Los orígenes de la expresión “discusión bizantina” recaen en las interminables e inútiles controversias teológicas que enfrentaban a los prelados e intelectuales bizantinos durante la Edad Media. Y, según las palabras del intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, sobre la mortal problemática de la Cuenca Matanza Riachuelo, no cabe más que categorizar su retórica con la palabra “bizantina”.
En 2004, el entonces presidente de la Nación, Néstor Kirchner, y el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, firmaban un acuerdo para erradicar el Polo Petroquímico en Avellaneda, pero la pesadilla sigue existiendo.
Este Polo Petroquímico, emplazado en Dock Sud, es considerado como una amenaza para el ambiente y, según el anuncio de 2003, será erradicado en un plazo máximo de 10 años.
En 2007, Diario del Sur pedía la opinión de la entonces responsable del área de Avellaneda, Mónica Capellini, ante el fracaso en la erradicación de industrias contaminantes, pero, como se la abordaba en un acto político, la Secretaria de Ambiente negaba la entrevista y decía: “Este no es el ámbito para hablar de eso. Llamen a mi despacho”.
Es histórico el problema que sufre Avellaneda con el polo petroquímico de Villa Inflamable, un asentamiento donde, desde hace décadas, más de 10.000 personas conviven en situación extremadamente precaria (falta de agua potable, ausencia de redes cloacales, luz, gas y recolección de residuos), afectados por enfermedades de toda índole producto de los más de 15 diferentes hidrocarburos.
Las explicaciones bizantinas
Hace una semana, increíblemente, ante la gravedad del tema, Ferraresi apenas esbozó una frase estéril y banal sobre el tema, en el III Encuentro de Conciencia Ambiental y Desarrollo Sustentable.
En ese sentido, el jefe comunal de Avellaneda solo dijo: “Durante el encuentro, se avanzó en la articulación de políticas que permitirán el saneamiento de la Cuenca protegiendo al medio ambiente y a un modelo productivo que generará miles de puestos de trabajo a la orilla del Riachuelo”.
Como anexo de esta curiosa reflexión, agregó: “El Gobierno nacional, el provincial y los municipales pueden articular políticas conjuntas que intervienen en problemáticas tan difíciles como es la del saneamiento de la Cuenca Matanza – Riachuelo”.
Esta música ya se oyó hace apenas tres años, y lo único que provocó aquel anuncio fue “nada”, por lo que ahora se apela a la misma puesta en escena del anuncio vacío, o al menos eso parece, salvo que por fin estos ejecutivos demuestren que son diferentes a los barones del conurbano.
Insólitamente en 2007, antes de las elecciones, aquellos intendentes se reunieron para implementar medidas tendientes a mejorar el medio ambiente. Sin embargo, no lograron que la información no siguiera sonando a mero anuncio electoralista: “Diseñar un plan piloto de reducción y separación en origen de los residuos y promover programas de educación ambiental”.
Ciertamente, hoy hay intendentes nuevos en la región que no son, ni pueden ser considerados barones del conurbano, como Ferraresi, Martín Insaurralde (de Lomas), Darío Díaz Pérez (de Lanús), Francisco Gutiérrez (de Quilmes), y Darío Giustozzi (de Brown), y a esa característica se apela para construir un viso de esperanza para lo que sería un verdadero milagro argentino, luego de los famosos y patéticos “mil días” de María Julia Alsogaray.
La última noticia clara sobre el tema se conocía hace tres años, cuando el hoy ministro de Desarrollo Social bonaerense, Baldomero Álvarez de Olivera, informaba que reubicarían a 300 familias que viven en una villa contigua al Polo Petroquímico, quienes serían trasladadas, en un plazo de dos años, a viviendas que se construirían en Sarandí.
Los datos que alarman
No puede soslayarse tampoco un informe de la Defensoría del Pueblo de la Nación acerca de la contaminación del Riachuelo, que tuvo entre sus bases sólidos informes médicos sobre niños y adultos —que viven en Villa Inflamable—, que advirtieron “la existencia de altos niveles de plomo en sangre”.
