Los ejecutivos de las petroleras son una raza particular. El papel parece demandar cierta rudeza. Ese no es el caso de Tony Hayward, CEO de BP, y esto fue una desventaja para la compañía en su respuesta a la catástrofe en el Golfo de México. El ejecutivo cometió el error inicial de dar por supuesto que la pérdida de petróleo era una cuestión operativa. Si lo hubiera sido, él sería candidato perfecto para liderar la respuesta. Pero el pozo Macondo expuso fallas corporativas de una escala tal que hubieran terminado con la carrera de cualquier CEO.
Es inevitable que Hayward asuma la responsabilidad pero hay que reconocer sus cualidades. Desde 2000 ha ocupado los puestos de tesorero, titular de las actividades de upstream (exploración y producción) y CEO. Su desempeño fue crucial para posicionar a BP como un gigante con una facturación anual de u$s 240.000 millones. Era el sucesor natural de John Browne cuando en 2007 BP necesitó convertirse en una empresa más concentrada en el área operativa. Hayward es popular entre los accionistas y tiene derecho al potencial pago de 12 millones de libras (u$s 18.600 millones), que en su mayoría corresponden a los beneficios del fondo de pensión.
En circunstancias normales Bob Dudley no sería el sucesor natural de Hayward. Su nombramiento parece una jugada política para calmar a Washington. Esto no es trivial: asegurar los intereses estadounidenses de BP requerirá toda la dureza que Dudley exhibió durante el conflicto de TNK-BP en Rusia.
BP enfrenta colosales problemas a largo plazo como resultado del accidente incluyendo, casi con certeza, otros cambios gerenciales. El nombramiento de Dudley, que sería confirmado hoy, tiene un aspecto claramente interino.
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