Las pérdidas de agua del sistema están íntimamente ligadas a las transformaciones de la materia orgánica, desde el aporte de residuos hasta la formación de la materia orgánica más transformada o humus.
Por un lado, buena cantidad de residuos convenientemente ubicados dará la protección necesaria para que el agua penetre fácilmente y sea mantenida por más tiempo.
Por otro lado, una buena cantidad de humus mejorará la estructura del suelo, la dinámica del agua y la disponibilidad de agua y nutrientes para los cultivos.
Es decir, la materia orgánica tiene un sentido más amplio que el que usualmente se le asigna; es mucho más que el humus, ya que incluye materiales de fácil degradación íntimamente ligados a la fertilidad del suelo y materiales altamente transformados ligados al ambiente físico.
Ambos interactúan positivamente, generando las condiciones para el mejor desarrollo de los organismos del suelo y los cultivos, fuente del nuevo material orgánico que reanuda el ciclo.
En este ciclo virtuoso, un buen manejo de la materia orgánica mejora el uso del agua y ello aumenta la producción del cultivo y el aporte de residuos, incrementando la materia orgánica del suelo.
Las lluvias han modificado el preocupante panorama, cambiando el ánimo y las perspectivas. Cuando escasea un recurso es cuando más lo valoramos. En el caso del agua, debemos cuidarlo y usarlo con la mayor eficiencia posible.
Conocer cómo es la dinámica del agua en el sistema permitirá aplicar las prácticas de manejo más apropiadas a cada situación, aumentar la eficiencia en su uso y maximizar la productividad.
El agua es el factor clave para la vida en el planeta. Si bien es un elemento abundante, alrededor del 97% es salada y, del resto, la mayor parte se encuentra en los polos o es subterránea. Se convierte por ello en un recurso limitado, requerido para consumo humano y para aumentar la producción de alimentos de una población cada vez más numerosa.
La única manera de satisfacer estos requerimientos crecientes es aumentar la eficiencia en el uso del agua en los sistemas productivos, tanto en la agricultura bajo riego como en secano. En estos últimos, donde el agua para los cultivos proviene sólo de las lluvias, su cantidad y distribución son determinantes de la producción del sistema.
En las regiones semiáridas y subhúmedas, como en el área de influencia de Bahía Blanca, el aporte de agua de lluvia es relativamente escaso y muy variable.
En los registros de precipitaciones de la EEA Bordenave del INTA, durante el período 1928-2008, aparecen décadas en promedio más húmedas que otras, con un valor medio que puede oscilar entre los 600 y 700 milímetros anuales.
Sin embargo, en ese período existió una gran dispersión de los valores, la mayoría de los cuales estuvo por fuera de dicho rango. Más concretamente, la frecuencia de los valores observados indica que sólo el 23% de los años tuvo lluvias anuales dentro del rango de 600-700 milímetros, mientras que otro 43% de los años presentó lluvias inferiores a 600 mm. y el 34% restante, lluvias superiores a 700 mm.
Es decir, fueron y --de no mediar un cambio climático brusco-- seguirán siendo más frecuentes los años con déficit o exceso de precipitación que aquellos con valores medios característicos de la región semiárida. Esta variabilidad genera incertidumbre y problemas asociados, tanto a la falta como al exceso de agua.
En este contexto, es indispensable el conocimiento integral del sistema de producción y la aplicación de prácticas de manejo adecuadas tendientes a maximizar la eficiencia con que se usan los recursos.
DESTACADO
En los años secos, la productividad de los cultivos depende mucho más de las buenas prácticas de manejo, mientras que, en los años húmedos, los efectos adversos de las malas prácticas se disimulan.
El camino
El agua de lluvia puede seguir dos caminos diferentes. Por un lado, ser almacenada en el suelo y quedar disponible para los cultivos, o perderse de diferentes formas.
Siendo generalmente escasa y la principal limitante de la productividad de la región, que siga alguna de las vías de pérdida es un lujo que no nos podemos dar.
Dada la variabilidad e incertidumbre de la disponibilidad de agua en los sistemas productivos de la región, es clave conocer las posibles vías de pérdida, cuáles son los factores naturales y de manejo que las modifican.
Pérdidas
El agua de las lluvias puede perderse, principalmente, por escurrimiento superficial (sin llegar a penetrar en el suelo), por drenaje profundo (cuando supera la capacidad de almacenamiento del suelo) o evaporación, sea del agua acumulada sobre o en la capa superficial del suelo.
