Los grandes organismos internacionales, como el caso de las Naciones Unidas por ejemplo, de muy poco valen cuando en el medio de las decisiones se encuentran involucrados algunos de los países mas poderosos, especialmente aquellos que integran el consejo de seguridad.
De esa manera, y con sus propias palabras, lo sostuvo el presidente brasileño Lula, con relación al conflicto que por las islas Malvinas mantienen la Argentina y Gran Bretaña, el cual se ha agravado ahora en virtud de la determinación británica de enviar una plataforma marítima para la búsqueda de petróleo, sin respetar los límites impuestos por las normas internacionales en cuanto a la pertenencia de la plataforma submarina.
Esta misma semana en México, la totalidad de los más de treinta países de América latina y el Caribe se pronunciaron en favor de nuestro país en el litigio con los ingleses por las islas, y especialmente, por esta decisión de llevar adelante la explotación petrolífera en una zona que está en disputa territorial. Fue entonces que Lula se preguntó "¿Cuál es la explicación de que Inglaterra esté en Malvinas y por qué razón las Naciones Unidas no tomó una actitud concreta por el incumplimiento británico de sus resoluciones sobre el conflicto", ante lo cual con una marcada ironía el mismo presidente de Brasil se respondió diciendo "Será porque Gran Bretaña está en el Consejo de Seguridad y puede todo, mientras los demás no podemos nada".
La descripción del mandatario brasileño es perfecta sobre el funcionamiento de estos organismos internacionales, que tienen una especial condescendencia con los países poderosos, pero que en cambio se muestran inflexibles con los demás.
Nosotros, es decir la Argentina, pasamos por duras experiencias durante 1982, cuando la guerra de las Malvinas. Todas las resoluciones estaban volcadas en favor de Gran Bretaña, que incluso llegó a hundir el crucero ARA "General Belgrano" -inofensivo por su obsoleto armamento- causando la pérdida de cientos de vidas, sin recibir siquiera una condena por tal acto criminal de parte de las Naciones Unidas, que sí en cambio reiteraban las advertencias a nuestro país.
Hoy, es Estados Unidos -alineado con los británicos en aquella contienda de 1982- quien llama al diálogo entre el Reino Unido y la Argentina, lo cual no es un dato menor, aunque tampoco puede soslayarse que es la primera vez que la mayor potencia del mundo reconoce el gobierno de Gran Bretaña sobre las islas.
Y en materia de recordar, por un conflicto que ha quedado grabado a fuego para nosotros, digamos que en ese entonces Estados Unidos comenzó actuando como mediador -jugando un rol muy importante en esa tarea el entonces secretario de Estado, Alexander Haig (quien falleció la semana pasada)-, pero a la vez fue volcándose decididamente en favor de los británicos al punto de suministrarle información satelital sobre el área, e incluso también cierto tipo de material bélico.
El reclamo argentino por la soberanía, sin dudas no debe apartarse de los cánones diplomáticos, sin entrar en el uso de la fuerza como alocadamente lo decidió la dictadura militar de ese momento, y aunque los organismos internacionales sean de dudosa eficacia cuando están en juego intereses de sus principales miembros, seguir insistiendo ante ellos.
Pero claro, la acción debe ser permanente y respaldada por los hechos concretos, no como ahora sucede con este tema de la plataforma marítima petrolera que los ingleses tienen en la zona, ya que esto se conocía desde principios de 2009, mientras que aquí recién surgieron las primeras reacciones en octubre pasado. Sin dudas, en esta clase de manejos internacionales, aunque en definitiva no se logre modificar los resultados, la diplomacia argentina o bien las decisiones del Ejecutivo, son lo suficientemente lentas como para convertirse en negativas.
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