Las lluvias son esperadas por su efecto beneficioso para las personas y el mundo vegetal. Por meses no llueve una gota en nuestro suelo semidesértico y las consecuencias saltan a la vista: cuando llegan las precipitaciones, el alivio se apodera de la mayoría de los mendocinos.
Ahora ha sobrevenido, al parecer un poco atrasado, otro período de lluvia que, además de producir su cuota de bonanza, causó importantes destrozos en varios departamentos, castigando, como siempre ocurre, a los sectores más pobres de la composición de nuestra sociedad.
No fueron las precipitaciones en sí las causantes del deterioro en calles y rutas, barrios, agricultura y caminos, sino que buena parte del origen de tanto estrago lo provocó el desborde de acequias, hijuelas y grandes canales, como el Pescara. Debido a la acumulación de residuos en su interior, las aguas salieron de sus lechos originales, invadiendo los espacios públicos donde las personas trabajan, residen o utilizan como esparcimiento, sobre todo en barrios cercanos a los cursos.
Puede ocurrir que haya acequias de escasa capacidad, desagües deficientes y sifones obstruidos por mala construcción y hasta defensas mal hechas o colocadas. Pero vemos que la mayor responsabilidad en el deficiente comportamiento de los cauces ha sido el vuelco irresponsable de todo lo que se desprecia y molesta en una casa: basura.
En los municipios de Maipú y Guaymallén se afirma que recientes operativos de extracción de materiales extraños a las estructuras por donde circula el agua, alcanzó a nada menos que 60 toneladas en cada una de las jurisdicciones.
¿Quién tirá a los cauces bolsas de residuos, colchones, neumáticos de autos y chatarra de la más diversa composición y una vastísima colección de envases de plástico? Nunca se sabe quién actúa de esa mezquina forma porque ese vuelco nocivo se practica en la oscuridad y el anonimato o, si se lo hace a la vista de todos, hay poca capacidad de respuesta en la comunidad para denunciar estos episodios y escaso o nulo control y vigilancia por parte de las autoridades.
La jefa comunal de Maipú, fastidiada por el derrame de cunetas y cursos mayores en su territorio a causa de la basura arrojada negligentemente, prometió sancionar con multas a quienes lleven a cabo estas prácticas. Pero, seguramente la buena intención de la funcionaria no podrá tener una contrapartida práctica porque la aplicación de la sanción es de difícil aplicación.
Los ingentes gastos que producen las operaciones de limpieza de las acequias y otros colectores utilizados para el riego o la evacuación de caudales, son enormes. Si los municipios y la Dirección de Hidráulica no tuvieran que afrontarlos, tal vez podrían derivarse esas inversiones a la parquización de espacios, a la mejora de plazas y a otras obras al servicio de la gente.
En campañas de difusión masiva; en la toma de conciencia de los niños a través de la enseñanza escolar y, lamentablemente, en la represión legal de episodios de contaminación como los narrados. Habrá que poner la esperanza para neutralizar tanto daño y atentado contra la seguridad de las personas.
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