En la década de 1830, la flora y fauna existentes en el territorio y las aguas de Argentina eran tan exuberantes y diversas que por momentos intimidaban al naturalista inglés Charles Darwin durante sus recorridos por la región.
Casi dos siglos después, cuando se cumple el bicentenario del primer gobierno independiente de Argentina, los recursos naturales parecen exhaustos. Bosques, suelos, especies, aguas, recursos pesqueros, todo está bajo distintos grados de amenaza.
"Hasta hace unas décadas alertábamos sobre especies amenazadas, ahora el temor es que desaparezcan ecorregiones enteras", advirtió a IPS el naturalista Claudio Bertonatti, de la no gubernamental Fundación Vida Silvestre Argentina.
"Si pudiésemos tener la imagen satelital de hace 200 años junto a la de ahora, se vería que la superficie boscosa se redujo en tamaño y calidad. Lo que queda es más chico y está empobrecido en variedad de especies", graficó.
Para el experto, Argentina se desarrolló sin planificación y eso, desde el punto de vista ambiental, tiene un costo enorme. "Hicimos una pésima administración de los recursos y no para desarrollarnos. De hecho, tenemos cada vez más pobres", reflexionó.
Desde hace dos siglos, este país de 38,2 millones de habitantes parece empeñado en exterminar sus bosques. En 1810, Manuel Belgrano (1770-1820), prócer nacional y creador de la bandera, se manifestaba alarmado por esa desidia.
"Hemos visto a montañeses dar por el pie a un árbol frondoso sólo para probar el filo del hacha. Causa el mayor sentimiento ver tantos árboles muertos. Se presiente ya lo detestables que seremos a la generación venidera", vaticinaba Belgrano.
En 1915, Argentina tenía 100 millones de hectáreas forestales, casi un tercio del territorio. Si bien hay dudas sobre la veracidad de este dato oficial, es claro que la masa boscosa era abundante.
Para 1937 el censo agropecuario precisó una superficie de 37,5 millones de hectáreas y en 1987 ésta había disminuido a 35 millones. Sólo 10 años después la capa se redujo a 33 millones de hectáreas.
La pérdida se aceleró para dar paso a la agricultura intensiva. Actualmente, más de la mitad de la superficie sembrada en el país está ocupada por soja, el cultivo de exportación adquirido en grandes cantidades por China para alimentar a sus animales. La forma de producirla es eficiente, pero también dañina para el ambiente.
Con la pérdida de bosques merma la fauna. Las manadas de más de 500 guanacos que divisaba Darwin (1809-1882), la amenaza del jaguar (yaguareté) y la diversidad de especies quedaron para la historia natural.
"El orden de los roedores es aquí muy numeroso en especies", contaba el inglés en su "Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo", escrito entre 1831 y 1835. "Solo de ratones recogí nada menos que 80 especies diferentes", se sorprendía.
Según Bertonatti, en Argentina hay seis especies ya extintas. Pero hay 500 vertebrados y 250 plantas amenazadas. La introducción de especies exóticas no compensa la pérdida. Al contrario, causa enorme daño a las autóctonas.
El avance de la frontera agropecuaria más allá de la zona fértil de la pampa húmeda, en el centro-este del país, no sólo arrasó con bosques, pastizales y fauna sino que también provocó un severo deterioro del suelo y una acelerada desertificación.
En 40 años, el suelo perdió 11 millones de toneladas de nitrógeno y 2,5 millones de toneladas de fósforo, dijo a IPS el ingeniero agrónomo Walter Pengue, del Grupo de Ecología del Paisaje y Medio Ambiente de la estatal Universidad de Buenos Aires.
Ambientalistas y organizaciones de pesca artesanal se convirtieron en guardianes de la biodiversidad en ríos y mares, pero su prédica aún no cala al resto de la sociedad.
La merluza común, principal especie comercial del Atlántico Sur, está en crisis por sobreexplotación. En los últimos 20 años, se perdieron 80 por ciento de las existencias, pese a que Argentina consume menos de cinco por ciento de lo que captura.
En agua dulce un caso paradigmático de depredación es el del caudaloso río Paraná, al noreste del país. La falta de planes de manejo, las grandes represas hidroeléctricas y la pesca industrial amenazan a especies y comunidades ribereñas.
Respecto de los propios cursos de agua, el panorama es sombrío. Por citar un caso, la cuenca Matanza-Riachuelo, al sur de Buenos Aires, es el paradigma de contaminación hídrica que comenzó ya en el primer centenario de la independencia argentina.
El río, de apenas 64 kilómetros, recibe vertidos cloacales, desechos de miles de industrias, y alberga en sus orillas centenares de basurales a cielo abierto.
En un artículo sobre los desafíos en el año del bicentenario, María Eugenia Di Paola, directora ejecutiva de la no gubernamental Fundación Ambiente y Recursos Naturales, enumeró los múltiples retos que surgen al hacer un balance.
En diálogo con IPS, Di Paola declaró que "lamentablemente en 200 años el ambiente nunca formó parte de las decisiones estratégicas del país", por lo cual "el gran reto es que pase a formar parte" de las políticas.
Para esta experta, es necesario integrar las cuestiones ambientales a las decisiones políticas mediante un Estado transparente, que brinde información confiable, y con una sociedad dispuesta a comprometerse a recuperar el tiempo perdido.
"El bicentenario es una oportunidad para cambiar el paradigma", hacia un modelo de desarrollo sostenible, dijo. De lo contrario, seguirá la depredación sin retorno, concluyó.
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