El tema del mar o pretender recuperar nuestros derechos sobre el Pacífico, conversaciones o tratativas con los gobiernos de Chile, es inútil y hasta absurdo, porque los regímenes chilenos, consecuente y obsesivamente desde el año 1904, han acatado, casi sumisamente, lo dispuesto por sus Fuerzas Armadas: “Ninguna negociación sobre el mar con Bolivia”.
La verdad ha sido siempre la misma: una realidad es la conciencia y el sentir del pueblo chileno que vería “con agrado” la demanda boliviana; pero, otra, muy diferente, la de los gobiernos sean de derecha, centro o izquierda porque ninguno se atiene a la propia conciencia de sus integrantes sino a las decisiones irreductibles de los militares chilenos que han sostenido siempre la imposibilidad de avanzar en sentido de reparar la injusticia de haber arrebatado su costa marítima a Bolivia mediante una guerra de ocupación.
Para Chile, especialmente desde el gobierno del general Carlos Ibáñez del Campo hasta el empecinamiento del general Augusto Pinochet, el caso boliviano “está cerrado” y, además, el no reconocer que el asunto podría ser tratado en niveles internacionales es mucho más terminante. Posteriormente, con los gobiernos constitucionales habidos en Chile hasta el de la Dra. Michele Bachelet y del actual presidente señor Sebastián Piñera, si hubo esperanzas hay que descartarlas.
Que Chile, en diversas oportunidades, con gobiernos legales o ilegales y de cualquier tendencia, el tema marítimo fue siempre para lograr alguna ventaja en su favor: la primera, los tratados comerciales; lo segundo, el desvío del río Lauca, cuyas aguas son aprovechadas permanentemente y, lo tercero, el uso de las aguas del río Silala. En los tres casos, Chile obró siempre arbitrariamente porque, en los hechos, dicen sus gobiernos: “Lo que creemos y pensamos cuenta, lo demás es puro show y, lo último, los reclamos bolivianos no tienen ningun asidero y ninguna importancia de acuerdo al tratado de 1904”. Esta es una realidad a la que se aferra Chile y su postura siempre será la misma.
Lamentablemente, estas políticas han sido aceptadas o permitidas o apañadas por los mismos gobiernos de Bolivia: para ejemplo, el Dr. Víctor Paz Estenssoro, en “graciosas declaraciones” (como las calificó un diario chileno en su momento) dijo: “No tenemos nada pendiente con Chile”, cuando el caso de nuestros derechos estaba pendiente desde 1879. El caso del desvío del Lauca, igualmente quedó en nada porque “el gobierno del MNR así quiso que sea”. Finalmente, el del río Silala con muchos anuncios sobre tratativas y acuerdos, conversaciones, etc., etc., que sólo obnubilaron a políticos y gobiernos bolivianos sin que hayan soluciones de ninguna clase. Entonces, ¿de qué hablamos si no hay políticas claras en Bolivia que muestren nuestros derechos y, en los hechos, parece que estarían en pro de darle la razón a Chile?
Los convenios comerciales son a favor de Chile; sus inversionistas tienen derecho para llegar a Bolivia y realizar todo tipo de negocios; la mercadería chilena circula y se vende en Bolivia hasta por las vías del contrabando; los turistas chilenos son bien recibidos en Bolivia. Lo contrario, ¿qué ocurre en Chile con los bolivianos? No se les permite nada en lo económico, salvo comprarles lo que tengan, facilitan el contrabando hacia Bolivia; usan y abusan de los bolivianos residentes en suelo chileno evitándoles documentación que les permita residencia; finalmente, realizan muy buenos “shows” cuando se trata de hablar sobre los reclamos de Bolivia, conducta que demuestran hasta en reuniones internacionales.
Por supuesto, tratándose de Chile, el gobierno del señor Evo Morales tiene políticas condescendientes y, con ingenuidad increíble, cree en promesas que nunca serán realidad. Nuestros cónsules en Santiago con buena labor de acercamiento pero en lo comercial y hasta en lo folclórico; pero, ¿qué avances han logrado en términos de ver con honestidad y conciencia nuestro magno problema? Entretanto ningún otro camino será expedito hacia el Pacífico para Bolivia, mucho más si se tiene en cuenta que el Perú tampoco cedería nada porque, como bien anota el dicho popular (hecho parte de las políticas de Chile y Perú) “Chile puso el candado pero Perú tiene la llave con el tratado de 1929”. Esta es otra realidad que pesa sobre nuestras aspiraciones.
Hay una verdad que es indestructible: Nuestro acceso o retorno al Pacífico está postergado hasta el momento en que Bolivia, Chile y Perú decidan -“motu proprio” y por triple conveniencia- crear un gran polo de desarrollo en lo que hoy es de Chile y ayer fue del Perú. Este avance para el desarrollo se convertiría, con el tiempo, en un poder generador de riqueza y empleo porque los tres gobiernos verían la conveniencia de crear zonas industriales y comerciales de exportación para todo lo producido y, además, coadyuvaría a las exportaciones bolivianas. Crear empleo -necesidad de los tres países- sería el mayor objetivo que se logre en una ciudad convergente de las urgencias y necesidades de los tres Estados.
Entretanto ¿qué? Restablecer relaciones diplomáticas con Chile porque hasta ahora sólo con las consulares, igual son injustos los tratos, absurdas las expresiones de “mutua cooperación”; increíbles, por lo ingenuas las utopías que se hacen los políticos bolivianos sobre “conversaciones avanzadas”. Las relaciones diplomáticas, con embajadores y toda la parafernalia del caso, habrá, tal vez, posibilidad de hablar mejor sobre las aguas del Lauca y del Silala y podría conseguirse que en este campo Chile reconozca derechos a Bolivia; pero, ¿hablar del mar? Primero, los gobiernos chilenos tendrían que convencer a sus militares para que piensen de distinta manera y, nada raro, sería fracasar como seguramente fracasaron varios regímenes chilenos conformados por civiles que entendían realidades y saben lo que es la conciencia.
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