El agua salada cubre un 71 por ciento de la superficie terrestre; el agua potable, en cambio, está desigualmente distribuida en el planeta y presenta, por lo tanto, un cuadro diverso de abundancia y de escasez según pueblos y regiones. En América latina, el 25 por ciento de sus habitantes viven en estado de estrés hídrico. En nuestro país, alrededor de ocho millones carecen de una red que los alimente de agua potable y se calcula que 21 millones viven en áreas en las que faltan los desagües cloacales. Debe tenerse en cuenta, además, que aproximadamente el 66 por ciento de nuestro territorio se compone de suelos áridos o semiáridos. Estos datos que nos afectan directamente se reproducen en otros continentes y naciones.
Por otra parte, la presión del crecimiento demográfico unida al mayor consumo de agua, que se multiplicó por seis en el siglo pasado, concurre a la disminución del vital elemento para la supervivencia. Incluso, grandes emprendimientos de represas construidas para resolver problemas de provisión de energía eléctrica, regadíos y otros beneficios, han provocado a la vez los efectos adversos, como los cambios climáticos, o el anegamiento de tierras fecundas y la destrucción de bosques en la construcción o bien la retención de sedimentos y que, imprevistamente, han servido para la difusión de enfermedades parasitarias.
Este planteo somero de las razones que justificadamente inquietan por el porvenir de las existencias de agua potable, que ya es para muchos una dura realidad cotidiana, obliga a extremar los cuidados para no despilfarrar un bien escaso. En este sentido, es menester insistir en consejos simples aplicables en la vida doméstica, como el cuidado en dejar las canillas cerradas, aprender a reutilizar el agua de lluvia para tareas de limpieza o hacer un cuidado racional del jardín.
En otros planos de la actividad, es menester aludir a las iniciativas que ponen en marcha organizaciones, como la Fundación Vida Silvestre, para un tratamiento productivo sustentable que preserve el medio ambiente en que se desarrolla la labor económica de una población, como en el caso de los humedales del norte de Santa Fe y de la bahía de Samborombón. Así también, merece destacarse la labor de la Asociación Alihuen, de La Pampa, que procura cuidar la calidad del agua y para ello controla la presencia de contaminantes, como el arsénico, en los cursos de las aguas provinciales. Igualmente, es plausible la observación atenta del Riachuelo, verdadero foco de infección alimentado por los desechos industriales y basura domiciliaria que se siguen vertiendo, como lo señala La Fundación Metropolitana.
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