Sos uno de los 126 operarios que trabajan en la plataforma petrolera Deepwater Horizon del yacimiento Macondo en el Golfo de México, a 66 kilómetros de la costa de Luisiana. Hace unos días tu empresa Transocean LTd. terminó de perforar un pozo de petróleo de cinco mil metros en el fondo del mar, que está a mil quinientos metros. Instalaste un dispositivo de seguridad llamado BOP para sellar el pozo en caso de incendio. Ahora estás con tareas de mantenimiento, mientras la gente de Halliburton se encarga de cubrir el ducto con una capa de cemento, a la espera de que la British Petroleum, la empresa dueña del campo petrolero, empiece la extracción.
Estás ahí en el medio del mar en una plataforma que mide 121 por 78 metros sentado sobre un oleoducto de 1500 metros que se entierra en el fondo del mar y de repente una burbuja de gas metano se cuela en el caño y produce una explosión al llegar a la superficie y se prende fuego toda la plataforma. La explosión mata a doce operarios, pero sos uno de los sobrevivientes. Pasás cinco horas en un bote salvavidas soportando una temperatura tan alta que se derrite la pintura de la embarcación. Después llegás a la orilla pero no te espera tu familia, sino un grupo de ejecutivos y abogados de la empresa, que te sube a un micro y te lleva a un hotel, pasás las próximas seis horas ahí, mientras te toman declaración y te hacen firmar documentos. Después te vas a tu casa creyendo que lo peor ya pasó.
Pensás que, bueno, que ya habrán llegado los famosos “fire rangers”, esos intrépidos personajes de película que recorren el mundo apagando incendios en pozos petroleros. Sabés que en los últimos diez años hubo más de una docena de incendios en plataformas del Golfo de México, sin que el asunto pasara a mayores. Sólo hace falta que alguien accione el BOP para cerrar la boca del pozo y limpiar lo que ya se derramó. Pero esta vez la válvula no funciona. Entonces preguntás por la otra válvula, la automática, la que se activa por indicadores sensoriales. Pero no, no tienen esa válvula, obligatoria en los pozos brasileños y noruegos, porque en Estados Unidos no la exige y las empresas argumentan que es demasiado cara. Prendés la tele. La plataforma arde durante más de un día hasta derrumbarse y hundirse en el mar. Entonces te das cuenta de que ni los robots enviados al siniestro pueden tapar el agujero, y que ese agujero despide entre uno y cuatro millones de litros de petróleo por día. Ahí tomás la verdadera dimensión del problema: se trata del peor derrame de la historia, salvo la vez que los muchachos de Saddam Hussein prendieron fuego a los pozos de Kuwait durante la primera Guerra del Golfo.
Esta vez no podés echarle la culpa a un dictador, ni tampoco a un capitán borracho como el que provocó el derrame del Exxon Valdes en Alaska en 1989, cuyo daño ecológico aún se sigue estudiando.
Ahora no tenés villanos de carne y hueso, sino una empresa que mandó a hacer un pozo, British Petroleum, tu empresa que hizo el pozo, Transocean, y otra que lo selló, Halliburton. Wall Street las castiga sin piedad y el Capitolio demanda el desfile de sus principales ejecutivos por distintos comités para que aparezcan sus caras en la tele y los diarios y la gente tenga con quién descargarse.
Porque también tenés al Estado, que no exigió la válvula sensorial y que eximió a la petrolera de un examen minucioso de impacto ambiental, como marca la ley, porque el informe preliminar decía que el riesgo de que un derrame en el campo Macondo llegue a la costa era mínimo. Y tenés a un presidente que acaba de levantar una moratoria de treinta años en nuevas perforaciones costeras. La moratoria se había impuesto precisamente para evitar derrames como el que acaba de ocurrir. Pero parte del Golfo de México quedó afuera de la moratoria porque ya se venía perforando en esa costa desde hace ochenta años. Hace un par de meses Obama había levantado la moratoria y habilitado perforaciones en Alaska y en Florida. Alaska ya había sufrido al Exxon Valdez y Florida nunca había permitido perforaciones costeras. ¿Y ahora qué va a decir Obama? Cambiás de canal justo para verlo recular. Con tono solemne, el presi está anunciando una nueva moratoria hasta que se verifique la seguridad de todas las operaciones de extracción costera. Pero ya es tarde: una gran mancha negra de casi 10.000 kilómetros cuadrados avanza contra el delta del Mississippi.
Mientras tanto te enterás de que quieren tapar el pozo con una gran campana conectada por un tubo a un buque cisterna. La idea es drenar el pozo a través del tubo conectado a la campana. Ya se hizo un par de veces, pero nunca en aguas tan profundas. Esta vez no funciona. Partículas de gas se cristalizan en la cúpula de la campana y tapan el tubo de drenaje. Entonces van por el plan B, que consiste en perforar otro pozo al lado del derrame para aliviar el reservorio. Eso va a llevar 40 días. Y el petróleo sigue saliendo. Obama y BP tiran toda la carne al asador: cinco mil barcos, cincuenta aviones, diez mil voluntarios, toneladas de disolventes, kilómetros de vallas y esponjas.
Y vos estás en tu casa en la costa, muy cerca del derrame, mientras meteorólogos y oceanógrafos intentan descifrar hacia dónde se dirige la mancha. ¿Va para México porque cambió el viento? ¿Da la vuelta a Florida arrastrada por la corriente del Niño? Lo único seguro es que la gran mancha negra ya llegó al delta del Missisippi, y vos sos uno de los 200.000 habitantes de la ciudad de Nueva Orleáns. Cuando llegaste hace diez años, Nueva Orleáns era la capital del jazz, del carnaval y de la joda y tenía el doble de habitantes. Cuna de Louis Armstrong, Tennessee Williams y los hermanos Marsalis, la ciudad tenía un trago marca registrada, el “Huracán”: sombrilla, alcohol, ponche hawaiano. Como un Manhattan pero mucho más divertido. Como bailar zydeco borracho en medio de Bourbon Street. Una fiesta. Hasta que un día Katrina convirtió a Nueva Orleáns en Chernobyl. Ahora avanza una gran mancha negra, como si fuera la segunda plaga de un castigo bíblico.
Pero vos sabés que no hay nada sobrenatural en esta desgracia. Y sabés que lo saben las empresas y las aseguradoras y los reguladores y los congresistas y los lobbistas y los ecologistas. Porque la destrucción del planeta es fácil de explicar. No hace falta trabajar en Transocean para saber que es muy arriesgado sacar petróleo en la costa. Se sabe desde los tiempos de las cavernas: si jugás con fuego, te podés quemar.
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