Nuestro país asiste con recurrente preocupación a la salida de madre de los ríos y arroyos con motivo de las lluvias. A medida que las ciudades han ido creciendo y se han construido viviendas en distintos barrios del territorio nacional, el fenómeno del agua desbordada ha causado grandes perjuicios a quienes habían establecido allí su hogar.
Estos episodios ocurren no solamente en barrios marginales o construidos sin los permisos correspondientes sino que en ciudades como Mercedes el agua llega a invadir zonas céntricas. Todas las situaciones son de lamentar en sus consecuencias sociales: el desamparo de quienes deben dejar sus hogares y refugiarse donde las intendencias puedan ofrecerles cobijo, la odisea de volver a su casa cuando el agua ya se retiró pero las consecuencias se prolongan durante demasiado tiempo o el tener que comenzar nuevamente desde cero si es que el desastre fue de mayor dimensión.
Se nos presentan en este escenario diversas situaciones a lo largo y a lo ancho de nuestra geografía pero todas ellas nos llevan a la misma reflexión. La primera alerta que deberíamos atender es que hay lugares que se inundan puntualmente ante una cantidad relativamente modesta de lluvias: en esos casos parecería que se debe pensar en un traslado -consentido- de quienes allí viven y están permanentemente amenazados por las aguas. Esta solución ha sido llevada a la práctica por el ex intendente de Durazno Carmelo Vidalín, quien realojó a quienes en su departamento estaban siempre expuestos a tener que huir del agua invasora; acción ésta que se complementó con la prohibición de volver a construir en las zonas abandonadas, cerrando así un círculo de sufrimiento y peligros para su comunidad.
Estos episodios que ocupan los titulares de la prensa cuando están en su climax dejan de ser motivo de preocupación apenas bajan las aguas. En tiempos en que en el mundo se reflexiona y estudia acerca del cambio climático y se adecuan las políticas de manejo de represas a los nuevos fenómenos sería de vital importancia revisar el uso que hacemos en el país de las obras que ya tenemos y pensar si no sería una solución más ajustada el construir alguna otra represa que acompañe a las tres que ya conviven en el Río Negro pero que quizás no alcancen a cubrir las necesidades actuales de manejo de las aguas. Por supuesto que esto necesita de un análisis del costo económico de la obra pero también de incluir en el presupuesto una cifra difícil de cuantificar - pero real- como lo es el padecimiento y el trauma de los compatriotas que se ven afectados por las dramáticas circunstancias. Seguramente que algo tiene que ver con este drama la profundidad de los ríos, cuyo lecho ha subido por el arrastre de tierra y arena hacia el mismo, en parte provocada por la deforestación de las márgenes y por prácticas agrícolas poco cuidadosas de la tierra. Considerar el dragado como una solución debe de tenerse en cuenta.
En este tema como en tantos otros no somos partidarios de la acción de los "bomberos" sino que nuestra apuesta en el tema es la del título: gobernar es prever.
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