Amargura, impotencia, bronca, incertidumbre, incluso fortaleza -a pesar de todo- son algunas de las sensaciones que corren por las venas de más de ochocientas personas que fueron arrastradas por el agua hacia “el otro lado” de Colonia Dora, a donde la fuerza del río Salado no pudo llegar, y ahora pasan los días como evacuados en improvisados centros de alojamiento, o bien amontonados en los rincones de la casa de algún familiar o vecino bondadoso.
La mayoría –sino todos- se quedó con las manos vacías. Apenas algunos lograron salvar unas pocas gallinas y otros animales. La mayoría pereció ahogada bajo la crecida que no les dio tiempo a los pobladores para reaccionar y arriarlas hacia zonas altas.
Algunos llevan una semana y otros todavía más tiempo en los centros de evacuación, pero todos comparten la impotencia de no haber podido ganarle al agua, ese elemento que durante meses había sido escaso en casi toda la provincia y que también había significado la muerte de los animales que son su principal sustento, aunque entonces había siempre esperanza de alguna lluvia salvadora.
Virginia Gómez (54) dejó su hogar en el paraje Bracho Laguna y ahora intenta acomodarse al ritmo que le impone su nueva casa, un viejo edificio que perteneció a la Cooperativa de Colonos Unidos. Allí vive y comparte el lugar con otras 15 personas de tres familias que compartían el campo donde vivía. Según detalló, perdieron más de 150 gallinas, decenas de cabritos, un horno con el que fabricaban ladrillos, además de varias hectáreas con alfalfa y maíz, colchones, ropa y otros elementos de trabajo, porque el agua superó los 50 centímetros dentro de su rancho.
“No sé que vamos a hacer ahora. Lo más urgente que necesitamos es una casa para volver porque la nuestra era de barro. Pero también nos preocupa el futuro, porque hemos perdido todo y no tenemos de qué vivir. Antes vendíamos huevos o los animales, pero ya no tenemos ni qué vender. Es una tristeza muy grande para nosotros todo esto. Quisiéramos estar en nuestra casa y no encerrados como aquí”, contó sin poder contener sus lágrimas.
Incluso el orgullo de muchos campesinos fue tocado en lo más profundo. La mayoría asegura que nunca había dependido de la generosidad de nadie para salir adelante. Su fortaleza estuvo siempre en sus animales y en sus campos cultivados. “Con eso nos alcanzaba para vivir”, dijo Virginia, que ahora recibe resignada un plato de comida diario de la gente que los asiste en Colonia Dora.
“Desde el miércoles estamos aquí con algunos pocos animales que logramos sacar pero después perdimos todo. Hasta las herramientas como máquinas, sulkis y prensas. Para el colmo hasta la casa se hundió”, relató Norma Sosa, en medio del bullicio que generaban los 45 niños que viven hoy en una casa comunitaria.
Norma y los suyos están en un rancho del barrio Toldería, donde antes de la crecida sólo había cinco moradores. Tras la inundación, increíblemente el reducido espacio se acomodó para albergar a 71 personas, aunque hoy quedan 64. Todos son familiares suyos que abandonaron sus casas del paraje Mancapa.
La trastienda
Alimentación. Diariamente, gendarmes del Destacamento Móvil 5 cocinan 700 raciones de almuerzo y otras tantas de cena para los evacuados instalados en los centros de evacuación. Una cocina instalada en el Hospital de Tránsito es el lugar de trabajo de dos maestros cocineros y cuatro ayudantes. Guiso fue el menú de ayer.
Sanidad. Desde el domingo están instaladas en la plaza de la ciudad varias carpas de la Dirección Nacional de Emergencias Sanitarias. “Se han atendido los casos comunes como la pérdida de medicamentos, problemas atinentes a la mudanza, gripe o afecciones virales. Por ahora no hay peligro de epidemias a pesar de ser un riesgo”, dijo el Dr. Rodolfo Pagliase, el coordinador.
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