La humanidad celebra hoy el Día Mundial del Agua para llamar la atención de estados, gobiernos y sociedad civil sobre la necesidad de preservar un recurso que, además de vital, se está reduciendo paulatinamente, ante la falta de políticas responsables para ampliar y garantizar la calidad de las fuentes hídricas disponibles.
El balance es desalentador. Según la ONU, 884 millones de personas no tienen hoy acceso al agua potable, lo cual significa insalubridad, servicios de saneamiento deficientes y más exclusión social. El resultado: la muerte de 1,5 millones de niños al año y 2.500 millones de personas sin un adecuado sistema de redes de agua y desagüe.
Al deficiente desabastecimiento se suma la contaminación del recurso: diariamente dos millones de toneladas de aguas residuales son vertidas sin control. Y en países como el nuestro, más del 90% de los desechos sin procesar y el 70% de los desechos industriales van al mar sin ser previamente tratados.
Este diagnóstico lamentablemente se repite en el Perú, donde el problema del agua tiene muchas caras: en principio, el acceso a las redes públicas es insuficiente para un sector mayoritario de la población que vive en la precariedad, principalmente familias pobres obligadas a pagar más a camiones-cisterna y aguateros abusivos. Luego, las principales fuentes acuíferas, que son los ríos y lagos, siguen contaminadas. El país sufre las consecuencias de la deficiente administración de la capa freática, explotada en demasía, lo que agota este reservorio natural.
Tenemos otras razones para estar preocupados. Como analizan los expertos, dentro del contexto de un cambio climático —que afecta glaciales y ríos— no estamos haciendo lo suficiente todavía para garantizar el tratamiento de las aguas residuales y su reutilización; tampoco para enfrentar las consecuencias de la reducción del agua dulce con los daños que ello genera en la degradación del medio ambiente, la productividad de la biomasa y la diversidad biológica.
Una segunda tarea pendiente radica en la ampliación de las obras de saneamiento y la mejora de la gestión de los servicios públicos. No olvidemos que, irónicamente, en el Perú muchos no tienen agua en sus casas, mientras otros la desperdician.
Corresponde que nuestro país aborde esta agenda y se sume responsablemente a las múltiples iniciativas que desde el ámbito internacional se han lanzado para preservar tan indispensable recurso, sobre todo en esta parte del continente que acoge casi la mitad de las reservas de agua dulce mundiales.
Como ya ha advertido el BID, es positivo que el Perú haya mantenido a raya los equilibrios fiscales, el crédito externo, el desempleo, la extrema pobreza e incluso el impacto de la crisis internacional. Sin embargo, el siguiente paso es llevar bienestar a los sectores más deprimidos que necesitan del subsidio de programas sociales y servicios básicos insustituibles.
Se trata de políticas inclusivas que pueden atacar el problema del agua y, al mismo tiempo, generar trabajo si el Estado se decide a impulsar la inversión pública para mejorar los servicios de saneamiento y coadyuvar a un idóneo manejo de cuencas. Empecemos por allí.
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