Al pie de la estatua de dos danzantes, parado sobre su lancha, Raúl Cásares sucumbe ante el panorama. ¿Quién se imagina aquí el 2 de febrero?, pregunta. Del pueblo hundido bajo el agua le habían platicado los días recientes, pero no creyó que fuera a pesarle tanto. “Esto es increíble; una desgracia”, dice.
Su pequeña embarcación flota sobre la explanada de la plaza de Los Jarochos, donde la Fiesta de la Candelaria tiene matices extraordinarios cada año, con desfiles y encuentros de jaraneros. El agua está a más de metro y medio de altura y obligó a cerrar puertas a la Posada Doña Lala y a un par de restaurantes, cuyo mobiliario flota rebotando entre sus paredes.
Tlacotalpan fue proclamado Zona de Monumentos Históricos por la Unesco en 1998, gracias a la legendaria arquitectura que poseen 540 de sus más de dos mil casas, hoy avasalladas por las aguas desbordantes del río Papaloapan. Su historia ha estado vinculada siempre al folclor y la música. Es la tierra en que nació Agustín Lara, que tiene en su memoria un museo a una cuadra del palacio municipal, igualmente anegado.
La contabilidad que lleva la Secretaría de Protección Civil del gobierno de Veracruz dice que hay más de 12 mil personas evacuadas durante las últimas 72 horas. La cifra equivale a 90% de la población. El restante 10% ha decidido permanecer en custodia de sus propiedades, a pesar de las advertencias de tiempos peores.
Deben ser al menos mil habitantes, a quienes se puede ver descansando sobre sus lanchas, en los antiguos bordes del río, o sobre las azoteas.
Funcionarios del gobierno estatal elaboran un censo y constituyen al mismo tiempo un consejo de seguridad, para que sean sus integrantes los responsables de preservar los bienes de todos.
Además de los pobladores que decidieron quedarse, Tlacotalpan alberga estos días a un centenar de soldados y otro tanto de marinos. También, de acuerdo con Silvia Domínguez López, secretaria de Protección Civil, operan 120 trabajadores del gobierno estatal, entre personal de salud, seguridad pública y rescatistas.
“La situación puede verla: es absolutamente desoladora”, describe parada frente a la entrada principal del palacio municipal, con el agua hasta el pecho. “Este martes todavía trabajamos atendiendo llamados de la gente que se quería refugiar en los albergues; hemos sacado, hasta el medio día, a 700 personas”.
Frente a la presidencia municipal se alza la plaza con su quiosco estilo morisco, donde sábados y domingos se reúnen los pobladores para escuchar huapangos. El agua cubre el corredor de las bancas que bordean los jardines y se estrella contra las puertas cerradas de la catedral. No ocurre lo mismo con el edificio público; en sus pasillos fluye la corriente con fuerza.
El pronóstico del cual dispone Protección Civil indica que el nivel del agua subirá al menos otro medio metro hasta el viernes, no tanto por las lluvias, que dejaron de caer desde el domingo, sino por el desfogue de las presas Cerro de Oro y Temascal.
El pueblo comenzó a inundarse desde hace dos semanas, pero hizo crisis el viernes. Tanto allí como en Alvarado, el municipio adyacente, los pobladores afirman que el sábado, a media tempestad, una lancha se volcó con siete miembros de una familia. Nadie ha localizado sus cuerpos; dicen que “fueron despedazados por la corriente”.
Las autoridades desacreditan la versión. “Es totalmente falsa. Nadie ha muerto. Tenemos un saldo blanco”, sostiene la secretaria de Protección Civil.
El punto donde presumiblemente sucedió la tragedia es la confluencia de los ríos Papaloapan, Tesechoacán y San Juan, donde el torrente se vuelve furioso.
La desgracia, sin embargo, no radica en tales víctimas negadas por la autoridad, sino en el saldo preliminar que maneja el gobierno estatal hasta la noche del martes. Hay 40 municipios severamente afectados por derramamiento de los ríos, lo que ha dejado a 250 mil personas con pérdida parcial o absoluta de propiedades.
Domínguez dice que 900 comunidades están incomunicadas y existen más de 300 colonias bajo el agua. “El panorama final lo tendremos hasta que baje el nivel de las inundaciones y podamos ver los estragos que causaron”.
