Los océanos cubren nada menos que el 71% de la superficie terrestre, y aunque el hombre se ha relacionado con ellos desde hace siglos, actualmente se estima que apenas el 5% del medio ha sido explorado. Es que el mar es mucho más que el espejo de agua, e incluso que la pesca practicada bajo aquél.
La minería submarina, por caso, es una de las industrias con mayores perspectivas para el siglo XXI, ya que los avances tecnológicos permitirán abaratar los costos y factibilizar la exploración y explotación de las riquezas yacentes en el lecho marino, a más de 3.000 metros de profundidad. Hoy, las actividades se desarrollan principalmente en la falla Clarion Clipperton (al oeste de California), donde seis empresas provenientes de China, Japón, Corea del Sur, Rusia y Francia, más una multinacional formada por ex repúblicas soviéticas extraen principalmente manganeso, cobre, níquel y cobalto (las reservas marinas superan ampliamente las terrestres).
La Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, dependiente de las Naciones Unidas, ha tratado de disminuir el inevitable impacto ambiental de la minería mediante el dictado de disposiciones que controlan temas como la destrucción del lecho por arrastre de piedras y tránsito de robots, la generación de sonidos dañinos para las especies cercanas, y el levantamiento de polvo como consecuencia de la extracción, que dificulta su la respiración.
Otro aspecto comúnmente no apreciado de los océanos es su aporte al equilibrio ecológico: la fotosíntesis de organismos marinos como el fitoplancton genera el 50% del oxígeno mundial, además de capturar dióxido de carbono y sumergirlo en las profundidades. Dado que este proceso se ve dificultado en proporción directa a los aumentos de temperatura, puede entenderse más profundamente el gran impacto que el calentamiento global tendría para la vida planetaria.
En cuanto a los bosques marinos en sí, un reciente estudio de la Fundación española BBVA alerta que, en la actualidad, los arrecifes de coral y las praderas submarinas están sufriendo una tasa de pérdida cinco veces superior a la de los bosques tropicales, con el añadido de que, en 2009, menos del 1% de los océanos se encontraba en un área protegida, frente al 12% en la superficie.
Asimismo, los océanos contienen una biodiversidad incomparable, la cual es cada vez más utilizada en biotecnología. De hecho ya existe una rama dentro de la especialidad denominada Biotecnología Azul, que consiste en la manipulación de células vivas provenientes de organismos acuáticos para la obtención y mejora de productos. Los científicos prevén grandes avances en cuidados sanitarios, cosmética y productos alimenticios, a medida que se vaya desarrollando esta emergente ciencia.
El campo de acción es amplio: cada año se descubren 2.000 nuevas especies marinas y el total desconocido se calcula en 1.400.000. Asimismo, los descubrimientos de propiedades novedosas podrían no necesitar grandes exploraciones: se calcula que en un metro cúbico de agua marina es posible hallar millones de bacterias, tan sólo uno de las formas de vida utilizadas en los estudios.
Otras aplicaciones del potencial oceánico, sobre las que existe mayor conocimiento, son las relativas a la pesca y a la generación de energía, sea mareomotriz, undemotriz e incluso eólica, por no contar la más conocida: el petróleo.
Hacia una política global y regional
Los avances en este terreno han sido moderados: el instrumento fundamental es la Convención sobre Derecho del Mar de 1982, ratificada por prácticamente toda la comunidad internacional, que fundamentalmente confiere derechos de soberanía a los Estados hasta las 200 millas náuticas mar adentro, la cual puede extenderse hasta las 350 en la plataforma continental.
Fuera de la jurisdicción estatal, rige la Resolución 2749/79 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que declara a los fondos marinos Patrimonio de la Humanidad y prevé un sistema estricto de permisos para la explotación de los recursos allí existentes.
En 1992, el Convenio sobre Diversidad Biológica de Río de Janeiro sentó los principios fundamentales concernientes a la explotación y el desarrollo sostenible, dentro de cuyas generalidades se considera comprendido el medio marino.
Posteriormente, la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible (Johannesburgo 2002) trató explícitamente la conservación de los océanos, con énfasis en la explotación sostenible, la gestión por ecosistemas y la creación de zonas protegidas.
Para la biodiversidad marina se ha creado una organización bajo la órbita de las Naciones Unidas, la Comisión Internacional para la Biodiversidad Marina (C.I.B.M), que autoriza o deniega estudios sobre el tema, en particular los biotecnológicos.
La poca regulación es aún más evidente a nivel regional, donde pese a poseer un extenso y riquísimo litoral marítimo, los países del Mercosur no han establecido lineamientos regionales sobre política oceánica, tal vez por falta de recursos para su explotación. En la actualidad, la vigencia de la Unasur permite pensar en acuerdos progresivos para el diseño de una política bioceánica Atlántico-Pacífico, algo conveniente en tanto permitiría uniformar las reglas sobre eventuales explotaciones de los recursos en toda la región, evitándose así que actores externos saquen ventajas indebidas de las lagunas normativas en las legislaciones de los Estados miembros.
En ese sentido, un avance podría darse a través de la firma de una Declaración en la que se enunciaran los principios rectores bajo los que se construiría la política oceánica de los países miembros, para posterior adopción de instrumentos vinculantes. Algunos de los puntos a contemplarse bajo esos principios podrían ser: exploración y explotación de minerales, petróleo y gas natural, protección de la biodiversidad, zonas de protección específicas, pesca, generación de energía, recursos de valor biotecnológico, estudios de campo y cooperación científica, todo con énfasis en la preservación del medio marino a la luz de normas internacionales como las mencionadas.
En suma, la potencialidad de los océanos como fuente de recursos y conocimiento es muy importante, y su desarrollo probablemente sea uno de los grandes legados del siglo XXI. La normativa internacional es aún muy genérica y Sudamérica no es la excepción, pero un esfuerzo regulatorio podría tener un costo político bajo y contribuir decididamente a la conservación del medio marino, un problema serio que no ha merecido la atención suficiente hasta el momento.
Informe: Martín Dieser, de Profesionales asociados (Proa).
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