El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva nació en diciembre de 2007, con la llegada de la presidenta Cristina Fernández al gobierno. Lino Barañao, primer titular de esa cartera, señaló en una entrevista con Página/12 los logros de su gestión para también señalar la falta de comprensión en algunos sectores sobre el valor económico de la ciencia. La formación de los profesionales de las ciencias económicas, la de los científicos y el divorcio entre ambos, fue abordado por el funcionario como una de las cuestiones a resolver para encontrar un camino más dinámico en el desarrollo y creación de valor económico a la vez que progreso tecnológico.
–A poco más de dos años de haber puesto en marcha el Ministerio de Ciencia y Tecnología, ¿qué evaluación hace en cuanto a la vinculación conseguida entre la práctica científica y el modelo de desarrollo económico que impulsa este gobierno?
–Nuestro trabajo estuvo centrado, fundamentalmente, en acoplar la generación de conocimiento con la actividad productiva, que es lo que ocurre en los países desarrollados con mejor calidad de vida. Nuestro país, si bien ha tenido un perfil agroexportador de commodities de bajo valor agregado, tiene un potencial muy grande para convertirse en un país exportador de bienes y servicios conocimiento-intensivos. Ya a mediados del siglo pasado quedó claro que estábamos entrando en la sociedad de la información, una vez que los volúmenes negociados por los servicios superaron a los correspondientes a los bienes materiales más tradicionales. Esto quiere decir que el conocimiento ha pasado a ser el factor generador de riqueza más importante y que por lo tanto es necesario tomar medidas para que esta inversión que la sociedad hace en generar conocimiento a nivel local tenga resultados a nivel de la actividad productiva y sobre todo a nivel de la generación de puestos de trabajo de calidad. Creo que la diferencia fundamental de este nuevo paradigma de producción asociado a la economía del conocimiento es que los trabajos son trabajos dignos y bien remunerados que permiten el desarrollo individual.
–¿Hubo un crecimiento acorde a esa evolución en los recursos que destinó el Estado al desarrollo de proyectos científicos?
–En 2003, cuando empecé en la Agencia de Ciencia y Tecnología, el presupuesto total para subsidios eran 30 millones de pesos y hoy tenemos cerca de 1000 millones. Y esto es un valor neto, lo que es estrictamente necesario para llevar un proyecto adelante, porque los sueldos corren por otro lado. Los mil millones de pesos van a subsidios para crear y desarrollar empresas con tecnología innovadora. Crecimos 30 veces.
–¿En qué áreas considera que se han logrado avances más destacados?
–Tenemos proyectos de investigación en curso por unos 480 millones de pesos en todas las áreas del conocimiento: desde tecnología de punta hasta las ciencias sociales. Esto es, proyectos que los investigadores argentinos proponen y son evaluados por sus pares a nivel nacional e internacional con un nivel de calidad internacionalmente competitivo y controlados. Se les controla a los investigadores hasta la resma de papel que compran, cosa que le molesta, pero es para mantener la transparencia de la gestión. Y hemos incorporado una nueva línea de proyectos de investigación, los que llamamos “startac”, que consisten en que de una investigación se derive una nueva empresa. Tenemos una compañía que ya está produciendo un nuevo sistema de inmunización para la producción de vacunas con una nueva tecnología en la Argentina a cargo del doctor Ricardo Golbaum y también hay empresas de software e informática. En total, ya hay mil empresas nacidas con este sistema.
–¿Cómo ha sido la articulación de la tarea en áreas que corresponden a otros ministerios?
–Un ejemplo de ello se pudo ver en el tema de salud, cuando respondimos rápidamente ante la epidemia de gripe A. También estamos colaborando activamente con el Ministerio de Desarrollo Social en aportar tecnologías para la solución de problemas sociales, como lo hicimos con un yogur probiótico desarrollado en un centro del Conicet en Tucumán, que mejora la respuesta inmunitaria de los chicos en edad escolar y ya se lo está distribuyendo. Este es un excelente ejemplo de cómo una investigación aparentemente básica tiene un impacto directo en la calidad de vida de la gente. También estamos trabajando con el Ministerio de Economía, en cuanto a la programación de los préstamos internacionales de los que dependen nuestras acciones. Y con el Ministerio de Defensa ahora estamos encarando un plan para desarrollo de tecnologías duales y la formación de recursos humanos de las Fuerzas Armadas. Creemos que hoy por hoy las Fuerzas Armadas pueden tener un lugar importante en el desarrollo productivo, como supieron tenerlo en períodos exitosos de la historia nacional. En aquel momento fue la siderurgia lo que lideró el desarrollo económico y las Fuerzas Armadas tuvieron un papel preponderante; ahora la cosa pasa por la informática, la nanotecnología y los nuevos materiales.
