Cinco años después del tsunami asiático, miles de personas en Sri Lanka siguen esperando la reconstrucción de sus casas, arrasadas por el maremoto que provocó 226.000 muertes en 13 países del océano Índico.
"Hemos estado aquí casi cinco años. Se hicieron tantas promesas, pero muy pocas se cumplieron", se lamentó Mohideen Nafia, una sobreviviente del tsunami de 2004 que aún reside en un refugio provisorio en la localidad costera de Kalmunai, a 300 kilómetros al este de Colombo, la capital.
Nafia, de 22 años y recién casada, hubiera preferido una casa propia, pero por ahora debe conformarse con una habitación en un campamento de emergencia del gobierno, que ella y su esposo comparten con los cinco integrantes más de la familia, a un kilómetro de la playa.
La joven es originaria de la aldea de Sainathimaruthu en Kalmunai, un centro importante de pesca. Tres de las aldeas marítimas de la zona – Maradamunai, Sainathimaruthu y Karathivu – sufrieron toda la fuerza del tsunami de 2004, una de las catástrofes naturales más mortíferas que se recuerde.
El maremoto, desencadenado por un terremoto de magnitud 9.3, alcanzó las costas del océano Índico el 26 de diciembre de 2004 y causó la muerte a 226.000 personas en 13 países, según la Federación de la Cruz Roja Internacional.
Sri Lanka fue uno de los países más perjudicados, junto con India, Indonesia y Tailandia. El tsunami mató a más de 35.000 personas en este estado insular de Asia meridional, desplazó a más de un millón y destruyó total o parcialmente unas 100.000 casas.
Al menos 10.000 de las víctimas vivían en el distrito de Ampara, que abarca a Kalmunai. En la zona quedaron destruidas 27.000 casas, según datos oficiales.
En total, la catástrofe dejó un costo material de 3.200 millones de dólares. La reconstrucción fue dirigida por un organismo estatal con la asistencia de decenas de agencias de la Organización de las Naciones Unidas y otros grupos internacionales.
Aunque el Organismo de Reconstrucción y Desarrollo de Sri Lanka ha reducido sus tareas, muchos de los damnificados siguen sin una vivienda propia cinco años después de la tragedia.
"Conseguir terrenos para las viviendas nuevas ha sido un gran problema. Primero tenemos que encontrarlo. Si es de un particular, lo compramos", explicó Ismail Thawfiek, funcionario de Sainathimaruthu.
La mayoría de los terrenos disponibles son arroceros, lo cual aumenta los costos porque hay que rellenarlos. "La mayor demora (en la reconstrucción) radica en encontrar las tierras y prepararlas para construir las casas", agregó Thawfiek.
La escasez de terrenos se agravó luego de que el gobierno decretara una zona prohibida para la construcción a lo largo de la costa de Kalmunai.
Poco después del tsunami el gobierno impuso una franja costera libre de construcciones de 200 metros desde el mar. Pero la presión de los sobrevivientes sin techo lo llevó a reducirla a 65 metros en Kalmunai y a 100 metros en otras zonas del país afectadas por el tsunami.
Mientras sólo faltan tres días para el quinto aniversario del tsunami, unas 1.300 familias siguen esperando la reconstrucción de sus casas.
"Los problemas persisten", admite Thawfiek.
La desesperación de Nafia es comprensible. El techo de lata donde vive está herrumbrado, agua sucia se estanca junto a la puerta de entrada y la basura se pudre en grandes charcos de agua detrás de las tiendas de campaña. Las gallinas criadas por las familias se pasean por el lugar, donde los niños juegan.
"Mire", señala Nafia a su alrededor. "Es como vivir en el infierno. Cuando llueve, hay agua por todos lados, y si no, se llena de moscas", se queja mientras espanta los insectos.
Nafia afirma que ninguno de los organismos internacionales que otorgaron asistencia a las zonas afectadas como Kalmunai la ayudaron a construir su casa, mientras otros sobrevivientes siguen esperando que se cumplan las promesas del gobierno.
"La vida que conocimos antes del tsunami es como un sueño. No sé por qué nos sucedió esto", comenta.
"Les brindaremos una vivienda muy pronto el año que viene", asegura Thawfiek. La construcción avanza según lo planeado una vez que se adquieren las tierras, agrega. Unas 5.000 casas dañadas por el tsunami fueron reconstruidas o reparadas en Kalmunai.
A la fecha existen 13 campamentos de emergencia que ahora cuentan con 1.000 instalaciones de refugio, frente a las 18.000 que se instalaron en el distrito de Ampara poco después del tsunami. Cientos de desplazados más aún viven con familiares.
Aparte de los problemas de vivienda, la playa de Kalmunai volvió a ser un pujante centro de actividad. Los pescadores reparan sus redes en la arena mientras otros trabajan en los buques pesqueros junto a la costa.
"Volvimos a la actividad que teníamos antes de que golpearan las olas, incluso mejor que antes", afirmó Mohideen Ajimal, uno de los primeros pescadores mayoristas que volvió a la playa tras el tsunami. Ajimal perdió a dos hijos en el tsunami.
Mientras señala un astillero que se construyó cerca de las instalaciones de su negocio, dice que el mismo nunca hubiera sido posible sin los esfuerzos de reconstrucción. "Perdimos mucho, pero la vida tiene que seguir, y es mejor que siga si las cosas están mejor que antes", manifestó a IPS.
Junto al nuevo edificio de la Asociación de Pescadores se levanta una elevada torre roja con parlantes que apuntan a los cuatro vientos para advertir a los residentes de la posibilidad de un nuevo tsunami. "Eso también ayuda", dice Ajimal mientras observa la edificación.
También se observan nuevas escuelas que sustituyeron a las dañadas por el maremoto.
No obstante, quedaron las huellas de la penetración de las olas gigantes en esta localidad predominantemente musulmana. En lugar de las casas que ocupaban la playa, ahora se ven terrenos vacíos. Palos que se erigen sobre montículos de tierra marcan el lugar donde fueron enterrados miles de personas.
Junto a la calle que bordea la playa aparecen casas o chozas abandonadas por los propietarios tras el tsunami. Sin techos ni ventanas, que fueron arrancados por ladrones o por el viento. Cuando el sol arrecia, las cabras buscan refugio en ellas.
"Teníamos una buena casa junto al mar, pero perdí a dos de mis hijos y no quiero volver", dijo Abdul Mannas, desde su nueva vivienda a dos kilómetros del mar.
Mannas abandonó con gusto la franja de protección costera. "En la costa está la zona de la muerte. No quiero vivir allí", expresó.
Pero para quienes viven en chozas con techos de lata, como Nafia, donde varias familias comparten las unidades mal iluminadas del campamento de emergencia, la pesadilla no ha terminado desde que el tsunami cambió sus vidas. "Hemos esperado suficiente. Cinco años son mucho tiempo", sostuvo.
|
|
|