Es increíble la desidia y el fetichismo con el cual la Argentina maneja el tema Malvinas. Las islas tienen un ingreso por habitante, conforme el poder adquisitivo (PPP), de casi 40.000 dólares: más que Alemania, más que Francia, y dos veces y media más que la Argentina. A eso no se llegó explotando petróleo sino sacando calamares, en asociación con pesqueras españolas y japonesas.
La Argentina ni se inmutó hasta que apareció petróleo, que siempre tiene un efecto mágico. De repente, aparecen las reacciones indignadas, que debieron haber comenzado hace mucho. No nos damos cuenta que, tanto cuando se explota calamar como cuando se explora petróleo, el gobierno británico hace que el contratante sea el llamado gobierno de las islas. Con esto, va afianzándose ante la comunidad internacional la idea de que allí hay un pueblo, que tiene derecho a la autodeterminación.
La Argentina tiene un arma para destruir ese argumento, pero no la usa. Ocurre que la propia ley del Reino Unido dice que los habitantes de las Malvinas no son un pueblo aparte, sino ciudadanos británicos, iguales que los que viven en Londres o Manchester. Hace mucho que esto debió haber sido llevado a Naciones Unidas, donde Inglaterra no tendría modo de resolver su contradicción.
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