El inventario de las calamidades climáticas de estos días puede resultar impresionante. A la brutal sequía que golpea a Rusia, acompañada de altísimas temperaturas y grandes incendios de bosques en la zona central de ese país, se oponen las devastadoras inundaciones que sumergen zonas enteras de Polonia, China, Brasil o Pakistán, como resultado de lluvias diluviales que en algunos casos no tienen precedentes. Eso ocurre mientras se anuncia la multiplicación de huracanes en la temporada que caerá sobre el Caribe y el Atlántico norte, aunque no todos los temores acaban allí. Porque del casquete polar en vecindades de Groenlandia acaba de desprenderse un témpano de enorme tamaño (600 metros de espesor, 50 kilómetros de largo) que flota a la deriva, lo cual no es un fenómeno aislado, porque de la masa de hielo de la Antártida ya se han desprendido témpanos gigantes en los últimos tiempos, anunciando el gradual debilitamiento de esos bloques helados de ambos Polos terrestres. Si dicha tendencia se mantiene, los especialistas calculan que con el derretimiento de los casquetes el nivel de los océanos podría aumentar en unos seis metros, sumergiendo más de 250.000 kilómetros cuadrados de las costas más bajas del planeta, donde viven unos 400 millones de personas que deberían en buena medida ser evacuadas hacia zonas más altas.
Cerca de fin de este año se realizará en la ciudad mexicana de Cancún una conferencia cumbre de Naciones Unidas para tratar el problema del cambio climático, pero como reunión preparatoria de ese encuentro ya tuvo lugar a comienzos del corriente mes una convocatoria del mismo organismo mundial, que se cumplió en Bonn (Alemania), al cabo de la cual los preocupados testigos determinaron que "hubo más retrocesos que avances" en el debate entre los participantes. Ese saldo permite ser pesimista sobre los logros que podrán alcanzarse en Cancún, ya que como se sabe el cambio climático -que ya es una desagradable realidad y no sólo un sombrío pronóstico- deriva del fenómeno de calentamiento global provocado por el efecto invernadero, un resultado de la emanación de gases como el dióxido de carbono que se originan en la actividad industrial y en la circulación del parque automotor, entre otras causas. Y como ha quedado demostrado, algunos países con poderosas plantas fabriles no acompañan de buena gana la decisión internacional de reducir el volumen de la liberación de tales gases contaminantes, aduciendo que eso implicaría frenar el funcionamiento industrial.
Por eso cuando se firmó el famoso Protocolo de Kioto hace trece años, con propósitos y promesas de abatir esa masa de gases y controlar el calentamiento global, algunos países desarrollados (Estados Unidos, por ejemplo) no lo suscribieron. Por algo ahora en la reunión de Bonn se habla de retrocesos en el esfuerzo de la comunidad científica por hacer frente a la catástrofe. Un reciente informe producido por una entidad norteamericana, la Administración Atmosférica y Oceánica, llega a señalar diez aspectos en los que se han registrado alteraciones climáticas de importancia, incluyendo el aumento de temperaturas en la baja atmósfera y en la superficie de los océanos, así como la gradual desaparición de los glaciares en varias cordilleras del mundo. Eso sucede mientras se comprueba que los acuerdos establecidos formalmente en el Protocolo de Kioto no se han llevado a cabo y que por lo tanto el proceso de deterioro ambiental no se ha suavizado. Todo comenzó hace doscientos años con la Revolución Industrial, pero últimamente se ha acelerado a extremos temibles. Habrá que pensar seriamente para que la Tierra siga siendo habitable en el futuro cercano y no se cumpla la advertencia de Stephen Hawking de que será necesario evacuar masivamente el planeta para radicar a la humanidad en algún otro mundo más clemente. De las previsiones que parecían bordear la ciencia-ficción ya se ha pasado a los datos palpables de la realidad.
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