Mendoza es una provincia de características especiales. Por su clima desértico, no llueven más de 200 milímetros anuales, con inviernos secos y fuertes tormentas en la época estival.
Además, por su situación geográfica, ubicada al pie de la cordillera y con la mayor densidad de población instalada en las zonas bajas, cada vez que se produce una lluvia el agua corre con fuerza desde los sectores altos. La pendiente alcanza en algunas zonas a casi el 30%, mientras la construcción de barrios en el pedemonte generó una reducción de la flora silvestre que servía de pequeños diques de contención durante las tormentas en los cerros.
Todos esos aspectos, más la necesidad y la cultura de los mendocinos a favor de los árboles, ha determinado que exista una intrincada red de canales -fundamentales para el riego agrícola- y de acequias -vitales para el sostén del arbolado- que paralelamente se convierten en derivadores del agua de lluvia en las tormentas. Sin embargo, esa cultura a favor del verde instalada en la población no se condice con la falta de conciencia en lo que a la limpieza de esos cauces se refiere.
Días pasados, luego de más de dos meses sin lluvia, lo que había provocado importantes pérdidas económicas, especialmente en el área de la ganadería, el agua fue vista como una bendición. Sin embargo, a pesar de que la lluvia caída fue de escasos milímetros, volvieron a repetirse los problemas históricos de anegamientos de calles como consecuencia de las acequias tapadas.
En muchos de los casos los vecinos culparon a los municipios por lo que consideraron una falta de mantenimiento y limpieza, sin tener en cuenta que son también los propios residentes quienes causan el problema al arrojar todo tipo de residuos a las acequias.
A modo de ejemplo puede señalarse que desde los ámbitos oficiales se informó que los grandes colectores que vienen del pedemonte se encuentran en muy buen estado de limpieza, con capacidad suficiente como para permitir el escurrimiento. De lo que se deduce que los problemas se plantean en las zonas más bajas y más densamente pobladas.
El otro serio problema es el de los accidentes viales, que se multiplican cuando se producen lluvias, pero en ese caso no se trata de un problema en el que las autoridades puedan intervenir, sino de la responsabilidad de los propios automovilistas, quienes deben tomar conciencia de los riesgos que generan las calzadas resbaladizas y respetar más las distancias entre vehículos.
La época estival es de tormentas y por consiguiente multiplica los problemas generados por los desbordes de las acequias, el anegamiento de calles y las crecidas de los cauces. Para evitar accidentes y todo tipo de situaciones desgraciadas, deben concatenarse los esfuerzos entre el sector público y los privados.
Desde el Gobierno, resulta necesario que se implemente una campaña de concientización, destinada a generar la cultura de un necesario mantenimiento de las acequias limpias y también aplicar multas necesarias a los que no respetan esa situación, de un modo similar a los que realizan derroches de agua potable. La población, por su parte, debe comprender que va de suyo la obligación de no arrojar residuos o botellas a los cauces o las acequias, porque en definitiva serán los principales beneficiados.
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