La vasta región platense enfrenta enormes desafíos. Sabemos que el componente ambiental es un pilar fundamental para sostener cualquier estrategia de crecimiento y producción, si se pretende asegurar la justicia social y elevar la calidad de vida de nuestras sociedades.
La estrecha relación que existe entre la dinámica ecológica y el comportamiento de las comunidades que habitan los territorios, obliga a modificar la visión general que aplicamos desde hace mucho tiempo. Lo decimos en el sentido de combatir con firmeza la tendencia de planificar a corto plazo, y basada en una mirada muy fragmentada de la realidad.
La cuenca del Plata es una unidad geográfica de importancia regional y planetaria. Se ubica entre las cinco mayores del orbe, con unos 3.2 millones de kilómetros cuadrados de extensión. Para tener una idea de su importancia económica, social y política se puede recordar que allí viven casi 130 millones de habitantes; incluye medio centenar de grandes ciudades, como Buenos Aires, San Pablo, Brasilia, Asunción y Montevideo.
Las precipitaciones que caen sobre la cuenca se reúnen en cinco grandes ríos: Paraná, Paraguay, Uruguay, Pilcomayo y Bermejo, cuyos caudales desembocan finalmente en el Río de la Plata. El caudal medio de la cuenca es de 23 mil metros cúbicos por segundo. Esta realidad convierte a la cuenca del Plata en una de las mayores reservas mundiales de agua dulce, en una región muy rica en diversidad biológica, con tierras de elevada fertilidad que la sitúan entre las de mayor potencialidad para la producción agrícola-ganadera.
Además, su exuberante disponibilidad de agua dulce (ríos, arroyos, lagos y lagunas) es la principal responsable de la recarga del acuífero Guaraní -una de las reservas de aguas subterráneas más importantes del mundo- con una extensión de 1.2 millones de kilómetros cuadrados.
En lo económico, el 70 por ciento del PBI per cápita de Argentina, Brasil, Paraguay, Bolivia y Uruguay se produce en la cuenca del Plata. Sin embargo, a pesar de tanta riqueza y diversidad natural, las estrategias de desarrollo aplicadas no son sustentables ni justas para las personas. El combate a la pobreza es lento y poco se avanza, y la calidad ambiental no siempre está presente a la hora de tomar decisiones.
Queda claro que cambiar el paradigma hacia la sustentabilidad no es una opción sino una necesidad.
Este imperativo nos conduce a la búsqueda impostergable de estrategias conjuntas -regionales- enfocadas a priorizar la conservación y el desarrollo sustentable para las populosas comunidades que la habitan.
El principal desafío es conseguir iniciativas innovadoras que hayan sido discutidas y consensuadas entre los tomadores de decisión y la sociedad civil, con especial participación de las comunidades locales, que son las directas beneficiadas o perjudicadas por las acciones y emprendimientos que se realicen en la cuenca. Pero, por sobre todo, se necesita lograr una visión compartida sobre la potencialidad de la cuenca, con proyectos que la respeten por encima de las fronteras políticas.
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