La crisis económica mundial, que desnudó las vulnerabilidades del modo de hacer economía de las últimas décadas -un sistema que causó altísimas tasas de desocupación en los Estados Unidos y en Europa y nueve millones más de pobres en América latina-, impuso el debate sobre estos interrogantes: ¿cuáles deben ser los objetivos finales de una economía? ¿Cómo sabemos si realmente se está progresando con relación a ellos?
Se han multiplicado los estudios sobre "economía de la felicidad". Su idea básica es que una economía funciona realmente bien si, en definitiva, el grado de felicidad colectiva e individual aumenta. Son estimulantes al respecto, entre otros escritos, la obra de Derek Bok The P olitics of Happiness y el informe sobre cómo medir el progreso económico y social, producido por una comisión creada por el presidente de Francia y presidida por los premios Nobel Joseph Stiglitz y Amartya Sen.
Bok, ex rector de Harvard, concluye, en sus análisis comparados, que para que una economía avance hacia una mayor felicidad debe priorizar la equidad, la familia y la salud pública.
Hoy hay consenso en que las grandes desigualdades constituyen uno de los obstáculos más importantes para lograr un desarrollo sostenido. América latina es uno de los ejemplos favoritos. Cuenta con una dotación de recursos naturales privilegiada: materias primas estratégicas en gran cantidad, desde petróleo hasta litio; condiciones ideales para la producción de alimentos; un tercio de las aguas limpias del planeta; fuentes de energía barata. Sin embargo, más del 35% de la población es pobre y presenta brechas agudas en temas tan básicos como alimentación, con 53 millones de desnutridos; agua, con 50 millones sin agua potable; educación, con más de 50% de los alumnos en diversos países que no terminan la secundaria; trabajo, con un 20% de los jóvenes fuera del sistema educativo y del mercado de trabajo.
Tras ello están las altas inequidades, que la marcan como la región más desigual del planeta. La desigualdad se presenta en los ingresos, el acceso a activos productivos, la educación, la salud, el acceso a las nuevas tecnologías, y se retroalimenta. Todo ello reduce los mercados internos, debilita la formación de ahorro nacional, aumenta la deserción escolar, genera pronunciadas brechas en salud, incrementa la inseguridad ciudadana.
Pero, además, produce el sentimiento de que no hay "juego limpio", de que las oportunidades son sólo para algunos, de que no basta de ningún modo el trabajo esforzado.
Estudios de la escuela de salud pública de Harvard ya mostraron que, a menor desigualdad, más crece la confianza, la asociatividad y el capital social, y ello genera más felicidad, y mejor salud y esperanza de vida. Como recomienda Brooks en The New York Times: "Si usted quiere encontrar un buen lugar para vivir pregúntele a la gente si tiene confianza en sus vecinos".
El segundo pilar de felicidad sugerido por Bok es la familia. Efectivamente, es la institución base de la sociedad, la fuente afectiva y espiritual, la generadora de equilibrios psíquicos, inteligencia emocional, tutoría. En encuestas recientes, los jóvenes latinoamericanos la colocan al tope de las instituciones en las que creen.
Un estudio en Estados Unidos mostró la diferencia que hace un componente de la vida familiar: "la mesa familiar". Los jóvenes que tienen oportunidad de comer con sus padres con frecuencia tienen en sus vidas un desempeño superior a los que no. En la mesa familiar se habla de temas que fortalecen su identidad, que les dan aprendizajes útiles, mejoran su razonamiento, aumentan su lenguaje.
Las sociedades con políticas consistentes que promueven la formación de familias, las ayudan en planos básicos como la vivienda, generan hogares de cuidado de buena calidad para los niños de las mujeres trabajadoras, extienden los períodos de licencia posmaternal y otras están consolidando una fuente de felicidad fundamental.
La tercera base de una sociedad feliz propuesta es ocuparse activamente de la salud pública. Por un lado, invirtiendo sostenidamente en salud preventiva, desde el agua potable, los sistemas de saneamiento hasta la promoción de las comidas saludables y la erradicación de agentes dañinos como el cigarrillo, las comidas chatarra, las grasas ultrasaturadas. Por otro, garantizando a todos, especialmente a los niños y las madres, atención médica adecuada. Hoy, en América latina mueren casi 90 madres durante el embarazo o el parto por cada 1.000.000 de nacidos vivos, frente a 6 en Canadá.
Stiglitz y Sen llaman la atención, en su informe, sobre las gruesas inadecuaciones del producto bruto para medir los temas que son fundamentales para la gente. Por ejemplo, actualmente, la desvinculación entre sus cifras y las explosivas cifras de desocupación, que es el tema clave para la mayoría, o la de su falta de inclusión del medio ambiente. Ejemplifican así que, cuanto más crece el empleo de automóviles en una ciudad, aumenta el producto bruto por la expansión de su producción, y la de gasolina. Sin embargo, el cálculo no registra efectos como el aumento en horas de vida perdidas para los conductores por los embotellamientos crecientes en el tráfico, el incremento de la polución y los daños a la salud.
Stiglitz subrayó, al presentar el informe, que exige mediciones integrales en el estilo de las iniciadas por el PNUD, en sus informes sobre desarrollo humano: "Lo que usted mide afecta lo que hace, [?] si no medimos lo que debemos medir, haremos lo incorrecto".
Ya Keynes era consciente del problema de discutir las metas finales. Planteó, relativizando las metas puramente económicas, que "el amor al dinero" no puede ser un fin individual ni colectivo, que el objetivo es "una vida buena" y que "hacer el mundo éticamente mejor debe ser el objetivo de la economía".
Un muy influyente líder político de los Estados Unidos había intuido la importancia de esta discusión. Robert Kennedy afirmó: "El producto bruto interno no tiene en cuenta la salud de nuestros niños, la calidad de su educación o el gozo que experimentan cuando juegan. No incluye la belleza de nuestra poesía, ni la fuerza de nuestros matrimonios, la inteligencia del debate público o la integridad de nuestros funcionarios. En suma, lo mide todo, salvo lo que hace que la vida merezca la pena".
Cuestiones como equidad, fortalecimiento de la familia, salud pública universal, preservación del medio ambiente no son abstracciones; son algunos de los caminos concretos para que la economía esté al servicio de la felicidad colectiva.
El autor fue distinguido recientemente por la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires como ciudadano ilustre de la ciudad
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