.
INUNDACIONES El arroyo Ameghino y los dos zanjones que forman la isla están cubiertos de basura y se desbordan cada vez que llueve provocando la inundación de todo el barrio. Hay al menos diez inundaciones grandes por invierno.
SALUD La contaminación de los zanjones, las inundaciones, la invasión de ratas y la basura que se sigue arrojando diariamente provocan graves problemas respiratorios en la mayoría de los niños.
EDUCACION Los chicos de La isla tienen una escolarización precaria. Cuentan con apenas cuatro horas de clase unos 120/140 días al año. No hay jardines de infante estatales. No hay preescolares. No hay secundario.
DESNUTRICION A nivel nacional, el 28% de los menores de dos años están desnutridos. Un 15% mide menos de lo normal y un 13% está excedido de peso. No hay cifras exactas de La Isla.
INSEGURIDAD Todos los días se producen tiroteos en las calles de La Isla o vuelan balas perdidas de rencillas entre pandillas de los alrededores. Los vecinos viven aterrados.
VIOLENCIA DOMESTICA "Todos los maridos nos pegan acá", asegura Guadalupe Duarte, de 22 años y tres hijos, cuida un cuarto bebé que su hermana le dejó a cargo. Su ex marido es un adicto al paco y la cocaína y le pegaba a ella y a los chicos.
VIVIENDA Todas las casas de La Isla son precarias. Un 40% tienen al menos una pared de ladrillos. La isla es apenas una de las 819 villas y asentamientos que hay en Capital y Gran Buenos Aires y donde viven entre 1,2 y 4 millones de personas.
SALUD Varios niños fallecieron por las noches tras sufrir ataques de asma a causa de la contaminación. No hay ninguna asistencia médica de noche y las ambulancias no pueden entrar.
NACIMIENTOS Las mujeres de La Isla van a tener a sus hijos en la Maternidad Sardá. Cuando tienen contracciones se toman el colectivo 28 y viajan más de una hora. Algunas rompen bolsa en el colectivo.
CALIDAD DE VIDA Un 40% de las embarazadas de La Isla son menores de edad. Las mujeres allí tienen un promedio de entre tres y cuatro hijos. Hay mujeres que tienen hasta 12 hijos de varias parejas diferentes.
TRABAJO Apenas un 6% de los que trabajan lo hacen en blanco. En general son changas y sólo un pequeño porcentaje tiene un oficio. El 80% ya perdió la cultura del trabajo y llevan tres generaciones sin empleo fijo. El 90% de las mujeres no trabaja.
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