Sobre el Papaloapan el tránsito de embarcaciones cargadas con damnificados y parte de su mobiliario navegan con rumbo al muelle de Alvarado. De allí se les traslada a los albergues dispuestos en ese municipio y en el Puerto.
El movimiento de personas sobre el muelle de Alvarado es frenético. Se arremolinan para preguntar a quienes llegan sobre el estado de sus comunidades.
Las lanchas llegan sin tregua, cargadas de personas, muebles y electrónicos; becerros, vacas, cerdos y gallinas. En tierra firme aguardan remolques y trocas, y bajo la copa de los árboles se apilan sillas, comedores, camas y roperos para protegerlos del sol. La mayoría no proviene de las rancherías del lado opuesto a Tlacotalpan, donde las autoridades han estado ausentes, según los refugiados.
“Todos andan en Tlacotalpan y a nosotros nadie nos hace caso. Allá anda el gobernador y todas las autoridades y a nosotros ni lanchas nos han mandado para sacar lo poco que nos queda”, dice Eloísa Sosa Cruz, madre de cuatro niños. Llegaron de La Mojarra, el más nutrido de los ranchos de las riberas cercanas del Papaloapan, donde viven unas 300 personas.
Nadie brindó auxilio
Allí, lo mismo que en Amado Nervo y Plaza de Armas, unas 70 familias perdieron sus bienes. El desbordamiento los inundó hace 20 días y nadie fue para brindarles auxilio, dice Blanca Leticia Hernández, la única enfermera de la zona.
Hernández atiende a los pobladores en una clínica del programa Oportunidades, que ayer estaba igualmente destrozada por la corriente.
“Sólo pudimos sacar algo de medicamento, radios, computadoras y esterilizadores, pero las camas y todo lo demás se echó a perder. No sé qué va a pasar en las semanas que vienen, porque esta gente es la más pobre y no tienen hasta hoy quién los atienda a parte de mí”, dice.
Los rancheros se apiñan en el muelle, en espera también de retornar en cuanto el nivel del agua lo permita. Temen que, así sea mojado, lo poco que les dejó la inundación sea robado. En La Mojarra llevan casi un mes sin electricidad porque robar cables es ahora el negocio de moda. “Y, policía, ni vale la pena que le diga nada”, dice Eloísa, la madre de los cuatro niños.
El drama de las familias en todo caso es capitalizado por funcionarios y políticos. El gobierno estatal dice que se han repartido “miles de despensas”, pero muchos de los damnificados aguardan por ayuda, aún en el mismo muelle de Alvarado, saturado también por pescadores locales impedidos para sacar almeja por las fuertes corrientes del río.
Los pescadores suelen ir de tres por lancha. Bucean y sustraen entre 15 y 20 kilos y obtienen por ello ganancias que oscilan entre los mil 500 y dos mil pesos. Pero la fuente de sus ingresos está paralizada desde hace dos semanas, cuando la turbulencia hizo imposible tal faena.
Ante ellos, “porque sé que votaron por mí”, acudió por la tarde Sara Herrera Cano, recién electa alcaldesa de Alvarado.
“¿Con cuánto me vas a ayudar?”, le preguntó un lanchero. Respondió que con 40 litros. Herrera, a quien todos conocen por su mote de Sarina, llegó con su gorra y playera de campaña, en rojo y con logotipos. Pronto se vio rodeada de lancheros con galones vacíos. Entonces rectificó y dijo que no estaba allí para regalarles gasolina, sino para solidarizarse.
El sol es inclemente. La gente suda. No hay una sola nube en el cielo. Todo lo contrario al fin de semana, cuando el cielo parecía desplomarse. De los presentes nadie recuerda una desgracia similar. La más reciente ocurrió en 1969 y la antepasada en 1954, cuando Agustín Lara triunfaba en La Habana y en Granada. El sol, sin embargo, no es presagio de nada bueno. Es un sol que engaña.
“Tendremos 48 horas sin lluvias, pero las inundaciones de estas comunidades será todavía peor, por lo menos hasta el 14 o 15 de septiembre. El nivel del agua se estabilizará durante una semana, y por ahí del 21 comenzará a descender. Hasta entonces, las cosas pueden ponerse peor”, anuncia Silvia Domínguez, antes de proclamar el fin de su intervención en Tlacotalpan, donde Protección Civil ha terminado su trabajo, despoblándolo.
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