A cuánto está? La pregunta que nada tiene que ver con el dólar se repite entre quienes habitan las márgenes del río Uruguay, más metido que nunca en los barrios del oeste de Concordia. "Más de 15", arriesgan unos; "van a abrir la represa y va a pasar los 16", se alarman otros. Pero el número es "14,52" y lo reparten los prefectos que custodian las zonas en donde se reúnen quienes debieron dejar su casa pero no quieren refugiarse en los puestos de evacuación, en su mayoría escuelas, por temor a los robos.
Los 14,52 (metros) fueron la mejor noticia de ayer, porque significa que el río Uruguay dio una pequeña tregua. La tarde es agobiante: salvo los uniformados, todos los hombres llevan el torso desnudo, tengan la edad que tengan. Sentir cómo el sol pega duro es también una buena noticia para esta parte del país que sufre con la lluvia.
En los barrios El Puerto y Nebel están acostumbrados a las crecidas, aunque no se ve algo igual desde el 93, cuando llegó a 15,79. Y evocan subidas de otros años, como señal de comunión con el río. No hay tristeza ni desesperación, sí resignación y paciencia.
Alejandro Miño tiene la medida exacta que deja el agua en su casa de acuerdo a la altura que alcance el río: "15 metros es hasta la vereda, 15,20 se mete hasta ese zócalo, y cuando llegó a 15,50, en 2002, entró hasta la cocina". En el Barrio Nebel, donde vive, explotaron las cloacas por la presión del agua. Tampoco hay luz y la ayuda oficial no alcanza. "Hicimos una olla popular entre todos, un vecino aportó carne, otro papas, uno cebollas", explica Alejandro, short azul y oro -los colores de Defensores de Nebel- y bandera de River en la ventana de su casa.
Sobre la vía, varias familias ocupan tres vagones de tren abandonados. Darío Ledesma (36) está con su mujer y 5 hijos y también conoce las marcas que dejaría el agua si la crecida fuera mayor: "Si alcanza los 15 metros llega hasta la vía". Piden baños químicos, pero la Policía avisa que no hay más.
Desde el domingo pasa las horas vigilando lo que dejó en el segundo piso de su casa. "Anoche agarraron a dos pibes que andaban en una canoa metiéndose en las casas", dice Darío, empleado municipal. A la sombra del vagón también está Juan Manuel Doti (62), compartiendo unos mates con sus vecinos y leyendo a Michael Crichton. Está sentado en una reposera y tiene el agua casi a sus pies. "Me encantan las novelas largas y ahora tengo más tiempo que nunca", dice con un optimismo que sólo entienden los que conocen el río.
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