Como ya se mencionó, un sistema productivo sustentable va a depender de conocer las posibles vías de pérdida de agua y cómo los aspectos meteorológicos y naturales pueden influir sobre ellas, así como en qué medida las diferentes prácticas de manejo pueden minimizarlas.
Muchas veces, no toda el agua de las lluvias puede ingresar al suelo, en especial cuando las precipitaciones son intensas, el suelo está excesivamente húmedo o hay capas compactadas que limitan la infiltración. Esto genera que los excesos sigan los gradientes naturales y escurran superficialmente hacia las partes más bajas o los cursos de agua.
Estas pérdidas dependen del delicado equilibrio entre las lluvias que llegan a la superficie del suelo y la que puede ingresar. En este equilibrio es tan importante la intensidad de la lluvia como el estado poroso del suelo, una cobertura adecuada, ausencia de costras superficiales o capas subsuperficiales compactadas que frenen el flujo de agua hacia las capas más profundas.
Un ingreso más rápido del agua al suelo se produce cuando existe una adecuada porosidad; esto es, un balance entre los diferentes tamaños de poros, que sean poros estables y continuos. Varios estudios han encontrado que, en los sistemas de siembra directa, predomina un sistema poroso con estas características.
También son importantes la capacidad de almacenaje de agua del suelo y la humedad al momento de las lluvias. En otras palabras, cuán grande sea el vaso y cuán lleno esté van a determinar cuánto se puede guardar de las lluvias.
En relación a la capacidad de almacenamiento de agua, muchos de los suelos de la región tienen una capacidad limitada por la presencia de un manto de tosca relativamente superficial. Durante períodos lluviosos, fácilmente llenan su capacidad y los excesos tenderán a escurrir superficialmente o hacia las capas más profundas.
Drenaje profundo
Se origina por un desbalance entre las lluvias y la demanda del cultivo. Puede estar ligado a precipitación excesiva, pero también a una baja intensidad de la rotación, donde hay períodos de barbecho excesivamente largos.
Es imprescindible conocer la capacidad de almacenamiento de agua del suelo, la probabilidad de ocurrencia de las lluvias y manejar la disponibilidad de nutrientes.
Los excesos hídricos también tienen consecuencias adversas para el sistema productivo y el ambiente. Los nutrientes móviles, como el nitrógeno, pueden ser llevados por estos excesos fuera del alcance de las raíces o perderse en forma gaseosa. En cualquiera de los dos casos, impacta negativamente sobre la economía del productor y sobre el ambiente.
En un ensayo realizado en el establecimiento Cumelén, de Coronel Dorrego, se midieron pérdidas entre 14 y 38 kilos de nitrógeno por hectárea cuando se fertilizó a la siembra un año con lluvias mayores la capacidad de almacenamiento del suelo.
Un manejo adecuado de la nutrición del cultivo permitirá mejorar el balance de carbono, entendiendo por adecuado: dosis, momento de aplicación y balance de nutrientes.
Las claves
* Suelo
Conocerlo y manejarlo por ambientes. Es el depósito de agua y nutrientes para los cultivos.
* Rotación
Plantear rotación de cultivos; la más adecuada a cada situación.
* Cultivos
Utilizar la mayor diversidad posible.
* Fertilizar
Reponer los nutrientes que se llevan los cultivos, pero realizando aplicaciones eficientes, balanceadas y oportunas.
* Cobertura
Mantener la mayor cobertura posible sobre el suelo, reduciendo o eliminado las labranzas. La no labranza mejora el uso del agua, pero sólo la siembra directa como sistema (rotación, fertilización, cobertura, manejo integral de plagas y enfermedades) permitirá maximizar la eficiencia de uso.
Evaporación.
Se origina principalmente en el suelo desprotegido, nuevamente por un inadecuado balance del carbono. Se necesita un manejo integrado, donde se evite al máximo la labranza, se utilice la rotación de cultivos y una aplicación adecuada y balanceada de nutrientes que permita dejar una buena cobertura de residuos.
El doctor Juan Alberto Galantini es investigador de la Comisión de Investigaciones Científicas de la provincia de Buenos Aires, desarrolla su actividad en el Cerzos y en el Departamento de Agronomía de la UNS. juangalantini@argentina.com
Alberto Blanco-LNP
La eficiencia en sistemas de producción
Durante el período 2003-2005, se realizaron alrededor de 100 ensayos en lotes en siembra directa de productores de la Regional Bahía Blanca de Aapresid.
Al analizar la eficiencia con la que se usó el agua disponible (al momento de la siembra, más las lluvias menos el agua a la cosecha), se observó:
* Los valores medios para tres años con disponibilidad de agua muy dispar oscilaron entre 4,5 y 6,5 kilos de grano de trigo por cada milímetro de agua disponible.