Estudios realizados por la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, con los aportes de la Agencia de Cooperación Internacional Japonesa, indicaron que “la mitad de los 114 chicos de entre 7 y 11 años de la zona, que fueron analizados, presenta plomo en la sangre; el 20 por ciento de ellos fueron identificados con altos niveles de riesgo y se les recomendó un tratamiento médico”.
Dijeron los vecinos que, luego del estudio realizado por la facultad, los chicos contaminados fueron internados durante diez días en el Hospital Sor María Ludovica en La Plata y luego “se los envió a su casa, sin que hubiera un seguimiento posterior de sus enfermedades”.
Citando un estudio de la Asociación de Médicos Municipales, “el 50 por ciento de los chicos que habitan zonas contaminadas va a tener trastornos del desarrollo psicológico”. Este estudio agrega que “eso trae trastornos madurativos y no tiene retorno”, y que “el 80 por ciento de la población estudiada está afectada por benceno”.
Las secuelas de la contaminación para los vecinos de Avellaneda se ven agravadas por el intenso caudal de transporte de la zona: el puerto de Dock Sud tiene un movimiento anual promedio de 2700 buques, en tanto que por las calles del área pasan a diario un promedio de 5550 vehículos.
Hay quienes opinan que “las sustancias tóxicas que vician el agua y el aire de la zona son el mal menor”, porque, aclaran, “una explosión en la zona del Polo Petroquímico produciría una situación grave a más de 40 kilómetros de la zona”. Es decir, que afectaría a toda la ciudad de Buenos Aires y parte de la provincia.
Incluso, según la Auditoría General de la Nación, hay presencia de plomo en sangre en el 50 por ciento de los chicos de entre 7 y 11 años y un 10 por ciento de cromo en la orina en esa franja estudiada, en tanto que el CEAMSE denunció “más de 100 basurales, sobre unas 400 hectáreas”, a los que se suman otros 40, clandestinos, detectados en julio último, que contribuirían a contaminar las aguas de la cuenca, además de “65 empresas responsables del 80 por ciento de la contaminación del Riachuelo”.
Mientras, Acumar navega por el Támesis
Pero sin duda, la nota llamativa y hasta bizarra la dio la Autoridad de la Cuenca Matanza-Riachuelo (Acumar), organismo que elaboró una retórica digna de un raro catálogo de excusas bizarras, calificación que sólo cabe hacer por la gravedad del tema que se está abordando.
Acumar presentó la semana pasada los supuestos avances del plan de saneamiento que apunta, en especial —dicen— a “mejorar la calidad de vida de 5.000.000 de habitantes que ocupan el área, severamente afectada por dos siglos sin controles ni regulaciones”.
Tras un breve repaso sobre la cuenca Matanza-Riachuelo, que incluyó el impacto de la fiebre amarilla a fines del siglo XIX, el titular del Comité Ejecutivo del organismo, Gustavo Villauría, dio a conocer un categórico descubrimiento de la Autoridad de la Cuenca, e informó la novedad de que allí la contaminación “es un problema histórico, complejo y difícil”.
Increíblemente, el funcionario comparó la tarea en el Riachuelo con experiencias internacionales como la limpieza en el Támesis (Inglaterra), que demandó un proceso de 20 años y que “estaba igual de contaminado, aunque con menos gente en sus márgenes”. De esta manera solapada y metafórica, tal vez anunció que no se espere nada hasta dentro de 20 años.
De manera insólita, Villauría aseguró que “casi no hay basura flotando” en el contaminado curso de agua y que, según “alumnos de una escuela” (una infantil y muy vaga fuente de información para un organismo estatal), “hay patos, aunque en realidad se trata de garzas que empiezan a tomar el lugar como hábitat”.
Con este tipo de desparpajo y esta indiferencia por la contaminación que intoxica vidas humanas, se trata hoy el problema de la Cuenca Matanza Riachuelo, en donde se arrojan 8500 toneladas de chatarra, donde duermen cascos de barcos, esqueletos de autos, basura de todo tipo y un fondo letal formado por numerosos metales pesados y sedimentados en concentraciones muy altas y muy alejadas de los porcentajes internacionalmente tolerados, con un espesor que llega a siete metros de profundidad.
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