“Padre, dígame qué le han hecho al río que ya no canta, que resbala como esos peces que murieron bajo un palmo de espuma blanca. Padre, el río ya no es el río. Antes de que llegue el verano esconda usted todo lo que encuentre vivo...”, dice Joan Manuel Serrat en una de sus canciones.
Como inspirados por esos versos, aunque sin saberlo, Eduardo Heredia, de 48 años, y su hijo Jorge, de 8, se convirtieron en protagonistas anónimos de una historia de amor por la naturaleza. Ambos viven en Pilar, sobre las costas del río Xanaes (o Segundo), que sufrió una sequía total en los últimos meses. Allí, su vivienda los cobija en medio de un paisaje costero lleno de silencio.
“El río se iba secando y casi no quedaba agua, entonces dedicamos un día entero a recoger los peces que había en los pocos charcos que quedaban. Agarramos unos baldes y empezamos a caminar por el río juntando todos los peces que encontrábamos. Llevamos cerca de dos mil”, relata Eduardo.
En medio de este solidario rescate de vida, encontraron hasta una tortuga acuática, que también salvaron junto a mojarritas, moncholos, tarariras, carpas y otras especies, que depositaron en un tanque de nueve mil litros que tienen en su casa, donde los mantuvieron por más de dos semanas cambiándoles el agua y alimentándolos.
Casi como en un diálogo, les tocó a ellos devolverle esta vez al río algo de lo mucho que éste les ofrece permanentemente.
“Después vino el agua y nos pusimos muy contentos y empezamos a llenar de peces los baldes nuevamente para devolverlos uno por uno a su hábitat natural”, cuenta Eduardo, feliz.
De lo que se lamentan es de la soledad en la que se encuentran respecto al compromiso con esta fuente de vida, ya que, si bien muchos se acercaron a felicitarlos por la tarea, podrían haberse salvado muchos miles de peces más si la colaboración hubiera llegado en forma práctica y concreta.
De mirada vivaz, Jorgito cuenta que él juntaba los peces y que fue feliz al regresarlos al río. Ahora los pesca, pero después los devuelve.
Eduardo, un hombre conocedor de la costa y los susurros del río, cuenta que ya su hijo, como él desde hace tiempo, se enoja cuando alguien destruye o ensucia ese entorno que es patrimonio de todos.
“¿Se imaginan qué lindo sería si todos cuidáramos más estos lugares?” se pregunta este lugareño, que se dedica al grabado de cristales y a las perforaciones. “El secreto es no andar acelerado; le enseño a mi hijo a vivir sin dinero y que se puede comer aunque no tengamos plata”, apunta el hombre, desde la sencillez de sus días.
Su reflexión rebota, en tiempos de hipocresía disfrazada de beneficencia inútil, para preguntarnos por qué no bajamos más seguido al río, a rescatar los peces. A rescatarnos. Para que no nos pase lo que canta Serrat: “Antes de que oscurezca, padre, esconda usted la vida en la despensa, porque sin leña y sin peces tendremos que quemar la barca, tendremos que arar sobre las ruinas y cerrar la puerta de la casa con muchas llaves”.
Árboles y carteles
Eduardo Heredia no sólo salva peces, también cuida del río más que del patio de su casa: plantó cerca de 40 sauces para evitar que la costa se desbarranque y colocó carteles para pedir a la gente que cuide el paisaje.
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