* Las diferencias más grandes se encontraron entre los valores de cada año, con oscilaciones entre 2 y 12 kilos de grano por milímetro de agua disponible.
Es decir, desde el punto de vista de la disponibilidad de agua para el cultivo y la eficiencia con que la utiliza, hay tres aspectos importantes que se deben analizar:
* La variabilidad en la disponibilidad, que depende de las características particulares de las lluvias, como cantidad, distribución e intensidad.
* La capacidad de almacenamiento en cada lote y en cada sector del lote.
* Las prácticas de manejo que permitan mejorar la eficiencia de cada milímetro de agua disponible.
Es importante la cantidad de lluvias, pero, seguramente, ninguna de nuestras prácticas de manejo incidirá sobre el total de precipitación.
También es importante su captación y uso eficiente, y aquí sí las prácticas de manejo pueden tener un efecto importante. Pasar de una eficiencia de 4 a 8 implica obtener el doble de rendimiento en grano con la misma cantidad de agua disponible.
Los resultados logrados sugieren que, en los años húmedos, el incremento en el rendimiento está más asociado a la cantidad de agua disponible o uso consuntivo, mientras que en los años secos está más asociado a la eficiencia con que se utilizó el agua.
En los años secos, la productividad de los cultivos depende mucho más de las buenas prácticas de manejo, mientras que en los años húmedos los efectos adversos de las malas prácticas se disimulan.
La base de un manejo eficiente del agua es el conocimiento. Los cambios cada vez más rápidos demandan investigación permanente. La experiencia llevada adelante entre la Regional Bahía Blanca de Aapresid con nuestro grupo de trabajo fue un paso importante para profundizar el conocimiento de los sistemas productivos de la región, cuyos resultados fueron presentados oportunamente.
Actualmente, se está iniciando la segunda etapa del proyecto, donde estarán involucrados productores de las regionales Bahía Blanca y Guaminí-Carhué, y se buscará aportar más información útil para mejorar la eficiencia en el uso del agua, del nitrógeno y del fósforo en los sistemas productivos de la región.
DESDE ACA SE PUEDE CORTAR
Semillas.
La relación entre la profundidad del suelo y la capacidad de almacenar agua útil para los cultivos se precisó a través de un estudio realizado en el criadero de semillas de ACA en Cabildo.
En los suelos someros, con tosca a 40 centímetros, podremos almacenar 50 milímetros de agua, mientras que en las partes más profundas podemos superar los 120 milímetros.
Claramente, el manejo y las opciones que tenemos en cada uno de estos ambientes son diferentes, tanto por el potencial de rendimiento esperado, como por la respuesta a los diferentes insumos que podamos aplicar.
A los factores naturales se suman las prácticas de manejo que pueden atenuar o acentuar las pérdidas, generalmente asociadas al manejo del carbono. Esto es, donde predomina la pobre cobertura de residuos, una baja rotación de raíces y un bajo nivel de materia orgánica en el suelo.
En un suelo desnudo, fácilmente se sellan sus poros superficiales por la formación de costras, por lo que el agua escurrirá en lugar de ingresar al suelo, aunque el suelo aún tenga capacidad para almacenarla.
Un bajo nivel de materia orgánica modifica negativamente la cantidad, el tamaño, la continuidad y la estabilidad de los poros del suelo; de esta forma, el pasaje de agua hacia las capas inferiores es más lento y aumentan los peligros de encharcamiento y escurrimiento.
El escurrimiento superficial implica perder agua y suelo, en particular materiales finos y ricos en nutrientes. En el establecimiento Hogar Funke, próximo a la localidad de Tres Picos, luego de 18 años continuos con dos diferentes sistemas de labranza, se encontró que en el sistema con laboreo las pérdidas fueron más grandes que en el suelo en siembra directa.
En promedio, para ese período, las pérdidas anuales como consecuencia de las labranzas fueron:
* 350 kilos de carbono/ha./año, que equivale a más de 600 kilos de materia orgánica.
* 33 kilos de N/ha./año, que corresponde a 72 kilos de urea.
* 10 kilos de P/ha./año, que equivale a 52 kilos de superfosfato triple.
* 12.000 kilos de suelo/ha./año, que corresponde a menor potencial productivo.
Como se advierte, se pierde una cantidad importante de nutrientes, como el N y el P, con los que podemos calcular cuál es el costo de la pérdida. Pero también se pierde una cantidad muy grande de suelo con otros nutrientes, que es imposible asignarle un valor, pero seguramente se está comprometiendo la sustentabilidad del sistema.
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