Desde hace años, una activa campaña lanzada por ciertos partidos políticos, respaldada por organizaciones de todo tipo y coreada por los medios de comunicación, permitió crear la esperanza de que se daría fin a la depredación de los recursos naturales vegetales, animales y minerales, tarea criminal a la que estaban dedicados elementos inescrupulosos a lo largo y ancho del país. Esa lucha ha terminado en cero.
En principio, esa campaña tuvo resultados positivos y frenó la destrucción de bosques, quema de pastizales, deforestación de algunas regiones, así como la eliminación física de varias especies animales. También se paralizó la explotación acelerada de recursos minerales, y se empeñó esfuerzos en defender el recurso del agua, el más valioso de todos. La lucha para defender el aire fue destacable. Esa campaña dio resultados tan positivos que Bolivia fue calificada, a nivel internacional, como el país que mejor cuidaba los bosques y algunas especies animales.
Sin embargo, esa batalla destinada a defender la naturaleza y los recursos naturales que contiene, se fue debilitando y ha sido sustituida por campañas políticas demagógicas y disposiciones legales incongruentes, hasta que se ha llegado al presente, cuando se constata que en vez de que exista una acción en defensa de los recursos, se presenta una situación contraria que puede ser denominada como lucha despiadada contra los recursos naturales.
En efecto, a diario se denuncia la destrucción de bosques, erradicación de plantaciones de frutales (café, mangos, cítricos y otros) para cultivar más coca, quema de pastizales y, en otro sentido, la contaminación de corrientes de agua con químicos que utilizan empresas mineras. Por otro lado, la depredación de especies animales ha alcanzado proporciones masivas y ya se da cuenta de que algunas clases de mamíferos han desaparecido definitivamente. A todo eso se suma la contaminación del aire, no sólo con tóxicos, aguas servidas, quemas de productos nocivos, sino más cantidades de gases producidos por vehículos en mal estado.
En esa forma, se confirma que en general, los recursos naturales están siendo destruidos en forma deliberada y sin que las autoridades enfoquen el problema en su debida dimensión y pongan en práctica medidas de urgencia no sólo como publicidad política sino como tareas de urgente necesidad colectiva. Se puede destacar que la lucha actual para defender los recursos naturales ha alcanzado niveles demagógicos, ya que mientras con palabras se edifica enormes castillos de aire, en la práctica no sólo se acepta, sino se impulsa la depredación de los recursos tierra, agua y aire.
Al respecto, se debe citar que el aumento de los cultivos de coca, que pasó de 12.000 a 35.000 hectáreas, significa más a la corta que a la larga, la muerte de tierras fértiles, con el agravante de que para su utilización se erradica plantaciones de frutales, verduras, pastizales, granos. De otro lado, no se defiende las aguas del Silala que en vez de beneficiar a Bolivia, benefician a empresarios extranjeros que cuanto más se favorecen con nuestros recursos naturales, más nos combaten. Igual cosa ocurre con el desvío del río Lauca, que al dejar de regar el Altiplano, está produciendo cambios ecológicos de extraordinaria gravedad. Se debe, por tanto, empezar de hecho y no de palabra, la defensa de los recursos naturales, patrimonio de todo el pueblo y no sólo del Estado que, al considerarlos de su propiedad, ha originado la dramática realidad que denunciamos. |
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