El 30 de septiembre los cielos de Pekín pesaban oscuros y la niebla ahogaba la ciudad con una nube densa, que amenazaba con aguar el gigantesco desfile militar previsto el día siguiente en la plaza Tiananmen para conmemorar el 60° aniversario de la fundación de la República Popular China. Hubo lluvia. Pero cayó toda esa noche, y el 1° de octubre amaneció radiante y de un azul que parecía imposible. No fue casualidad. Un total de 18 aviones del Ejército Popular de Liberación volaron sobre la municipalidad disparando yoduro de plata contra las nubes para forzar las precipitaciones antes de la gran parada militar.
Desde que, en 1947, Bernard Vonnegut descubrió que el yoduro de plata puede romper los equilibrios internos de las nubes y modificar las precipitaciones, cerca de 40 países siguen utilizando la misma tecnología para tratar de modificar el clima. Aunque hubo intentos más audaces durante el siglo pasado -Estados Unidos se atrevió a apaciguar la fuerza de los huracanes-, en la actualidad esta técnica sólo se ha demostrado eficaz para incrementar o detener la lluvia, provocar nevadas y minimizar los daños del granizo. Pero como la imaginación carece de límites, algunos científicos ya piensan en cambiar el rumbo de tornados, calmar los vientos o alterar la dirección de los relámpagos.
A la modificación del clima se la denomina geoingeniería, pero este término se utiliza generalmente para designar las prácticas que tienen como objetivo paliar los efectos negativos del calentamiento global. Sin embargo, existe otra acepción: la destinada en concreto a manipular el clima de forma artificial para provocar lluvia o nieve en periodos prolongados de sequía o impedir precipitaciones cuando los nubarrones amenazan con aguar la fiesta, como sucedió durante los Juegos Olímpicos de Pekín.
"Estas prácticas me producen un cierto temor porque justamente lo que estamos intentando es no modificar la química de la atmósfera para frenar el cambio climático. Tengo un espíritu contrario a modificar las pautas atmosféricas y creo que la Organización Meteorológica Mundial debería adoptar una actitud más expeditiva sobre el tema", advierte Jorge Olcina, investigador del clima en la Facultad de Geografía de Alicante.
Pero ni el clima se ha demostrado tan sencillo de manipular ni tampoco existen evidencias -comentan sus defensores- de que estas prácticas sean tan perniciosas para el medio ambiente, aunque sobre todas ellas pesa un componente ético que, como siempre, tiene partidarios y detractores. "No podemos hacer que desaparezcan las nubes. Una promedio, por ejemplo, tiene unos 20 kilómetros de largo, 10 de ancho y 10 de altura. Es decir, unos 2.000 kilómetros cúbicos. Eso no se puede hacer desaparecer, pero podemos reducir su energía y minimizar los daños." Quien así habla es José Luis Sánchez, catedrático de Meteorología de la Universidad de León, y el mayor experto español en esta materia. Sánchez ha dirigido los programas de lucha contra el granizo que se llevaron a cabo desde 1986 hasta 2005 en Lleida.
Allí, durante casi 20 años se utilizaron calentadores para sembrar las nubes con un compuesto de yoduro de plata y acetona y conseguir, de esta forma, frenar los efectos negativos del granizo sobre las cosechas. En 2005 se anuló la campaña, no por problemas técnicos, sino por los movimientos ciudadanos en contra que atribuían a estas técnicas la prolongada sequía en la zona. Los agricultores tenían que pagar unos 8 euros al año para proteger cerca de 200.000 hectáreas. Maite Torà, de la Asociación de Defensa Vegetal de Lleida, sostiene que los daños se redujeron entre el 30% y el 40%.
El ejército chino lleva estudiando los métodos de modificación del clima desde la década de 1950, pero fue en los últimos años cuando se llevaron a cabo las mayores experiencias forzadas de lluvia. El principal objetivo es aliviar, dentro de lo posible, la persistente sequía que sufren muchas zonas del país y, cuando el Gobierno lo considera conveniente, evitar la caída del agua en grandes ceremonias. El pasado 1° de noviembre recurrieron de nuevo al yoduro de plata y contribuyeron a la primera nevada artificial hecha pública que se vivió en la capital. Fue la más temprana desde hace 22 años. Nueve días después, la nieve inducida volvió a caer sobre Pekín durante la noche, entre truenos y relámpagos, con tal intensidad que en algunas calles el manto blanco llegó a los 20 centímetros. Al amanecer, la ciudad era un caos.