–¿Cómo trabajan en el desarrollo de una nueva empresa en el área tecnológica?
–El procedimiento es el siguiente: se parte de una investigación exitosa; luego invierte el Estado. Después, cuando la empresa ya tiene un valor importante, se busca un inversor. Es un procedimiento similar al del programa de apoyo a las empresas del Fontar (Fondo Tecnológico Argentino), que dio origen a empresas jóvenes como Delta Biotech, que hoy exporta y está abriendo sedes en España.
–¿Cómo es la financiación?
–Damos créditos a tasas más bajas e inclusive damos aportes no reembolsables que cubren el 50 por ciento del proyecto: la empresa pone la otra parte, que puede ser en personal y no necesariamente en efectivo. Y el Estado le otorga la mitad en forma de subsidio pleno. Tiene que tratarse de un proyecto innovador con riesgo tecnológico, que no exista en el país, que no sea una copia de lo que ya existe y que implique la producción de algo de manera novedosa, con mejor calidad, menor costo ambiental y todo lo que implique más generación de valor diferencial en un producto.
–¿Es imprescindible que el Estado aporte el 50 por ciento?
–Es una de las mejores inversiones que puede realizar el Estado. En Brasil se hizo lo mismo y se observó que por cada real que pone el Estado recupera entre tres y siete reales en impuestos. Por otra parte, veamos lo que hacen en Estados Unidos. Uno tiende a pensar que en las empresas norteamericanas se invierte todo de sus propias ganancias y, en realidad, también están financiadas por el Estado.
–¿Cuenta Argentina con empresarios emprendedores como para llevar adelante estos proyectos de raíz tecnológica?
–Si hay algo que ocurre en los países europeos y también en China es esta vocación de crear nuevas empresas de base tecnológica. Una diferencia muy grande que existe entre China y Latinoamérica es que si uno hace una encuesta a la salida de las universidades de China, el 85 por ciento de los chicos dice “Yo quiero crear una empresa” y si se repite la pregunta en América latina, el 85 por ciento dice “Yo quiero tener un empleo”. El problema es que el empleo no existe. Muchas de nuestras universidades, especialmente las más grandes, se forjaron alrededor de la idea de formar profesionales para grandes empresas ya existentes. Hoy tenemos que incorporar el concepto de que algunos de estos profesionales tienen que tener el compromiso de crear empresas para que el resto de los profesionales tengan un empleo. Y para que también lo tenga el hijo de esa persona que no va a la universidad, pero que está pagando con sus impuestos la carrera de ese egresado.
–¿Y por qué no se creó en Argentina un Silicon Valley, un polo tecnológico que atrajera a los proyectos en marcha?
–Porque nos faltaba masa crítica, pero vamos rumbo a tenerlo. En el área de software, que es la que más ha crecido en este último tiempo, tenemos ya la posibilidad de tener clusters, aglomerados productivos para crear algo equivalente al Silicon Valley. Es importante crear esto en la proximidad de las universidades, como sucede en Estados Unidos, que se ubican al sur de San Francisco o alrededor de Boston. Acá habría que crearlos en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza y con determinadas orientaciones productivas de acuerdo con la actividad productiva de la región. Yo estuve en el Silicon Valley buscando cuál era el factor determinante y lo que las empresas quieren es ubicarse donde haya innovación genuina, donde haya grupos de científicos que tengan ideas novedosas que puedan ser potencialmente aprovechadas.
–¿Faltan recursos humanos?
–Teníamos una carencia que ahora se está revirtiendo. Por un lado estamos recuperando científicos que se habían ido y ya han vuelto más de 700. Y por otro, estamos teniendo programas de formación focalizados, a diferencia de lo que se venía haciendo. Ahora, mandamos a formar gente manteniendo el contacto con el proyecto original en líneas tecnológicas que tengan potencial en el país. Garantizando, en la medida de lo posible, que esa persona al terminar su formación regrese y se inserte de forma productiva en el país; no podemos seguir exportando cerebros gratuitamente.
“PARA EL BANCO, LA PATENTE NO VALE”
–¿Usted cree que existen trabas institucionales a la transferencia del avance científico a la economía, para que el progreso tecnológico se traduzca en más o mejores empresas?
