En la estación seca en el sur de Zambia, Idah Choolwe debe levantarse cada día antes del amanecer para caminar en busca de agua hasta un río distante ocho kilómetros, por cuyo lecho apenas corre un hilo salobre.
Choolwe vive en la aldea de Mankandaya en el distrito de Monze, donde no corre ninguno de los grandes ríos del país. Además, en la aldea no hay perforación alguna porque no lo ha habilitado el gobierno nacional.
Hasta entonces, Choolwe y las otras mujeres deben tomar precauciones extremas cuando se acercan al abrevadero, ya que no sólo es vital para la gente y el ganado de las aldeas aledañas, sino también para los animales salvajes y sedientos, como hienas, leones y los más peligrosos leopardos.
También Bernadette Mulima, en la oriental aldea de Kandiana, está preocupada por un pozo poco profundo y desprotegido, bajo un mango al borde de la planicie anegable de Barotse, que inunda permanentemente el pequeño terraplén construido por ella y otros vecinos para evitar que se metan perros, sapos, milpiés y gatos.
La planicie permanece inundada casi ocho meses al año, en vez de cinco como antes. El desborde hace que el abrevadero sea utilizado por personas y animales domésticos.
Esa aldea también necesita agua, y, al igual que Mankandya, debe esperar la aprobación del gobierno nacional.
Sin saberlo, esas poblaciones padecen el mismo problema, son víctimas del cambio climático.
Pero también de la concentración de poder y de recursos en Lusaka, donde se decide el presupuesto nacional, que se adopta como instrumento nacional y se distribuye en perjuicio de la mayoría de la población que vive en zonas rurales y cuyos problemas están lejos de ser resueltos por los burócratas de la capital.
Hace más de 45 años que los sucesivos gobiernos declaran estar listos para otorgar cierta autonomía administrativa al campo mediante políticas de descentralización. Pero ni el primer presidente Kenneth Kaunda (1964-1991) ni los siguientes pudieron concretarlo.
"Si el gobierno nos permitiera hacer una perforación podríamos librarnos de esta agonía de compartir el agua con animales salvajes y peligrosos", se lamentó Choolwe.
Mulima no es tan benévola y arremete contra el concejal. "Surgen tantas sorpresas a lo largo de la vida. Pero sabemos que nuestros problemas se reducirían a la mitad si tan sólo este hombre que llaman concejal pudiera trabajar un poco más", espetó, al tiempo que escupió con expresión de asco. Para ella, ese funcionario es un chasco.
Pero en realidad es un mero títere y la sombra de un líder, pues Lusaka le retiró todo poder de decisión en beneficio de jóvenes tecnócratas que puso al frente de algunas oficinas gubernamentales. Ellos deciden la suerte de los concejos rurales, deciden donde se realizan las perforaciones y/o se construye un mercado comunitario y quién lo hace.
El presupuesto nacional también es obra de esos tecnócratas. El Parlamento de Zambia, pese a la pompa y el esplendor de sus ceremonias de apertura, no es más que una institución cuyas proclamas bienintencionadas y debates acalorados no deciden cómo se gasta el dinero.
Por esa razón, las quejas de campesinas como Choolwe y Mulima llegaron a oídos de las naciones que otorgan fondos de asistencia al desarrollo a países pobres como Zambia y de organizaciones de la sociedad civil.
La organización WaterAid trabaja en algunas áreas de la provincia Sur a dotarse de pozos con bombas de mano al igual que Alemania, a través de su agencia de cooperación técnica para el desarrollo GTZ.
"Nuestro desafío es que la gente participe en el proceso de desarrollo. Si pueden participar de forma directa en asuntos que los afectan en el ámbito local, entonces el desarrollo tendrá sentido para todos", indicó Eddie Mumba, secretaria del ayuntamiento de Chongwe, a las afueras de Lusaka.
La descentralización o la devolución del poder de Lusaka a la periferia es la llave que puede abrir las trabas del desarrollo, según Mumba, y comenzar a combatir la pobreza y alcanzar los Objetivos de Desarrollo de las Naciones Unidas para el Milenio, cuya fecha límite es 2015, respecto a los indicadores de 1990.
Las metas apuntan a reducir a la mitad la proporción de personas que viven en la indigencia y padecen hambre, lograr la educación primaria universal, promover la igualdad de género, reducir la mortalidad infantil en dos tercios y la materna en tres cuartos.
También luchar contra la expansión del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), causante del sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), el paludismo y otras enfermedades, asegurar la sustentabilidad ambiental y generar una sociedad global para el desarrollo entre el Norte y el Sur.
Cuando Zambia logre una total descentralización y los concejos locales tengan más poder de decisión, los campesinos podrán expresarse y decir qué es los más importante para ellos. Eso fomentará la buena gobernanza.
La secretaria administrativa del concejo del meridional distrito de Mazabuka, Elof Hangoma, coincide con él y señaló que la gente conoce bien sus prioridades. Si el gobierno central les permitiera decidir sobre proyectos que los incumben, les darán un perfil más duradero.
"Cuando efectivamente llegue, la descentralización les permitirá planificar de forma efectiva", señaló Hangoma.
Sanana Mbikusita-Lewanika, de la organización Caritas, en el meridional distrito de Mongu, está impaciente de que se concrete la descentralización.
"Nuestra gente pide desarrollo a gritos. Nosotros consideramos que los gobiernos locales no funcionaron bien porque para cada pequeña decisión tienen que desplazarse hasta Lusaka", señaló.
La representante del distrito semirural de Choingwe, Sylvia Masebo, observó que el gobierno de Rupiah Banda, que sucedió al del difunto presidente Levy Mwanawasa (1948-2008), debe crear una "hoja de ruta clara" para la descentralización porque pese a que el primero se comprometió a lograrla, nada se ha hecho hasta ahora.
Masebo, ministra de Vivienda y de Gobiernos Locales del presidente Mwanawasa, ha sido, una solitaria voz respecto de devolver el poder a los concejos locales, señaló.
Además explicó que el plan original de descentralización debía ser aprobado este año para luego enviarlo a los gobiernos de países donantes, que deben estudiarlo y aprobarlo porque contribuirían económicamente con su implementación.
La impaciencia de Masebo es la agonía de Choolwe y Mulima.
Excavar un pozo e instalar una bomba manual cuesta unos 4.000 dólares, pero no hay fondos porque la aprobación del presupuesto y el visto bueno para su implementación dependen de Lusaka.
En cambio, siempre hay disponibilidad de recursos para los viajes de los funcionarios y para elecciones de mitad de periodo que permiten asegurar la preeminencia del gobernante Movimiento por una Democracia Multipartidaria, se lamentó Masebo.
La consecuencia de ello es que cuando aparecen fondos para obras hídricas y sanitarias o para caminería rural, los recursos terminan en manos de personas conocidas de poderosos tecnócratas de Lusaka y el dinero se evapora.
En el plan de trabajo para 2002-2010, WaterAid observó que es imposible que Zambia cumpla con los ODM.
Este país sólo invirtió unos 35 millones de dólares en instalaciones para distribuir agua potable y en saneamiento, según estimaciones de la organización, lo que representa 19 millones de dólares menos que lo recomendado por los ODM.
Pero no es sólo la falta de disponibilidad de agua potable y de saneamiento lo que quita el sueño a Choolwe y a Mulima. Otras carencias son la falta de escuelas, la escasez de medicamentos en las clínicas rurales y la casi inexistente caminería que dificulta el acceso a sus aldeas.
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