Los dos grandes proyectos con los que intenta entusiasmar la gestión de Daniel Giacomino a menos de un año y medio del final de su mandato como intendente de Córdoba son apasionantes a nivel de infraestructura urbana. Cada uno de ellos, por sí solo, tiene enorme capacidad transformadora. Cuestan fortunas, suponen inteligencia aplicada a mejorar la vida urbana y además son novedosos: se trata de esas obras que en estas latitudes se suelen ver sólo por Discovery Channel.
La ejecución de un subterráneo o el recambio tecnológico mayúsculo que supone el paso del basural al uso de la basura para generar energía son grandes eventos para cualquier ciudad. Y ahí está Giacomino anunciándolos, como si estuvieran por ser inaugurados.
El listado de grandes inversiones podría incluir también la construcción de cloacas para toda la ciudad, un anuncio que el intendente también trajo de la Casa Rosada, pero hace tanto de esto que ya nadie se acuerda. Como las cloacas siguen desbordando, parece mejor no recordarlo.
Que una ciudad pueda pensarse a futuro, gestar proyectos, creer en ellos y planificar su concreción debe ser la actitud que diferencia a las que avanzan de las que decaen de pura inmovilidad. La cuestión es que Giacomino parece gobernar una ciudad de la primera categoría y gran parte de los cordobeses piensa que vive en una de las que se hunden.
La precontratación de Innviron para transformar el sistema de tratamiento de la basura -además de ser la única oferente, la firma tendría abundantes nexos con el kirchnerismo y sus intendentes afines, como parece probarlo su presencia en Villa María- exhibe tantos puntos débiles que Giacomino se va a Estados Unidos a ver si encuentra las plantas que la empresa dice operar.
A China ya fue, y volvió con la promesa de un subte que caería del cielo en apenas 36 meses y sin que la ciudad deba poner un peso, por magnanimidad de la Nación. De la obra se conoce un probable recorrido y el hecho de que costaría 1.800 millones de dólares, un tercio más que el mismo subte prometido dos años atrás.
Lo peor de cada proyecto mal gestado es que los que les siguen siempre son vistos como quimeras. |
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