El agua potable, elemento esencial para la subsistencia de la vida sobre nuestro planeta, no abunda. Sin embargo y a pesar de la certeza de esa comprobación, avalada por rigurosas investigaciones, aquí, en la ciudad de Buenos Aires y en su conurbano, es derrochada sin ton ni son: Agua y Saneamientos Argentinos (AySA) entrega por día y por habitante 619 litros de agua, cifra que triplica el consumo medio mundial.
Las cifras de los informes distribuidos por la empresa con la positiva y renovada intención de predicar un más sensato empleo de ese preciado elemento son concluyentes. Si bien el agua es el elemento más abundante en nuestro planeta, sólo es potable el 2,53 por ciento del total de esa existencia; el resto es agua salada. Alrededor de las dos terceras partes del agua dulce están inmovilizadas en glaciares y nieves perpetuas, por lo que apenas el uno por ciento está al alcance del empleo humano.
Hay 1200 millones de personas en todo el mundo que carecen de las instalaciones imprescindibles para tener acceso al agua potable; 2600 millones no tienen acceso a los sistemas de saneamiento, y, dentro de quince años, 1800 millones de personas residirán en países o regiones en que habrá absoluta escasez de agua. Es una realidad alarmante, en especial si se tiene en cuenta que cada ser humano necesita un mínimo de 50 litros diarios para beber, cocinar sus alimentos e higienizarse, pero el goteo insidioso de una canilla mal ajustada desperdicia 46 litros diarios y una manguera de media pulgada abierta durante 30 minutos despide 570 litros de agua.
No debe resultarnos indiferente el hecho de que los cambios climáticos que afectan al planeta serán responsables, en los próximos años, del incremento del 20 por ciento de la escasez global de agua. A ese respecto es menester consignar que cuatro de cada diez seres humanos disponen de una cantidad de agua muy inferior a la indispensable para satisfacer sus necesidades básicas o, más crudamente, carecen de ella. Nueve millones de argentinos no tienen agua potable a su alcance y 21 millones están desprovistos de desagües domiciliarios.
Los porteños, es cierto, carecemos de una conciencia de ahorro de este líquido vital. Frente a nosotros se encuentra el Río de la Plata, que con un caudal medio de 22.000 metros cúbicos por segundo y un ancho poco o nada frecuente por tratarse de un curso fluvial (230 kilómetros en su desembocadura), contiene el 80 por ciento de la disponibilidad de agua dulce de todo el país. No es extraño, pues, que sea el proveedor de 10 millones de personas y casi nadie se imagine que, igual que cualquier otro recurso renovable, si no es protegido puede ser víctima de la contaminación y hasta podría llegar a agotarse.
La sociedad suele hacer oídos sordos a los prudentes consejos formulados para morigerar ese riesgo y todos aquellos vinculados con las existencias mundiales de agua dulce y su utilización indiscriminada. Por el momento, caen en saco roto advertencias como la que recomienda preocuparse por usar nada más que el agua indispensable e impedir que fluya descontroladamente.
Un camino similar han recorrido las iniciativas parlamentarias tendientes a generar acciones que permitan ahorrar agua potable; por ejemplo, las propuestas destinadas a la instalación de reservorios que permitirían acumular agua de lluvia y destinarla al lavado de veredas y automóviles, y al riego de jardines.
Es casi obvio advertir que en modo alguno AySA, de la cual un 90 por ciento del paquete accionario es propiedad del Estado nacional, pretende generar alarmas inconducentes. Aspira, sí, a crear, donde no la hay, y a consolidar, en los niveles sociales más avisados, la conciencia de que el agua dulce no es interminable y, al menos por el momento, carece de reposición. Avisos que deberían ser tomados muy en cuenta, sobre todo si se repara en que el ser humano puede sobrevivir un tiempo más o menos considerable sin alimentos, pero muy poco sin agua, de la cual está compuesto el 75 por ciento del organismo humano al nacer y el 60 durante la edad adulta.
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