También el cambio climático provoca guerras, aunque en este caso sean mayormente verbales. Allí luchan los ambientalistas contra los negacionistas, que son quienes atribuyen al curso natural de los ciclos del planeta todos los fenómenos atmosféricos que están arreciando, desde los extraordinarios temporales de nieve del hemisferio norte hasta las sequías y las inundaciones de otras latitudes. Los negacionistas hablan de la corriente marina de El Niño como culpable de la desesperante falta de lluvias en el Caribe y descartan toda responsabilidad humana sobre los descalabros del clima.
Los ambientalistas, en cambio, registran el agujero de ozono que no se cierra o la emisión de gases de efecto invernadero -provocada por las industrias y el tránsito masivo- como índices de una contaminación global cuyos efectos van quedando a la vista cada día con más evidencia. En los últimos 30 años se derritió la tercera parte de los hielos del mundo, incluidos glaciares y casquetes polares, de donde proviene buena parte del agua dulce de la Tierra. Empezando por el continuo desprendimiento de témpanos de la Antártida, el adelgazamiento de la capa helada del Ártico y el riesgo de aumento en el nivel de los mares, el proceso ocurre mientras los pronósticos del Servicio Meteorológico Británico anuncian que el 2010 se perfila como "el año más caluroso desde que se llevan registros en la materia".
Eso no lo sufre solamente el termómetro sino también el bolsillo. En el Uruguay, los altibajos del clima -empezando por la gran sequía de 2009- "han estresado el sistema energético", lo cual ha tenido un costo de 1.500 millones de dólares en los últimos cinco años, por concepto de compras de petróleo destinado a las usinas. El gasto seguirá, porque las predicciones anuncian que en este país el promedio de temperaturas aumentará unos 4º centígrados en los próximos años, según consta en el informe del Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático, donde se piden nuevas medidas para enfrentar un impacto "que ya influye en la producción nacional", de manera de coordinar métodos de lucha al respecto.
Mientras prosigue el debate y crece la alarma internacional, una cumbre del clima como la de Copenhague se estanca en el palabrerío inconducente y el protocolo de Kioto parece haber caído en el olvido, a pesar de las inundaciones que devastan el norte australiano, Andalucía o Madeira, y la mayor sequía de la historia aplasta a Venezuela y las Antillas, imponiendo racionamientos y apagones severísimos, tema en el que incide una falta de previsión que deberá remediarse en el futuro. El domingo 28 de febrero, un feroz temporal atravesó España, alcanzó vientos de 223 kilómetros por hora en Galicia, siguió hacia el norte, destrozó varias ciudades de la costa francesa y sopló con ráfagas de 175 kilómetros por hora en la cima de la Torre Eiffel, mientras en todo París volaban por el aire las latas de basura.
Ante un panorama que se parece a las películas de cine catástrofe, conviene saber que el calentamiento global no empezó ayer. Hacia 1470, una sucesión de inviernos muy suaves dejó a Groenlandia sin su corteza de hielo y licuó las aguas del estrecho entre esa isla y América del Norte, mientras en 1638 y en pleno mes de agosto (verano boreal) el vino se congeló en las copas de la mesa donde el rey Luis XIII cenaba con sus compañeros de cacería. Los especialistas coinciden en que deberán crearse instituciones capaces de controlar a escala mundial la contaminación atmosférica y frenar el calentamiento. Por ahora, cosechas enteras se pierden bajo lluvias diluviales o por la falta total de precipitaciones. En el Caribe ya piensan en desalinizar el agua de mar o en bombardear las nubes para provocar algún chaparrón, e imponen penas de cárcel a quien gaste más agua que la indispensable para beber o higienizarse, mientras en Tenerife las casas quedan anegadas y en el sur de Australia los incendios forestales devoran miles de hectáreas. Parece prudente tenerlo en cuenta para conocer la realidad que podrá venir.
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