Un día después de que el presidente Barack Obama declarara en la Casa Blanca que se hacía responsable por el desastre causado por la empresa de energía británica British Petroleum (BP) en el Golfo de México, llegó ayer al lugar para ver por sí mismo la destrucción de los ecosistemas costeros y la desesperación de aquellos cuyas vidas dependen de ellos. En Grand Isle, una isla barrera en Louisiana, Obama se encontró con la bronca de una población que, como gran parte de Estados Unidos, todavía no puede creer que el derrame petrolero haya ocurrido y que, 38 días después, todavía continúa. “Vergüenza BP” y “BP queremos nuestra playa de vuelta”, dicen los carteles a lo largo de la ruta de llegada.
Mientras miran cómo el petróleo lame la arena, los residentes se preocupan por la forma de vida que se terminó. “Se irán las generaciones y los niños pueden no saber lo que era esta vida”, dice Dina King, añadiendo que la visita de Obama no ayuda. “No va a hacer una diferencia. No ha hecho nada. El gobierno no hizo nada”. Hasta los políticos más equilibrados tuvieron que tragarse las lágrimas: uno de ellos compareció ante el comité de investigación sobre la marea negra en el Golfo de México. Se trata del diputado Charlie Melancon, que informa sobre la situación en su estado norteamericano de Louisiana. Allí el petróleo contaminó más de 240 kilómetros de costa marina y está matando pelícanos, delfines y tortugas. “Todo lo que conozco y amo está en peligro”, alcanzó a decir. Luego lo vencieron las lágrimas.
A 80 kilómetros de Gran Isle, los ingenieros de BP persistían en sus esfuerzos top-kill, la operación con la que la compañía quiere sellar el agujero con barro y cemento. El CEO Anthony Hayward dejó en claro en un mensaje al personal de la empresa que el éxito seguía siendo esquivo. “Estas operaciones continúan y el procedimiento podría extenderse durante otras 24 a 48 horas”, dijo. “Su éxito final es incierto.” La información de BP sobre el progreso era escasa y no totalmente confiable. El trabajo comenzó tarde el miércoles pero fue suspendido durante 18 horas de gran parte del jueves cuando el mundo –y las Bolsas– estaba bajo la impresión de que todavía seguía adelante.
No era demasiado claro ni siquiera que el almirante Thad Allen, el comandante de la Guardia Costera, quien le dio la bienvenida a Obama a la región, estuviera recibiendo información exacta de BP. Pero anoche expresó su optimismo de que la operación para taponar el pozo funcionaría. “Creo que el real desafío hoy será sostener el barro sobre los hidrocarbonos y reducir la presión al punto de que puedan realmente sellarlo con cemento”, les dijo a los periodistas.
La región sufrió más malas noticias después de que los investigadores de la marina informaron sobre un segundo derrame submarino de petróleo crudo en el lugar. Este, dijeron, alcanzaba la profundidad de más de 1000 metros y se movía en la dirección de un cañón de lecho marino que envía corriente hacia el sur de los Cayos de Florida. El jueves, una agencia del gobierno informó que el derrame era de entre 12.000 y 19.000 barriles por día, lo que lo convertía en un desastre mucho más serio que el de Exxon Valdez. Cuando se le preguntó por qué se permitió que el mundo tuviera la impresión durante gran parte del jueves de que to top-kill continuaba bombeando en el lugar, cuando ya no lo hacía, Andrew Gowers, vocero de BP, respondió: “Tenemos que ser estrictos en cuanto a la comunicación como para no confundir a los mercados”. Cuando se le sugirió que BP había hecho precisamente eso –confundir–, simplemente replicó: “Están equivocados”. Retrasos, informaciones incorrectas y un ilusorio optimismo caracterizan toda la lucha contra la marea negra. “La gente odia a BP por esta falta de sinceridad”, dice el analista político Douglas Brinkley de la Universidad Rice en Houston. “¿Qué no calló o maquilló BP?”, se preguntan los comentaristas.
La de ayer fue la segunda visita del presidente Obama a la región del Golfo y sigue descartando las sugerencias de que su administración fue muy lenta en su primera respuesta. El derrame de BP está amenazando con convertirse en su versión del huracán Katrina. El fallido manejo de ese desastre en la misma parte del país quizás hizo más que cualquier otra cosa para sabotear el legado de su predecesor George W. Bush.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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