El conflicto por la falta de agua potable que afecta al Gran Mendoza, pero sobre todo al distrito de Dorrego en Guaymallén y a numerosos barrios aledaños, tuvo anoche, cerca de las 21, su capítulo del máxima tensión cuando un grupo de vecinos de la zona afectada decidieron de manera casi impulsiva manifestar su descontento cortando por más de dos hora el Acceso Sur, a la altura del cruce con la calle Lamadrid, y luego el Este.
Una hora antes, el gobierno provincial había decretado la "Emergencia en Agua Potable y Saneamiento", sin dar a conocer una fecha certera acerca de la normalización del servicio.
En medio de larga novela de la escasez de agua potable que desde hace más de 40 días viene afectando a más de 50 mil personas, el de ayer, además de ser un día clave, fue por demás raro.
Es que cerca de las 19, cuando se esperaba que el gobernador Celso Jaque anunciara los pasos a seguir en medio del conflicto, fue Javier Montoro, titular del EPAS, el que apareció para dar a a conocer un decreto del Ejecutivo que ordena a partir de hoy, y por los próximos 180 días, la Emergencia de Agua Potable y Saneamiento.
Entre los principales puntos del decreto aparece la constitución de un comité de crisis para analizar y solucionar la problemática de falta del recurso y la baja presión que se agrava en Guaymallén y Godoy Cruz. Este comité está integrado por la Dirección General de Irrigación, el EPAS, el Ministerio de Infraestructura, la intervención de OSM; los municipios y la Secretaría de la Gobernación.
EL objetivo inmediato es hacer un relevamiento de los pozos de agua que una vez potabilizados puedan abastecer a las zonas más afectadas, y construir otros nuevos si es necesario. Lo cierto es que la evaluación en el terreno llevará al menos cinco días, mientras que si existe la posibilidad de generar nuevos pozos, ésta no sólo se extendería aún más en el tiempo, sino que además deberá esperar nuevas partidas de dinero para solventar el costo de cada una de las obras que, se estima, sería de al menos 500 mil pesos por cada una de ellas.
"La idea es ver si tienen la calidad de agua suficiente, potabilizar el agua de los pozos e inyectarla a la red, para que finalmente llegue con más presión a los sectores postergados", aclaró Montoro. Al tiempo que cuando se lo consultó acerca de los plazos, el funcionario del EPAS respondió: "No podemos dar fechas, sólo decir que estamos trabajando para solucionar el problema", excusándose una vez más de la falta de inversión de la empresa privada que concesionó a Obras Sanitarias.
Otra de las misiones del comité de emergencia es analizar un posible descuento en la facturación a quienes no se les suministró el recurso durante los últimos días. "Eso se está analizando y puede haber descuentos", admitió Montoro.
A partir de la promulgación del Gobierno, todos pensaron que las "aguas" se calmarían. Sin embargo, una hora más tarde, una convocatoria de vecinos en la esquina de las calles Cañadita Alegre y Achupallas, de Dorrego, comenzó a elevar la temperatura de los presentes.
Así, pasadas las 20.30, más de 300 personas de la zona se cansaron de protestar por lo bajo y decidieron dar el gran paso:caminar hasta el Acceso Sur, a la altura del puente Lamadrid y cortar esa ruta en plena hora pico. No conformes con eso, la marcha continuó hasta el Acceso Este, donde también impidieron el paso de los vehículos.
En medio de la manifestación apareció Javier Montoro, quien terminó de ratificar que sería la cara del Gobierno en el conflicto. EL titular del EPASintentó dar explicaciones, pero los vecinos optaron por insultarlo primero y dejarlo solo después, para seguir con la manifestación de repudio.
"Estamos cansados de que nos mientan, hace 20 días que estamos sin agua y todos se pasan la pelota sin resolver el tema. Vamos a cortar el acceso cada día que no contemos con el servicio, esto se tiene que acabar", comentó Sergio Párraga, uno de los manifestantes.
Por supuesto, aquel acceso a la provincia se transformó en un caos vehicular, sin embargo los vecinos permanecieron allí por más de dos horas. Por supuesto, la novela continuará en los próximos días.
Reina el “sálvese quien pueda” y ya hay escuelas sin clases
Una recorrida de Los Andes reveló que en muchas zonas rige la “ley de la selva”. Unos ponen bombas en sus casas y perjudican a sus vecinos. Otros paran los móviles de OSM para denunciar.
