(IPS) - Parece un contrasentido adoptar en la húmeda Amazonia una solución desarrollada para las sequías del Nordeste de Brasil. Pero las aguas pluviales, captadas en el techo y almacenadas en cisternas, están mejorando la salud y la vida en comunidades rurales de la región.
El gobierno del estado de Amazonas, en el noroeste del país, promueve desde 2006 su Programa de Mejoras Sanitarias y Almacenaje de Agua de Lluvia (Prolluvia) que ya benefició a 10.000 familias en 77 comunidades, con tejados, cisternas y sistemas de agua servida.
Su segunda fase, iniciada en mayo, se extenderá a otros poblados y distribuirá equipos de saneamiento.
Es que en la Amazonia hay exceso de agua, pero en general no es potable y muchas veces está contaminada por los desechos de los mismos pobladores, diseminando diarreas, hepatitis y otras enfermedades. Y no siempre el agua es fácilmente accesible.
A los 69 años, hipertenso y diabético, con 14 hijos dispersos por la Amazonia, Osvaldo Pantoja Ferreira ya casi no tiene fuerzas para cargar la lata con 20 litros de agua desde el río hasta su casa, donde vive con su mujer.
Son unos 100 metros de ladera escarpada y resbaladiza. "En el verano se hace más difícil", porque el río se aleja, señaló.
Caracol, como le llaman todos, se las ingenió para reducir sus trajines. Hace cuatro años instaló su propio sistema para recoger el agua de lluvia, con cañerías al borde del techo conduciéndola a un depósito de mil litros en una esquina de la casa y a otro menor del otro lado. Pero sigue trayendo agua del río, por creerla más potable.
Donde vive, en el estado de Pará, vecino por el este del de Amazonas, no hay ningún plan como el Prolluvia, que se inspiró en el Programa Un Millón de Cisternas, impulsado en el semiárido Nordeste desde 2003 por una red de 700 organizaciones sociales.
Con una fuerte participación comunitaria, ese programa ya casi ha instalado 300.000 unidades.
Antes, Caracol había intentado la tecnología industrial, pero las dos bombas que compró no aguantaron el esfuerzo. "El motor era muy débil, perdí dinero", lamentó. Luego se le rompió el generador de electricidad, inutilizando también su televisor que "con la antena parabólica se veía bien".
La Vuelta Grande del río Xingú, el tramo curvo de 100 kilómetros en cuya orilla construyó su casa de madera, tendrá la mayor parte de sus aguas desviadas para alimentar la central hidroeléctrica de Belo Monte, que enfrenta la porfiada resistencia de indígenas, movimientos sociales y ambientalistas.
La conclusión del proyecto, previsto para 2015, dejará Vuelta Grande en un eterno verano. En la Amazonia, las aguas determinan los ciclos de vida y del año. El invierno, de diciembre a abril, es cuando llueve más, casi todos los días. En el verano, el río Xingú baja mucho y descubre sus playas, cascadas y miles de islotes de piedras.
Pero antes que el río se aleje definitivamente, Caracol, un eximio ex cazador que tiraba en el ojo de jaguares y arirañas (nutria gigante) para asegurar buen precio a su piel intacta, espera ser integrado al sistema eléctrico nacional y recuperar su televisor, la nevera y la posibilidad de bombear agua del Xingú.
"La luz está a 15 kilómetros y debe llegar en los meses venideros", confió Caracol, ante la expansión del programa "Luz para todos" con que el gobierno federal de Luiz Inácio Lula da Silva llevó electricidad a 2,5 millones de familias rurales.
Con generadores propios, los indígenas de los grupos Arara y Juruna, también ribereños de la Vuelta Grande, bombean agua a sus aldeas desde el Xingú, uno de los principales y más largos afluentes de la vertiente meridional de la cuenca amazónica.
Pero temen que la construcción de la represa y los canales para la desviación parcial del río ensucie sus aguas.
"No sabemos como quedará la calidad del agua que consumimos", observó Arlete Juruna, hija del líder de la reserva indígena Paquiçamba, donde viven 92 personas. Ella teme también la reducción de los peces, principal alimento de los indígenas, junto con el tracajá, especie de quelonio abundante en la cuenca.
"Acá no hay napa freática (acuífero subterráneo), son solo rocas, no se encuentra agua ni perforando 200 metros", advirtió José Carlos Arara, que encabeza el grupo Arara de la Vuelta Grande, de 150 miembros, y se opone decididamente a la central hidroeléctrica.
Monitorear la calidad del agua será indispensable, porque cemento y productos químicos usados en la construcción podrán contaminar los peces, matarlos o provocar intoxicaciones en sus consumidores, acotó. Muchas especies de peces se alimentan en el lodo donde se depositan los sedimentos, explicó.
Un impacto opuesto sufrirá la población más pobre de Altamira, capital de la cuenca del Xingú, con unos 100.000 habitantes. Una represa del complejo hidroeléctrico hará subir las aguas hasta la ciudad, ubicada 40 kilómetros arriba, inundando barrios ribereños de tres igarapés (riachuelos) que desembocan en el río.
Cristiana Rodrigues de Matos, de 29 años, sabe que se sumergirá la casa donde vive, en la orilla del Igarapé Altamira, que ya estuvo la mitad bajo las aguas en abril de 2009, cuando lluvias intensas rompieron los diques construidos por hacendados a lo largo del riachuelo, desalojando 30.000 personas.
Vivía en una calle más arriba y se mudó hace cuatro meses, a sabiendas de los riesgos. Es que exactamente a causa de la inundación del año pasado se abarató el alquiler de las casas amenazadas, justificó Rodrigues, que trabaja a jornal en la limpieza de viviendas y tiene tres hijos, incluido un bebe de un año, y un marido albañil.
El estudio de impacto ambiental de Belo Monte estableció que 4.747 viviendas e inmuebles comerciales serán inundados y se desalojarán 16.420 personas en esos barrios de Altamira, que carecen de saneamiento y que en su mayoría echan sus desechos a los ríos y consumen agua de pozos superficiales y fácilmente contaminables.
Los desalojados, cuya cantidad doblará las previsiones según los opositores al proyecto, recibirán indemnizaciones y serán reasentados en barrios altos, con saneamiento y casas saludables, aseguraron autoridades responsables de la hidroeléctrica.
"En Tucuruí no se cumplieron esas promesas", recordó Vanusa Soares, refiriéndose a otra hidroeléctrica construida en la década de los 80 en el mismo estado de Pará. Ella elevó su casa sobre palafitos de casi un metro, buscando evitar otra inundación como la del año pasado.
Pero toda su calle, así como el barrio de casas de madera, no sobrevivirá a la crecida de las aguas represadas.
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