Ningún país puede ignorar la experiencia de los terremotos de Chile y Haití. No podemos impedir que desastres como esos se produzcan, pero sí podemos reducir enormemente su impacto tomando de antemano medidas adecuadas de reducción del riesgo.
Hace una semana visité en Chile la zona afectada por el terremoto. Pude ver cuántas personas habían salvado la vida porque los gobernantes chilenos habían aprendido las lecciones del pasado y prestado atención a las advertencias sobre crisis futuras.
La aplicación de códigos estrictos de edificación antisísmica aseguró que el número de víctimas no fuese mucho mayor. El entrenamiento y el suministro de equipo por anticipado a los servicios de primeros auxilios permitió contar con socorro minutos después del temblor. La aceptación del principio de que los gobiernos tienen la responsabilidad de prepararse para los desafíos del futuro además de hacer frente a los actuales contribuyó a prevenir víctimas más que cualquier posible medida de socorro.
En Chile, el número de muertos ascendió a varios centenares, en un terremoto de gran magnitud -8,8 en la escala de Richter- el quinto en intensidad desde que se empezaron a hacer estos registros. En Haití, un terremoto menos fuerte causó cientos de miles de muertos. En Haití no había códigos de edificación o, si los había, no se hacían cumplir, y el estado de preparación era muy deficiente.
La experiencia es de aplicación universal. Ningún país es inmune a los desastres, terremotos o inundaciones, tormentas y olas de calor. Los cinco continentes son afectados por desastres naturales cada vez más intensos, creemos que como resultado del cambio climático. Muchas de las personas más pobres del mundo viven en ciudades densamente pobladas y sometidas a altos riesgos en zonas expuestas a inundaciones o a terremotos o a ambas cosas.
Hay que difundir la cultura de la reducción del riesgo de los desastres. Es alentador ver que ya hemos emprendido ese camino.
En 2005, 168 gobiernos aprobaron el Marco de Acción de Hyogo, un plan decenal destinado a proteger mejor al mundo de los desastres producidos por peligros naturales.
El Marco de Acción de Hyogo pone a disposición de las autoridades nacionales un programa para evaluar y reducir los riesgos con medidas de planificación, capacitación y educación del público. Un ejemplo es garantizar que las escuelas, los hospitales y otros componentes básicos de la infraestructura pública cumplan determinadas normas de seguridad.
De acuerdo con el Marco de Acción de Hyogo, las Naciones Unidas han asignado prioridad a la reducción del riesgo de desastres. He nombrado a un Representante Especial para la Aplicación del Marco de Acción de Hyogo y en el 2009 presidí la ceremonia de presentación del primer informe de evaluación global sobre la reducción del riesgo de desastres en Bahrein.
Ya se han hecho progresos en este campo. En Bangladesh murieron más de 500 mil personas durante el ciclón Bhola en 1970. Después se construyeron 2.500 refugios contra ciclones en plataformas de hormigón elevadas y se capacitó a más de 32 mil voluntarios para ayudar en evacuaciones. Cuando el ciclón Sidr azotó el país en 2007 con mareas enormes, el número de víctimas mortales no llegó a 4.000. El ciclón Nargis, un fenómeno similar que se produjo en mayo de 2008 en Myanmar, donde no se habían tomado medidas de preparación, costó la vida a 140 mil personas.
Cuba padeció cuatro huracanes en 2008. Sufrió daños físicos por valor de 9.000 millones de dólares pero hubo muy pocas víctimas mortales.
Las pruebas son abrumadoras, pero las lecciones que dejan desastres como éstos se olvidan con lamentable rapidez. Muchos gobiernos no han tomado las medidas prácticas que se proponen en el Marco de Acción de Hyogo.
Algunos países aducen que no pueden permitirse usar los recursos que el modelo de prevención requiere. A mi juicio, ningún país puede permitirse no adoptar ese modelo.
Sabemos que, tomando medidas de prevención, en realidad a largo plazo los gobiernos tienen que hacer frente a menos gastos. Cuando China destinó 3.150 millones de dólares a reducir el impacto de las inundaciones entre 1960 y 2000, evitó pérdidas estimadas en unos 12.000 millones de dólares.
Se han hecho economías parecidas en Brasil, la India, Vietnam y otros países.
Todos tenemos una función que cumplir.
Los gobiernos, nacionales y locales, deben tomar todas las disposiciones necesarias para que las comunidades puedan superar tanto las dificultades cotidianas como las perturbaciones súbitas.
En las zonas expuestas a inundaciones y terremotos, la solución es promulgar y hacer cumplir reglamentos de edificación.
En las zonas donde las inundaciones son frecuentes, la solución es trasladar o mejorar los asentamientos precarios, restaurar las barreras costeras naturales, como los manglares, suministrar tierras de mejor calidad y mejor infraestructura a los grupos pobres de las zonas urbanas e instalar sistemas eficaces de alerta temprana.
Medidas como éstas salvarán a muchos miles de personas que de otra forma morirán. Las Naciones Unidas están dispuestas a ayudar a los gobiernos a crear capacidad de preparación a nivel nacional y regional. Las naciones donantes deben financiar medidas de reducción del riesgo de desastres y de preparación. La adaptación al cambio climático, en particular, implica hacer inversiones en sistemas de reducción de daños, preparación y gestión para casos de desastre.
Los terremotos de Chile y Haití nos demostraron una vez más por qué las medidas que se toman antes de los desastres son decisivas. Para impedir que los peligros naturales se conviertan en desastres, todos debemos actuar más pronto y actuar con más eficacia.
* El derecho de publicación de este artículo en la Argentina fue cedido por la ONU en exclusiva para El Cronista y Cronista.com.
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