Malvinas es un tema que une a todos sin importancia de banderías políticas. Un cierto grado de impaciencia ante la obcecación del Reino Unido hace que en ocasiones se planteen matices sobre la mejor estrategia a implementar. Es razonable que así sea. Unos abogan por la insistencia de mayor cooperación para, en el mientras tanto, obtener algún beneficio y no quedar al margen de eventuales ventajas económicas. Es una forma de ver las cosas que puede resultar atractiva. Otros, en cambio, basan su visión en la experiencia que modera y diluye ese entusiasmo. Se trata de realismo.
Lo que indica la historia reciente es que no basta con uno para seguir los acordes del bandoneón. Ese camino se intentó trabajosa y pacientemente durante más de quince años y los resultados prácticos están a la vista. La cooperación tanto en pesca como en hidrocarburos fue sólo una pantomima estéril que nunca existió.
En pesca, por ejemplo, un mandato razonable para que dicha cooperación pudiera materializarse fue paulatinamente desvirtuado por el Reino Unido. Hidrocarburos es el caso más patético de un acuerdo de cooperación que merecía haberse titulado como un acuerdo para estar en desacuerdo. El mismo día de su firma, el 27 de septiembre de 1995, las partes emitieron declaraciones interpretativas sobre el texto que acababan de firmar en la que señalaban que el acuerdo decía lo contrario que interpretaba la otra. Notable perspectiva de cooperación. Sin embargo, se realizó un esfuerzo diplomático hasta el 2007 a pesar de que a la semana de haberse firmado, el Reino Unido burló el acuerdo con un llamado a una ronda para conceder licencias de exploración y explotación. No fue un mes, sólo mereció una semana para que se supiera el significado de la palabra cooperación para el Reino Unido. Eso continuó una y otra vez.
Por lo tanto, la discusión sobre matices de implementación de una política de cooperación se convierte en abstracta cuando una de las partes, caprichosamente, se niega a bailar al compás de la misma melodía. Los únicos acordes de sensatez son los de la coherencia, la insistencia y la demostración del convencimiento de pregonar una causa justa. Hacerlo con razonabilidad, invitando al diálogo y la negociación, son el camino idóneo sin excluir, de darse las condiciones, un proceso de cooperación en temas de interés común. Para ello tiene que existir voluntad política sobre el fin que se persigue. Nada reemplaza a la diplomacia. Ni siquiera la fuerza de los hechos y menos aún la obstinación. El Reino Unido lo sabe como conoce que algún día deberá sentarse a la mesa de las negociaciones.
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