Néstor Tanquía hace guardia al lado de su casa derrumbada. En pie solamente queda un muro y medio techo apenas sostenido por dos palos de escoba. En ese "adentro" que para cualquier otro sería imaginario, hay un televisor embarrado, una bici sin ruedas, tres colchones húmedos, un teclado y una mesa rota. El hombre avisó que no se moverá de ahí porque tiene miedo de la lluvia y de los saqueos. Y no es el único, ya que en Comodoro Rivadavia, la gente regresó ayer a sus barrios a ver qué quedaba de sus viviendas destruidas, pero volvió sobre todo, para cuidar lo poco que el barro le dejó.
La periferia de la ciudad chubutense, de duelo hasta mañana, no se recupera de la avalancha de lodo ocurrida el miércoles, que se cobró la vida de tres personas. El agua que cayó ayer durante toda la tarde complicó la tarea de los vecinos que no quisieron evacuarse y tratan de recuperar lo que pueden.
Como soldados, custodian las entradas de sus casas en turnos y así, mientras uno limpia, el otro vigila.
Lo curioso es que no se reportaron casos de robos en ninguna de las zonas anegadas.
Pero en en ese "por las dudas", Teodelina Gutierrez, riojana de 68 años, tirita de fiebre: "Desde el jueves duermo en mi camita porque no quiero dejar la casa sola", explica. Teo se acuesta en un colchón que todavía tiene la firma del barro, se tapa con una manta húmeda y está descalza porque la correntada le llevó las zapatillas.
Lo único que el lodo no tocó fue el horno y eso, para la mujer, es motivo suficiente para no abandonar su vivienda. Afuera llueve y todos miran al Chenque, el cerro estéril al que todavía temen.
En el Gimnasio Municipal N° 3, donde se improvisó un centro de asistencia, sólo quedan 15 evacuados, todas mujeres, de los 80 que había el día después del alud. Desde el jueves no ven a sus maridos porque ellos decidieron quedarse en sus casas, aunque los tape la tierra, aunque no tengan nada qué cuidar. Mientras esperan la vianda, las esposas escuchan cumbia en una radio pequeña. No hay ánimo para bailar, pero sí ganas de que aparezcan asistentes sociales y no funcionarios que les pregunten si les falta algo. "Les digo que me falta todo porque lo que quedó de mi casa está a punto de caerse. De acá no me muevo hasta que me consigan un lugar para vivir", dice decidida Paula Vidal, 34 años, madre de cuatro hijos.
Mientras arrancan las obras de construcción de las 800 casas destruidas, el gobierno local trata de reubicar a los evacuados en viviendas de familiares o amigos. Para los que no tienen donde quedarse, la Municipalidad alquilará lugares hasta que terminen los trabajos, algo que --según se estima--, recién ocurrirá dentro de dos meses. La primera medida para llegar a ese plazo fue suspender todas las obras públicas programadas para que las cuadrillas comunales se dediquen sólo a levantar casas.
En este contexto, en el gimnasio se mezclan las historias. A Elba Alvarez el alud ni siquiera le rozó su hogar que compartía con sus hija, pero como escuchó por la radio que estaban rentando lugares, fue a probar suerte. "Y como les dan ellos me tienen que dar a mí", dice y unta un pan con mermelada.
El Chenque, todavía estriado por la marca del agua, custodia a la ciudad costera. En Comodoro están atentos a su reacción, porque el alud encendió el alerta roja. Todos miran al monte que de lejos se parece a un tobogán de ripio oscuro y desde el acantilado, a una muralla seca donde choca el viento. O según los vecinos, el cerro tranquilo que se despertó para arrollar con la furia del barro.
Del barro al petróleo
La legislación local es clara: no puede haber viviendas en un radio de 70 metros si hay un pozo extrayendo hidrocarburos. Justo lo contrario sucede en Máximo Abásolo, un barrio ubicado en la parte alta de Comodoro que sufrió por el barro y luego por el petróleo. Resulta que en plena tormenta, la válvula del pozo hidrocarburífero CH2273 "se abrió" y el petróleo entró a las casas. "Corrimos hasta el baño que está afuera de casa, en un terraplén más alto. De ahí vimos como el agua, el barro y el petróleo se hacía una pasta y entraba por todos lados", cuenta Mariela Crespo, de 13 años. Con su familia resistieron hasta que le mandaron un mensaje de texto a un vecino que los rescató, dos horas después. Hay versiones cruzadas con respecto a la apertura de la válvula. Por un lado, los vecinos dicen que fue negligencia de YPF, a quien pertenece el pozo. La empresa, por su parte, denuncia sabotaje. De igual manera, dijeron que indemnizarán a las 21 familias damnificadas y ya pusieron a sus propias máquinas a chupar el petróleo de patios e interiores de las casas. "Ahora me traen a los perros que parecían pingüinos", dice la vecina Nilda Bobadilla.
Del barro al petróleo
La legislación local es clara: no puede haber viviendas en un radio de 70 metros si hay un pozo extrayendo hidrocarburos. Justo lo contrario sucede en Máximo Abásolo, un barrio ubicado en la parte alta de Comodoro que sufrió por el barro y luego por el petróleo. Resulta que en plena tormenta, la válvula del pozo hidrocarburífero CH2273 "se abrió" y el petróleo entró a las casas. "Corrimos hasta el baño que está afuera de casa, en un terraplén más alto. De ahí vimos como el agua, el barro y el petróleo se hacía una pasta y entraba por todos lados", cuenta Mariela Crespo, de 13 años. Con su familia resistieron hasta que le mandaron un mensaje de texto a un vecino que los rescató, dos horas después. Hay versiones cruzadas con respecto a la apertura de la válvula. Por un lado, los vecinos dicen que fue negligencia de YPF, a quien pertenece el pozo. La empresa, por su parte, denuncia sabotaje. De igual manera, dijeron que indemnizarán a las 21 familias damnificadas y ya pusieron a sus propias máquinas a chupar el petróleo de patios e interiores de las casas. "Ahora me traen a los perros que parecían pingüinos", dice la vecina Nilda Bobadilla.
Todo en Comodoro Rivadavia gira en torno a la extracción de petróleo, una industria con sueldos que superan los $10 mil.
Todo en Comodoro Rivadavia gira en torno a la extracción de petróleo, una industria con sueldos que superan los $10 mil.
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