Debería ser motivo de preocupación la degradación de nuestros suelos, destinados principalmente a la producción ganadera y granaria, provocada por una intensa sequía de larga duración, que dejó las tierras desnudas de vegetación y a merced de fuertes vientos que arrastran las capas más finas y fértiles del territorio productivo. Sin perjuicio de la amplitud del hecho que abarca gran parte del país, existe una región particularmente afectada, que cubre el sur de la provincia de Buenos Aires, La Pampa y Chubut, donde se registraron formaciones de nubes de polvo que tuvieron por inútil destino el océano Atlántico, luego de cubrir campos, pueblos y ciudades. LA NACION, en su edición del 31 de enero pasado, publicó una fotografía de la ciudad de Viedma, en la que se aprecia un paisaje borroso de calles y vehículos. En estos días, en La Nueva Provincia se captó una nube de polvo de alta concentración de tierra de color marrón, pocas veces vista. La ciudad de Bahía Blanca y rutas aledañas quedaron oscurecidas, lo que obligó a los automóviles a circular con extrema precaución y con los faros largos encendidos, y a los transeúntes, provistos de linternas para evitar accidentes. Hechos de este tipo han sido observados durante anteriores sequías y se verifican con cierta frecuencia, aunque sólo excepcionalmente habrían tenido la intensidad y amplitud descriptas, con excepción de lo sucedido en la década del 30.
En otras partes de nuestro país también la acción del viento sobre suelos desnudos de vegetación ha tenido como coadyuvante las intensísimas lluvias recientes, que dieron lugar a perjuicios adicionales provocados por el arrastre de tierras, particularmente importante en terrenos con declives que imprimen velocidad al escurrimiento de las aguas y cuyo destino final fueron ciudades arrasadas, ríos, arroyos y lagunas, o de nuevo el mar.
La experiencia reunida por nuestros productores y por el INTA, a partir de aquellos años 30 y posteriores, ha abierto el cauce a nuevos sistemas de cultivo, representados por la llamada siembra directa, complementada por la rotación de los cultivos que cubren las tres cuartas partes del territorio cultivado con granos, vale decir, unos 25 millones de hectáreas; en parte, ello ha permitido atenuar las erosiones mencionadas.
Resulta indispensable, sin embargo, puntualizar que los productores han debido afrontar tan duras contingencias climáticas con sus arcas esquilmadas por la presión fiscal vigente, léase las retenciones, para citar lo más decisivo. La lucha contra tan grandes obs-táculos naturales hubiera sido más efectiva y tolerable con las alforjas mejor provistas de recursos. Existen experiencias valiosas en nuestro país y en el mundo para acotar los daños mencionados. Para citar un caso, los Estados Unidos también afrontaron, en la década del 30, grandes desastres naturales que se resolvieron con participación privada y oportuna ayuda estatal.
|
|
|