“En estos últimos años, el Durán cambió, cada vez está peor”, aseguró con tristeza Marta, una vecina del barrio Don Bosco II, mientras sus ojos recorren este arroyo de 4 kilómetros de extensión, que desde hace mucho tiempo se ha convertido en depósito de todo tipo de basura, además de líquidos cloacales provenientes de la zona oeste de la ciudad.
Cuando mira a través de la ventana de su casa en la calle Pirén le viene a la mente aquella tarde en la que observó, sin poder creerlo, el paso de tres armazones de heladeras flotando por el arroyo. “Lamentablemente he visto de todo en este arroyo, desde carritos de bebé hasta lavarropas, desde perritos vivos y muertos dentro de una bolsa hasta un chancho podrido”, describió.
A pesar de todo, Marta y su marido, y sus dos hijos de 9 y 6 años, adoran vivir frente al arroyo. “No me quiero ir de acá, me acostumbré, estar frente al arroyo me da la sensación de estar en una chacra. En verano es muy bonito porque crecen los sauces y se llena de florcitas amarillas”, comentó.
“Parece ser que la gente tiene la idea de que el agua todo lo lleva entonces tiran de todo, hasta la bolsa de basura, he visto gente de apariencia educada hacerlo… Por nuestra calle no pasa el camión de recolección, entonces caminamos unos pasos hasta la calle Ignacio Rivas y ahí dejamos los residuos, pero otros directamente la tiran al arroyo. No puedo entender por qué lo hacen. Creen que el arroyo es una especie de agujero negro”, manifestó molesta.
La misma bronca que sintió cuando, a comienzos de año, el municipio realizó la limpieza del arroyo, pero sólo en un tramo de cien metros, “tendrían que haber seguido limpiando, metiéndose dentro del arroyo para sacar todo lo que hay y que en muchos casos la basura queda atrapada por las algas que crecen cada vez más. Y no basta con que el municipio cada tanto venga y corte los yuyos”.
Según Marta, la actitud de los vecinos del barrio como la de los de otros barrios que “vienen a tirar la basura acá, que lo hacen adelante tuyo sin problemas”, es una cuestión de falta de educación “porque creo que no se dan cuenta del daño que provocan y que se hacen a ellos mismos y a sus familias”.
Las palabras de Marta representan la de muchos vecinos que deben convivir con un alto grado de contaminación que tiene el arroyo y con los desechos que ya forman parte de su paisaje, y que un día llevó a decir al presidente de la comisión vecinal de Don Bosco II, José Luis Lagos, que “sanearlo es como sanear el Riachuelo de Buenos Aires”.
La vecina de Don Bosco II expresó que así como se pusieron en marcha campañas para la reducción de bolsas de nylon “el municipio tendría que hacer algo con la cantidad de botellas de plástico que hay”.
Por otra parte, señaló que no estaría de acuerdo con un proyecto de entubamiento de los arroyos que cruzan la ciudad. “Me cuesta mucho pensar que se entuben los arroyos porque me encantan, pero lamentablemente eso podría pasar por el comportamiento descuidado de la gente que tira cualquier cosa, contaminando el arroyo”, dijo.
El compromiso de ciudadana y la conciencia ambiental de esta joven mujer ha calado profundamente en sus hijos, quienes colocaron en un lugar visible a los ojos del periodista un cartel cuya leyenda a medio pintar dice: “No contaminen más el arroyo”.
Un olor que invade
“Ni bien uno se levanta lo primero que siente es como un olor a azufre que es insoportable”, contó Estela de 36 años, quien está a un mes de dar a luz a su quinto hijo. A su lado, Jaqueline, de 35 años y madre de dos hijos, asiente con su cabeza y enfatiza que “tenemos que vivir todo el tiempo adentro de la casa porque ni salir al patio a tomar unos mates podés”.
Estas dos mujeres que desde hace más de una década viven en el barrio Cuenca XV conviven desde hace años con ese olor que les cuesta definir y que les llega de las piletas de oxidación ubicadas en la meseta.
Mientras mantienen las esperanzas de que se concrete el traslado de estas piletas que se utilizan para el saneamiento de efluentes –en un primer momento se dijo que sería para este año-, las mujeres comentaron que están “todo el tiempo” tomando precauciones con sus hijos.
“Los chicos han tenido problemas respiratorios, por ejemplo la más chica, de 10 años, es asmática, pero yo no sé si es por el olor que llega de estas piletas. No puede salir por los olores, durante mucho tiempo usó barbijo”, precisó Estela.
A mediados del año pasado, la Dirección Provincial de Defensa Civil había asegurado que la contaminación resultaba “extremadamente peligrosa” para las quinientas familias que habitan en la zona de Cuenca XV. Así lo demostraron los análisis hechos a los líquidos que el municipio neuquino vierte desde las lagunas de oxidación ubicadas en la zona de bardas sobre Cuenca XV.
Los resultados obtenidos de esos análisis superaban cualquier límite permitido por normas provinciales tanto para riego como para consumo humano, señalaba el informe y agregaba que se trataba de materia fecal e hidrocarburos disueltos en agua lanzados desde las piletas hacia las bardas por medio de una compuerta y desde allí hacia el sector donde están ubicadas las viviendas.
“Siempre hay promesas pero nunca se llega a nada y el olor sigue invadiéndonos, metiéndose en nuestras casas”, se quejó Estela. “Es un olor que te queda acá”, agregó Jaqueline señalando su nariz y el entrecejo.
Marta se suma a la charla y pone sobre la mesa otro de los problemas que sufren a diario. Tiene 32 años, una hija de 16 y otra de 10. Comenta que su hija de 16 que estudia secundario en el CPEM 69 y no tiene clases debido a que semanas atrás en la cisterna del agua para consumo se filtraban líquidos cloacales. “La contaminación del agua es otro problema con el que peleamos a diario”, subrayó Marta.
“Es preocupante la situación porque por cualquier enfermedad que se agarran nuestros hijos tenés que llevarlos al médico, porque la escuela no se va a hacer cargo de llevarlos, nadie de Educación te va a venir a tocar la puerta para llevarte a los chicos al hospital. Hay muchas enfermedades que pueden contraer con el agua del colegio”, enfatizó.
“Cuando podemos, compramos el agua en bidón, pero muchas veces, como le ocurre a tantos otros vecinos, no tenemos ni para comprarles a nuestros hijos una botellita de agua mineral”, agregó Jaqueline. “En el barrio hay muchos chicos con problemas respiratorios a causa del agua, y en el verano es peor. Aunque tomamos precauciones, no sabemos el agua que le estamos dando a nuestros hijos, todo el tiempo estamos hirviéndola”, precisó Estela.
El día a día de Marta no es fácil porque debe estar atenta a los problemas causados por la enfermedad de su hija de diez años. Tiene el síndrome de Di George, una enfermedad genética rara que se caracteriza por inmunodeficiencia y cardiopatías congénitas.
“Con la contaminación que hay en esta zona, obvio que voy a tener a mi hija toda la vida enferma. Desde los tres años que estamos siempre corriendo al hospital Heller, por suerte contamos con la cobertura de la obra social de mi marido porque sino no sabría cómo haríamos. Hay que cuidarla mucho porque tiene las defensas bajas y cualquier virus que anda cerca se lo puede agarrar”, explicó.
Los olores y un sinfín de contratiempos parecen no ser motivos suficientes para “sacarlas” del barrio, al que llegaron después de haber vivido durante largo tiempo en una casilla con todo lo que esto significa porque “ahí sí que se sufre”. Eligen Cuenca XV, quizá porque se han acostumbrado a esta convivencia que saben que no es la ideal. |
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