En ambas ocasiones, se produjeron numerosos accidentes de tráfico y cortes de electricidad, y cientos de vuelos sufrieron retrasos o fueron cancelados. Pero a cambio, la alfombra blanca se convirtió en el agua que tanto necesitaba Pekín.
Los meteorólogos chinos aseguran que sólo es posible modificar el tiempo hasta cierto punto, y algunos, como Xiao Gang, del Instituto de Física Atmosférica de la Academia de Ciencias China, han recomendado no abusar de esta práctica por su posible efecto a largo plazo. "Nadie puede decir de qué forma la manipulación del tiempo cambiará el cielo. Experimentos pasados han mostrado que puede aportar entre el 10% y el 20% adicional de lluvia o nieve. No deberíamos depender demasiado de medidas artificiales porque hay demasiadas incertidumbres en el cielo", ha dicho. En Israel ocurre otro tanto. Cuando las nubes formadas en el mar Mediterráneo sobrevuelan Galilea y la meseta del Golán -y no son demasiadas después de cuatro años de sequía-, aviones comienzan a disparar bengalas de yoduro de plata para sembrar la nube a una altitud de entre uno y dos kilómetros. Israel, uno de los países pioneros en esta materia, empezó a experimentar en 1960.
"Tenemos estadísticas que demuestran un aumento de las lluvias del 10% al 12%. Pero es muy difícil demostrarlo fehacientemente porque es complicado controlar los experimentos. Nunca podrá demostrarse que la lluvia ha sido provocada y jamás podremos comparar entre dos nubes iguales", asegura Daniel Rosenfeld, profesor de Ciencias de la Tierra en la Universidad Hebrea de Jerusalén, y uno de los expertos mundiales en modificación del clima. "Mediante la siembra de las nubes el precio del agua que se genera no llega a los cinco centavos de dólar por metro cúbico, diez veces más barato que la desalinización", defiende Rosenfeld. En 2006, la Comunidad de Madrid intentó importar esta misma tecnología para abastecer la ciudad y el Canal Isabel II pero, finalmente, desechó la idea. Israel destina entre 1,5 y 2 millones de dólares al año a la investigación en este campo.
Estados Unidos, por su parte, congeló en 1973 un programa destinado a apaciguar la fuerza de los huracanes que cada año asolan el país, habitualmente procedentes del Golfo de México. El proyecto se había iniciado en los años sesenta, pero se suspendió 13 años después por falta de presupuesto. "Como el potencial destructivo de los huracanes aumenta rápidamente cuando sus vientos más fuertes se vuelven aún más fuertes, una reducción del 10% hubiera sido suficiente. La modificación se intentó en cuatro huracanes en ocho días distintos. En cuatro de esos días, los vientos decrecieron entre el 10% y el 30%. La falta de reacción en los demás días se interpretó como el resultado de una mala inseminación de las nubes o de objetivos elegidos defectuosamente", explica en su página web el laboratorio gubernamental de Meteorología y Oceanografía Atlántica. Los resultados iniciales parecían prometedores. El programa se inició en 1962 y tardó siete años en dar resultados, cuando se probó la técnica experimental sobre el huracán Debbie. El diario The New York Times tituló el 5 de diciembre de 1969: "La siembra de huracanes aumenta la esperanza". El programa quedó bautizado como Project Stormfury y el avión que dispersaba el yoduro de plata recibió el nombre de Hurricane Hunter. Pero el proyecto no volvió a ofrecer resultados y en los libros de ciencia ha quedado en duda si la reducción de la velocidad de los vientos de Debbie fue algo causado por el hombre o, en realidad, una deceleración natural provocada por el avance del propio huracán.
Con la colaboración de David Alandete (Washington), Juan Miguel Muñoz (Jerusalén) y José Reinoso (Pekín).
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