Ignacio de la Rosa - idelarosa@losandes.com.ar
Hay situaciones extremas en las que el ser humano muestra su costado más desvergonzado e injustificable, y generalmente son esas mismas situaciones las que despiertan la bronca de quienes rodean a ese ser desvergonzado.
La falta de agua en Mendoza, que desde hace varios días es crítica, parece no estar dispuesta a dar una tregua durante varios días, y esto ya está empezando a enfrentar a los vecinos entre sí, con acusaciones cruzadas entre gente que vive en el mismo barrio, denuncias anónimas y otras con nombre y apellido sobre el uso abusivo y derroche del líquido vital.
Mientras que el nivel de producción de las principales plantas de abastecimiento de agua sigue siendo bajo -al igual que desde hace varios días-, cinco escuelas de Capital, Guaymallén y Lavalle suspendieron las clases durante la tarde de ayer por no tener agua. Las escuelas afectadas fueron: Vergara y Tiburcio Benegas (Capital), Felipe Arana (Guaymallén), el jardín de la escuela Islas Malvinas (Las Heras) y Morón (Lavalle).
En algunos barrios de Guaymallén, el departamento más afectado por la crisis hídrica, los vecinos denuncian que rige “la ley de la selva” y que los vecinos se roban el agua entre ellos.
“Algunos han puesto bombas en sus surtidores privados, mediante conexiones clandestinas, para llevarse lo poquito que llega para todo el barrio. Entonces, en el momento del día en que llega apenas un hilito, a través de la bomba el más fuerte termina quedándose con el agua y los otros siguen padeciendo el corte”, denunció un vecino del barrio Petroleros, de Dorrego.
Excusas sin autocrítica
Un recorrido con uno de los inspectores de Obras Sanitarias Mendoza por distintas zonas del Gran Mendoza alcanza y sobra para ser testigo privilegiado de situaciones de derroche en las que está en juego, nada más y nada menos, que el agua. Quizás uno de los aspectos más llamativos en el momento en que un usuario es advertido in fraganti haciendo uso indebido -abusivo- de agua durante el horario de restricción sea la reacción del infractor.
Es muy común observar cómo la gente, que hasta hacía un par de segundos tenía en sus manos una manguera para limpiar su vereda, intenta ocultarla, meterla rápidamente al interior de su casa y cuando la situación es muy evidente, intentan guardarse junto con la manguera. También están aquellos que, cuestión de suerte o destreza, logran cerrar el surtidor ágilmente antes de que se los detecte.
Pero entre quienes no tienen escapatoria y enfrentan al inspector, se destacan todo tipo de excusas, algunas muy comunes y recurrentes, otras de las más insólitas. En un recorrido realizado por las Quinta y Sexta secciones (Capital), Villa Hipódromo, barrio SUPE y otros barrios del oeste godoicruceño durante la mañana de ayer, un inspector de OSM labró 4 actas a vecinos que incumplieron con el horario de restricción para uso excesivo del agua -de 8 a 20-.
A la hora de las excusas, fue casi una constante escuchar “estoy limpiando porque el perro acaba de ensuciar” o “yo no sabía que tampoco se podía usar la manguera adentro de las casas”. Claro que en otros casos, como por ejemplo en la calle Rosario al 3400 del barrio SUPE, la reacción fue un poco más reservada, ya que los dueños de casa nunca salieron a escuchar al empleado de OSM. Claro que esto no fue argumento para que el operario no labrara la infracción de 95 pesos por riego de jardines en horario indebido.
A menos de una cuadra, en la esquina de Lamadrid y El Zonda, y cuando el reloj marcaba las 11.30, desde la terraza de una vivienda caía una chorro de agua emulando a una cascada. Y desde arriba, una mujer limpiando con la manguera abierta y las dos excusas más escuchadas.
“Acabo de abrir la manguera, y es un poquito porque el perro acaba de ensuciar”, fue lo primero que dijo la mujer, identificándose como la empleada doméstica del lugar. Y, viendo que su argumento no llegaba a buen puerto, recurrió al segundo: “¿Pero adentro de las casas no se puede estar con la manguera abierta? Yo tenía entendido que era sólo en la vereda”, destacó la mujer mientras recibía su parte de infracción por 80 pesos.
