Los memoriosos recuerdan que en la zona de La Puntilla donde actualmente están ubicados los barrios Huerto del Sol y El Pinar los viñedos se extendían generosos y sólo había una construcción: una casa de té, famosa hace años. Esos vastos terrenos se lotearon en propiedades que iban de los 600 a los 1.000 metros cuadrados y, en principio, esa zona, más ligada a la vitivinicultura que al crecimiento urbano, fue elegida por familias para construir en ese lugar una casa de fin de semana. Pero con el paso del tiempo se convirtió en una opción para vivir allí, cerca de grandes centros urbanos, sin perder el verde privilegiado de su entorno.
Los inicios
A principios de la década del ‘70, muchos compraron los lotes de sus futuros hogares. Tal fue el caso de Omar Rita, quien fue el primer presidente de la unión vecinal Huerto del Sol y El Pinar y recuerda que antes los motivos aglutinantes de las reuniones vecinales eran la pavimentación de ciertas calles o la instalación de los servicios esenciales, que con el paso del tiempo fueron solucionándose para dar lugar a un problema común en muchos conglomerados urbanos: la seguridad.
El actual presidente de la unión vecinal, Carlos Raballo, indica que si bien no están exentos a algunos problemas, los barrios han logrado mantener la tranquilidad. Para ello cada familia paga un canon mensual para la vigilancia, que se traduce en personal de vigilancia en puestos fijos y dos vigiladores que recorren las calles en motocicletas las 24 horas. Si bien se trata de factores disuasivos, el sistema ha funcionado y, por ejemplo, un vecino que va a llegar tarde a su casa puede pedirle al vigilador que lo acompañe hasta su casa al momento de entrar el vehículo.
Basamentos ecológicos
En los perímetros de los barrios hay añosas arboledas que los vecinos vigilan que se mantengan en buen estado e incluso en algunos casos han llegado a construir sus casas alrededor de los árboles preexistentes en sus lotes, para no dañarlos.
Son pioneros en el proyecto de reciclado de basura no orgánica, para lo cual cuentan con contenedores dispuestos en varios puntos estratégicos, donde depositan botellas de vidrio, plástico, cartones y tienen uno especial para pilas. La Municipalidad de Luján pasa dos veces por semana a recolectarlos.
Su conciencia por el valor del agua en un clima como el nuestro llevó a algunos vecinos a tener jardines con especies autóctonas del clima semidesértico mendocino.
Si bien cuando les vendieron los terrenos había una especie de reglamentación que hablaba de que los cercos debían ser verdes o la prohibición de cierto tipo de construcciones, entre otras normas, la inseguridad hizo que se modificaran y, por ejemplo, los cierres pasaron a ser rejas y paredones.
Vivir puertas adentro
Las calles al mediodía de un día de semana aparecen desiertas. Pero, al parecer, el movimiento no se intensifica demasiado los sábados y domingos.
Es que en estos barrios residenciales de clases media y alta la mayoría ha construido sus casas de manera tal de poder permanecer en ellas todo el tiempo posible. Al ser terrenos muy amplios, no tienen la necesidad de tener que salir para hallar un espacio verde de recreación y las familias con niños, en algunos casos, han dispuesto juegos en sus jardines, por lo cual los de la plaza suelen quedar vacíos.
Esto también se explica por un particular fenómeno. “Muchas de las familias que están desde el principio ya tienen los hijos grandes y los únicos niños de la casa son los nietos”, afirma Carlota Duo.
Otra vecina, Silvia Hoffmann, aclara que además no ha habido tanto recambio con respecto a los propietarios, es decir que las viviendas siguen en manos de los primeros dueños, cuyos hijos ya han formado sus propias familias.
Participación escasa
La falta de participación de muchos vecinos en lo referente a los problemas vecinales es un factor común en muchos barrios y Huerto del Sol y El Pinar no son la excepción. La cuota mensual es más que accesible (sólo $5) y de los 100 adherentes que tienen entre 60 y 70 los pagan, aunque los barrios estén compuestos por cerca de 300 familias. El dinero recaudado ha servido, sólo para citar ejemplos, para pagar el 50% de una casilla de vigilancia o alambrar las márgenes del río seco de calle Viamonte, ambas obras importantes.
Igualmente, Carlos Raballo no se desanima y ya va por el quinto período al frente de la unión vecinal. Él, al igual que otros vecinos, considera que no podría irse de su barrio. Una de las razones es el microclima que existe en la zona: “En verano, hay unos 5 o 6 grados de diferencia…¡y en invierno también!”, comenta Omar Rita, seguramente anticipándose a los fríos que deberá enfrentar los próximos meses.
Silvia Hoffmann recuerda que llegó a este lugar en 1985 “y no me voy a ir nunca”, aclara. Como razones, Carlos Raballo sólo nos pide que miremos por la ventana. El paisaje es tan elocuente que no le hace falta tener que dar más motivos.
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