El agua es el bien de la naturaleza que atraviesa toda vida. Es el líquido que está en todos los elementos constituyentes de la realidad, visibles y no visibles. Por eso, ¿se puede dejar en manos del mercado la vida, cuando su motor es lucrar con la necesidad ajena? La respuesta es no.
El egoísmo, la envidia y la codicia son los motores de la historia del mercado. Lo indican en tal sentido desde la diversidad Adam Smith, David Ricardo y Federico Hegel. Muchos otros pensadores también van a coincidir con ellos. Así, la condición intrínseca del mercado repele toda conducta de solidaridad y cooperación entre los hombres. En definitiva el agua en manos del mercado se seca.
Este líquido de la Tierra es lo sólido en movimiento que da vida a todos los cuerpos. Está en constante transformación, más del 75 por ciento del hombre es composición acuática. Sin embargo, 1.500 millones de personas no acceden al agua potable y más de 2.600 millones no acceden a servicios sanitarios. La escasez no sólo implica una discriminación social, sino también de género, 18 millones de niñas menores de 16 años no asisten a la escuela por tener que buscar agua dos o tres veces al día a más de tres kilómetros. Estos datos fracturan la razón.
¿Dónde se perdió la humanidad para acostumbrarse a semejante escándalo ambiental? Hay algunas respuestas a este árido panorama. Una es que la escasez del agua es funcional a la creación de mercados. Eric Hobsbawm nos señala que la historia refleja la constante búsqueda de la economía para constituir nuevos mercados negociables. Lo escaso es sistémico. Lo ausente genera necesidad y sin necesidad no hay posibilidad de actividad mercantil. Y la otra respuesta es que el sistema pretende que no sea un derecho humano el acceso al agua. Pues el derecho es asistémico. Deconstruye el fluido circular de las mercancías.
El 21 de julio de 2010 se produjo un hecho histórico, se consagró en Naciones Unidas el acceso al agua y saneamiento como derecho humano universal. Para mí, con veinte años de lucha por el derecho al agua, este derecho planteado por Bolivia en la ONU marca que la peor de las luchas es la que se abandona. Por eso hay que insistir, al decir de Weber, por lo imposible; porque de lo posible se sabe demasiado. Esta nueva subjetividad jurídica pone límites al mercado. La naturaleza necesita ser protegida de la voracidad insaciable del hombre. En tal sentido, también se debería implementar jurídicamente los "delitos de lesa naturaleza". Necesitamos un nuevo derecho, que desplace el señorío principesco del hombre, para pasar al reconocimiento jurídico del ambiente en sentido lato. La imprescriptibilidad de los delitos de "lesa naturaleza" constituirían una valla al saqueo.
El absolutismo del hombre tiene que ceder lugar a la integración con el medio. La modernidad impuso el divorcio de la humanidad con la naturaleza para conquistarla y dominarla. Porque sólo se conquista lo que está afuera, lo que no es propio pero que "te pertenece" o "debería pertenecerte". No se conquista lo incorporado. Si la naturaleza resulta ajena a mí, la ajenidad lo es también para su destino. Para el individualismo y la cosificación del espíritu, lo que no es objeto de apropiación, no existe.
En definitiva, tenemos que abandonar nocivos conceptos para encontrar los nuevos antiguos paradigmas. Abandonar la cosificación que genera la mercancía para encontrar la trascendencia terrenal. Se trata de desracionalizar la modernidad en la que todo se puede hacer y controlar. Semejante omnipotencia nos ha llevado a la enajenación del ambiente y la dilapidación del asombro. No perdamos lo valioso. Es el asombro el que nos conecta con la trascendencia divina y profana de la naturaleza.
(*) Director de la Cátedra Libre del Agua (UNR). Doctor en ciencias jurídicas y sociales.
|
|
|