Desde OSM, en tanto, informaron que entre personal contratado y de la empresa, ya cuentan con 12 operarios para tomar denuncias, inspeccionar y regular el uso indebido del agua. De esos 12, 4 recorren diariamente los principales barrios del Gran Mendoza.
Vecinos contra vecinos
Más allá de los que no toman conciencia del derroche, están también aquellos que sí lo hacen, y demasiado a pecho.
Además de lo denunciado por los vecinos del barrio Petroleros de Dorrego, Alberto (uno de los inspectores de OSM) también se refirió a una situación que él mismo observó el martes, mientras recorría las zonas más golpeadas de Guaymallén.
“En una casa del barrio Alimentación, una mujer tuvo que salir a un surtidor que estaba en la calle para poder llenar una olla de agua y así cocinar. A menos de una cuadra, como si nada, una vecina limpiaba con la manguera la vereda”, recordó el operario, dejando bien en claro el contraste y la poca solidaridad entre los vecinos.
Incluso, cuando los vecinos del barrio SUPE advirtieron la presencia de la moto del inspector durante la mañana de ayer, más de uno salió a su encuentro a acusar a diferentes casas. “La gente que vive acá no tiene respeto por nada, riega a cualquier hora, baldea la vereda como si nada. Es un barrio derrochador el SUPE”, denunció Juan Carlos, vecino del lugar.
La odisea de los Jara: “Hemos vuelto a la época de nuestros bisabuelos”
Por Javier Cusimano
El surtidor en la casa de la familia Jara en el barrio Petroleros, de Dorrego, está seco. Durante algunos momentos del día deja entrever un hilito muy fino de agua que alcanza para llenar dos o tres baldes antes de un nuevo corte. Para ellos, vivir en estas condiciones se ha transformado desde hace más de 20 días en un drama que se repite todos los días y el que pareciera no tener fin.
Sin embargo no son los únicos. La situación es idéntica en todos los hogares de sus vecinos. En esta zona los jardines verdes y coloridos de primavera lentamente comienzan a secarse y cambiar su aspecto por tonos amarillos y otoñales. Entre tanto, sus habitantes se las ingenian para sobrevivir.
“Hemos vuelto a la época de nuestros bisabuelos”, confiesa el ama de casa Liliana Jara (61), refiriéndose al estado rudimentario de vida al que se ve expuesta junto a su familia desde que sufren la falta de agua. “Para bañarnos tenemos que calentar agua en ollas, enjabonar y enjuagar por partes. En el mejor de los casos, vamos a la casa de un pariente o amigo cercano en mejores condiciones y le pedimos que nos preste la ducha”, detalla.
Liliana cuenta que, por ejemplo, le dedica mucho tiempo a cuestiones que antes eran más prácticas o madrugar para poder limpiar la casa porque recién a las 4 de la mañana hay un poco más de presión. También tiene que hacer guardia frente a la canilla y almacenar, cuando la oportunidad se presenta, la mayor cantidad de botellas posibles en la heladera para tener siempre al menos agua a mano para beber.
Para cocinar ha tenido que cambiar la dieta por alimentos secos: fideos, arroz y comidas que no requieran ser higienizadas para su consumo. Las verduras ahora quedaron en un segundo plano. Además, el agua no se desperdicia en lo más mínimo y cada gota es reutilizada en un ciclo que comienza en la cocina y termina en el inodoro del baño. “Así, la misma agua que se utilizó para enjuagar la vajilla, luego puede ser usada para limpiar el baño”, precisa.
Como si esto fuera poco, el lavarropas le dejó de funcionar porque es imposible abastecer la carga requerida para un lavado: “Para poder enjuagar una sola prenda se necesitan varios litros de agua. Este hecho me significa un gasto extra en casas de lavado que se suma al gasto de compras en agua mineral para poder tomar y cocinar”.
Atilio Jara (61) reconoce que debido al poco caudal de agua las cañerías arrastraron impurezas y plomo provocándoles serios problemas intestinales y gastroenteritis.
“Cuando la plata no nos alcanza para comprar agua nos vemos obligados a hervirla o usar una gotita de lavandina. Lo que más molesta de esta situación es que OSM no se haya dignado alertarnos e informarnos sobre las consecuencias que puede generar el agua cuando circula con baja presión”, concluyó indignado.
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