Los Acuerdos alcanzados con la República Argentina sobre el monitoreo del Río Uruguay han sido el resultado de intensas negociaciones que, como todas ellas, se resumen en insatisfacciones compartidas.
La sentencia de la Corte Internacional de La Haya ha sido el eje ineludible, en cuanto determinó que la Argentina no había probado los índices de contaminación que superaran los límites permitidos. Hasta ahora, no se ha hecho el debido énfasis en que el fallo ha sido un reconocimiento expreso a un modelo de desarrollo sustentable que ha apoyado una actividad industrial, en un río ribereño que respeta los estándares más exigentes.
Para alcanzar el Acuerdo, el Uruguay debió exhibir firmeza en sus posiciones, profesionalidad en la negociación y un respaldo político integral que asegurara la defensa de sus intereses. La Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU) se ha fortalecido -en el ámbito intergubernamental en el que funciona- y se verá respaldada en su control de la calidad de las aguas y del régimen del Río, por científicos de los dos países que inspeccionarán las plantas industriales en ambas márgenes, pero bajo la competencia de las autoridades ambientales de cada país.
Este Acuerdo se complementa con la Cumbre del Mercosur en San Juan, donde el Uruguay debió defender la prórroga de su régimen de Admisión Temporaria, y la Argentina reclamar una autorización para sus detracciones a determinados productos exportables. Más allá de los aspectos técnicos y, hasta de la crítica que merece un cambio de metodología en lo que hace al incremento del comercio administrado, el Código Aduanero del Mercosur refleja el interés del bloque y es un paso fundamental para destrabar las negociaciones con la Unión Europea.
Por otra parte, los fondos estructurales que financiarán la interconexión eléctrica con Brasil (ahora destrabados por la nueva relación con la Argentina), significan para el Uruguay un aporte estratégico en materia de integración energética que responde a una visión complementaria entre el comercio, la infraestructura y la energía.
Lo más importante es que la agenda bilateral argentina y uruguaya debe comenzar a funcionar en forma rápida y activa, fundamentalmente porque el proyecto estratégico del país, en el que la política de los meridianos es el centro de su preocupación, no puede demorarse porque la legítima competencia de la República Argentina puede crear retrasos irreversibles.
La Hidrovía Paraná - Paraguay y el Acuífero Guaraní están en el corazón del rol de país bisagra que el Uruguay debe cumplir y alcanzar sin ningún tipo de renunciamiento. La conectividad física de nuestro territorio debe potenciar las terminales portuarias sobre el Río Uruguay y la construcción de un puerto de aguas profundas y una competitividad, no excluyente de los intereses de nuestros vecinos, en el área de los servicios vinculados con la logística y la administración responsable de los recursos naturales compartidos.
El Uruguay tiene planteado hacia adelante un desafiante escenario, que involucra decisiones políticas y una dinámica inversión del sector privado en emprendimientos que el Estado no es-tá en condiciones financieras de afrontar.
De todas maneras, las dificultades siempre van a surgir, pero si nuestra economía es capaz de consolidar un proyecto sustentable que fortalezca su productividad, incorporando valor y conocimiento a las nuevas actividades, va a estar en condiciones de responder a las demandas sociales a través de una moderna institucionalidad democrática. Para eso se necesita mucho más geografía que ideología; y si el Gobierno, que ya ha empezado a entenderlo, se desprende de las viejas recetas filosóficas fracasadas, los Acuerdos con la Argentina no quedarán en una fotografía de un buen momento sino en el replanteo de una nueva vecindad con capacidad de interpretar la integración como un instrumento de trabajo en conjunto, y no un juego de hipocresías escondidas.
Pero nuestro destino lo debemos construir nosotros mismos, porque como decía Luis Alberto de Herrera en el `Uruguay Internacional`, "…cuando la prosperidad económica de una Nación depende de otra vecina y mucho más poderosa, su autonomía es también fruto de la ajena benevolencia…". Y ese es el único modo de interpretar un auténtico nacionalismo, que no tenga la expresión de una xenofobia infundada ni la artificialidad de un orgullo de Patria sin contenido.
El Uruguay necesita volver a un sentido de frontera moderno construido desde la armonía doméstica, para transformarse en el renovado tronco histórico de un proyecto político regional. Diálogo, firmeza y propuesta; respetando y haciéndose respetar, pero sabiendo que los frutos de este esfuer- zo continuado recién se podrán apreciar más allá del aporte y la gestión de varios Gobiernos.
La diferencia que el Uruguay tiene que marcar en la región está en fijar su prioridad en el futuro de las nuevas generaciones, y no exclusivamente en el resultado de las próximas elecciones.
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