–Cuando una empresa tecnológica va a pedir un crédito para aumentar su producción o internacionalizarse, el gerente del banco le valúa el equipo y el edificio que tiene y ya está; no le valora las patentes que tiene ni los mercados, porque la valuación de los intangibles no está instalada en el sistema financiero argentino. Entonces, nos encontramos que toda la voluntad y esfuerzo que estamos poniendo, cuando empieza a tomar una nueva escala, se frustra. Nos está faltando un sistema financiero que nos acompañe para que este proyecto tenga sentido: siempre dije que íbamos a tener éxito el día que saltemos de la página de ciencia y pasemos a la de economía. En otros términos, necesitamos tanto científicos conscientes del valor económico de lo que producen como economistas conscientes del valor intelectual que hay en el país.
–¿Qué se necesita para crear concientización sobre la relación entre ciencia y economía?
–El MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), tan famoso, es conocido por su calidad y la cantidad de premios Nobel trabajando ahí. Pero lo que mucha gente no sabe es que uno de cada quince puestos de trabajo hoy en día en los Estados Unidos se deriva de lo que hicieron los científicos trabajando en el MIT. Para cualquier político estadounidense queda claro que el MIT tiene un valor importantísimo desde el punto de vista de la economía y no sólo por una cuestión del prestigio cultural del país: es un motor de la economía. Lo mismo podemos decir de las universidades del sur de California. Y existe toda una política para hacer que todo ese conocimiento se transforme de manera eficaz en un beneficio para la sociedad. El problema que tenemos en la Argentina es que todavía este concepto de riqueza sea asociado a la idea de lucro indebido, tenemos el preconcepto de que en la universidad generar riqueza o apuntar hacia el sector productivo es mercantilizar la ciencia. Yo creo que deberíamos superar esto y entender que para la universidad generar riqueza no sólo no es un pecado sino un deber moral.
“Poco, pero de muy alta calidad”
¿En qué rango internacional ubicaría a la Argentina en materia de innovación tecnológica? ¿Quedamos muy lejos de los países de punta? ¿Estamos tecnológicamente atrasados?
–La situación es heterogénea. Si consideramos la tecnología nuclear, estamos entre los cinco países que venden reactores. Si consideramos animales transgénicos que producen medicamentos, estamos dentro de los tres países con empresas dedicadas a eso. Si miramos el caso del software, es interesante porque las empresas argentinas han encontrado nichos particulares: no producen soluciones masivas, sino cuestiones más específicas como software de administración para alguna empresa dada y lo hacen en tiempo y en forma con controles de calidad muy altos. IBM Argentina logró certificar una calidad más alta que IBM India; la gente de Global, que hace verificaciones de software para juegos, me contaba que Argentina está desplazando a todos los demás países en la detección de errores en videojuegos. Una empresa de seguridad informática de gente joven le vendió software a la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Está también Invap, que es una empresa estatal con lógica de empresa, no es un instituto de investigación, que trabaja con conceptos de calidad y competencia de mercado. Quizá las operaciones sean de volúmenes pequeños, pero de muy alta calidad.
“Más graduados de informática”
En función del modelo que están impulsando, ¿la cantidad de graduados en carreras tecnológicas está muy por debajo de las necesidades?
–Hay un desbalance en la cantidad de graduados entre las áreas en las que más necesitamos gente (tecnológicas y exactas) frente a las otras. Nosotros creemos que no se puede establecer un mecanismo coercitivo y forzar patrones de cupos, sino que es factible hacer más accesibles las carreras tecnológicas por distintos métodos. Uno es ofrecer becas; por ejemplo, tenemos un déficit en graduados en el área de informática, no sólo porque se enrolan menos, sino porque la gente trabaja y no termina su carrera, lo cual a la larga es un limitante para la empresa que lo toma. Y lo que hicimos fue dar becas de grado, un estipendio para que no tengan la presión de salir a trabajar tempranamente dejando inconclusos sus estudios. Esto se complementa con lo que hace el Ministerio de Educación con las Becas del Bicentenario orientadas para las carreras tecnológicas. Esto tiene un impacto muy importante y se va camino a las 40 mil becas.
–Hay una idea consolidada acerca de que una carrera científica raramente pueda dar una salida laboral atractiva...
–Necesitamos cambiar ese arquetipo y mostrar que alguien que hace ingeniería, software, biología o química tiene un potencial de tener un empleo importante. La otra posibilidad es que puede ser un joven emprendedor.
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