Casi un tercio de la población de la pequeña comuna de Las Bajadas, a la vera de la ruta nacional 36, con desazón seguía anoche sacando agua y barro de sus casas. Es lo que dejó el fuerte temporal de la madrugada de ayer.
Nadie imaginó que en esa zona, que hace honor a su nombre, Las Bajadas, el desborde de un canal de desagüe de la zona rural podría perjudicar a 60 de los 190 habitantes del lugar. Los 100 milímetros caídos en media hora fue la principal causa para que se anegara gran parte de esa comuna y para que se interrumpiera el paso de la ruta cuando el agua superó esa vía.
Resultaba hasta anoche imposible ingresar a las viviendas –la mayoría de modesta estructura–, sin quedar con la marca del barro hasta los tobillos.
En el salón comunitario comenzaron a concentrarse los niños que, gracias a la solidaridad de los vecinos, fueron rescatados de sus casas. La marca del barro superaba el metro de altura en la mayoría de las casas. Electrodomésticos y ropas dispersas por los patios y a la vera de la ruta constituían la postal más desalentadora.
Barro y después. "Guarda, que te vas a caer, yo todavía estoy descalza porque a mis zapatillas se las llevó el agua", advierte Marisela López (14). A metros del salón comunitario se encuentra la sede comunal. Allí, el jefe comunal, Jesús Acuña, quien ocupa ese cargo desde hace 18 años, deja una reunión de un improvisado comité de crisis para hablar urgente por teléfono al Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia, interesado en saber si llegó el camión que puso la Municipalidad de San Agustín para traer 60 colchones y otras tantas frazadas, además de bidones de agua mineral para los evacuados. Acuña reconoce que la urgencia es mayor, ya que se trata de las familias más carecientes de la población.
Mientras María Carlina Sánchez (41) vigila unas costillas que se asan en la parrilla del salón comunitario, con lágrimas en los ojos describe que en su casa "el agua llegó a más de un metro". Y en medio de un suspiro reconoce que "se perdió todo, ropa, muebles...".
Más preocupada se encontraba la mujer, porque con el agua en su pequeña casa donde viven siete personas, se encontraban dos de sus hermanas que padecen discapacidades mentales. "Yo vivo cerca de la ruta, se venía el agua por todos lados. Tenía cosas que estaba pagando, tenía comida. Vivimos de changas, se fue el esfuerzo de toda una vida. Los bomberos nos sacaron, por suerte", subraya.
Ni las gallinas se salvaron. En la otra punta del salón, está Patricia Álvarez (45) a quien también el agua le llevó todo: "Somos 11, con mis hijas, mis nietos. No sé cómo se sigue, recibo un subsidio, acá ni trabajo hay. A mis hijos los tienen ahora los vecinos. Me quedé encerrada con los chicos, si abría la puerta me los llevaba. La gente nos ayudó a salir, venían troncos, alambres, rastrojos. Se ahogaron hasta las gallinas que teníamos".
Olga Olivera (74), vive con su esposo. Ambos son jubilados y no dejan de mirar con tristeza cómo en unos minutos se quedaron sin nada. "El agua reventó el portón, a dos autos que estaban acá al frente los arrastró unos 200 metros por la calle. Perdimos todo el sacrificio de una vida, nos quedamos con lo puesto", grafica con voz entrecortada la mujer, mientras al lado una de sus nietas estruja un trapo de piso lleno de barro.
En el destacamento policial, lugar hasta donde al agua se llevó los vidrios de la puerta de ingreso, bomberos voluntarios de Almafuerte no paran de sacar agua con un gran camión y apalear rastrojos.
Al lado de la sede policial, una familia insiste en sacar agua con barro. La niñera de la casa, Clidia Amuchástegui, todavía recuerda cómo un vecino, la sacó junto a un niño de 6 años y una chica discapacitada de 17 años, que ella cuida a diario.
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