Se dice que Córdoba creció de espaldas al río Suquía. El curso de agua que propició la fundación de la ciudad se fue convirtiendo en una víctima de sus habitantes, desprotegida por el Estado.
Por décadas fue el destino de la basura que se producía en la urbe, hasta que el intendente Ramón Bautista Mestre decidió recuperar el río. Se limpiaron las costas, se parquizaron, se convirtió en una rápida vía de comunicación.
La luna de miel entre los cordobeses y el Suquía se extendió hasta finales de los '90, cuando entró en una debacle que parece no tener fin.
Abandonado, contaminado, herido. Así está el río hoy, lejos de su esplendor y sin ningún organismo estatal que se haga cargo de recuperarlo.
Que haya contaminación fecal en El Infiernillo y en La Cañada afecta directamente al río, que es el que recibe esas aguas.
Hubo promesas -decenas-, de revivir el río. La última fue la del intendente, Daniel Giacomino, de convertir al Suquía en un extenso parque lineal, en concordancia con un promocionado plan director que fue lanzado para dirigir las nuevas inversiones inmobiliarias hacia sus costas.
Pero la realidad está a años luz de las promesas. El río sigue avanzando hacia un futuro cada vez más negro, cada vez más relacionado con su pasado de basural y lugar abandonado por la ciudad; convertido en una amenaza para la salud de sus habitantes.
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