Los países andinos, ubicados en la zona tropical del planeta, están marcados por la Cordillera de los Andes, caracterizada por su altitud y diversos escenarios naturales que son fuentes de recursos hídricos y condiciones climáticas. Los Andes albergan decenas de zonas de vida, según el sistema de clasificación creado por el científico estadunidense Leslie Holdridge que incluye aspectos climáticos, atmosféricos e hídricos. Si esta maquinaria natural es afectada, todo cambia, y el agua es una de las piezas en riesgo, y la más vital.
En los países andinos, que conviven en un escenario de fragilidad que se agudiza cada vez más con los efectos del cambio climático, el agua se reparte de manera desigual. La mayor parte de la población vive donde el agua es escasa, y el agua llega donde hay menos gente.
En el Perú, el 70% de sus casi 30 millones de habitantes se concentra en la costa desértica y dispone de apenas 1.8% del agua de los ríos, en contraste con la disponibilidad del recurso en la Amazonia, que bordea el 98% a pesar de que alberga sólo una cuarta parte de la población del país.
En Bolivia la situación es más grave aún, sobre todo en el altiplano, que concentra a la mitad de los 10 millones de habitantes, que sólo tienen acceso a 500 m³ de agua al año. Ecuador registra la menor desigualdad hídrica entre los tres países, según el libro El agua, ante nuevos desafíos, publicado en 2009 por la organización internacional humanitaria Oxfam y el no gubernamental Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Mientras un habitante de la costa peruana dispone de 2,000 m³ de agua al año, uno del Ecuador tiene acceso a 12,000 m³.
Con el cambio climático, el ciclo hidrológico se altera y las vulnerabilidades se incrementan, coinciden los expertos.
“Menos lluvia en algunas zonas, inundaciones en otras, retroceso de los glaciares, cambios en las filtraciones de agua en el suelo y otros aspectos que revelan que los procesos, velocidades y distribución del agua se van presentando de manera diferente”, explica el ingeniero forestal peruano Carlos Alberto Llerena, profesor principal de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad Nacional Agraria de La Molina, en Lima, y fundador del Instituto de Promoción para la Gestión del Agua.
Los efectos y la incertidumbre Aunque la variabilidad climática siempre ha existido, el fenómeno del cambio climático es algo nuevo, porque acelera estos procesos naturales al punto que se vuelven inmanejables por los seres humanos y generan incertidumbre.
“Los estudios pueden mostrar algunas tendencias, pero no se sabe cuándo habrá lluvias intensas o cuándo predominará la sequía. Los indicadores, o las señas en el mundo andino, ya no funcionan”, señala Pedro Ferradas, gerente del Programa de Prevención de Desastres de la organización internacional Soluciones Prácticas-ITDG, dedicada a la difusión de tecnologías apropiadas para poblaciones de menores recursos, y coordinador de la Red Global de Organismos de la Sociedad Civil para la Reducción de Desastres en América del Sur.
La disminución de los glaciares como consecuencia del incremento de las temperaturas por el calentamiento global, generado por la emisión en exceso de gases de efecto invernadero, representa uno de los problemas más preocupantes, ya que estos nevados son fuentes de almacenamiento de agua.
Entre los países andinos, Perú es el más afectado, porque alberga el 71% de los glaciares tropicales de los Andes. Le siguen Bolivia con el 22%, Ecuador con 4% y Colombia con 3%, según el informe “Glaciares y Cambio Climático”, publicado por la Comunidad Andina en el 2007.
Los glaciares forman parte de los ecosistemas de montaña, que abarcan otras fuentes de agua y que resultan clave para garantizar la calidad y cantidad del recurso para las comunidades y las ciudades. Su importancia se constata con las cifras globales: sólo el 3% del agua que se consume en el mundo es dulce, y de ese pequeño porcentaje, 79% proviene de los glaciares, 20% representa agua subterránea y 1% son aguas superficiales.
Lo preocupante es que sólo en el Perú, en los últimos 30 años se ha perdido un 30% de la superficie de los glaciares en la Cordillera Blanca, en el centro del país, cantidad equivalente al abastecimiento de agua a Lima, la capital, por 10 años. Aunque inicialmente esta desglaciación puede significar más agua para las comunidades, lo alarmante es que son recursos no recuperables.
Y van camino a la extinción, como ocurrió con el glaciar Chacaltaya, en Bolivia, ubicado a 5,300 msnm, que el año pasado terminó de derretirse, seis años antes de lo previsto.
En Ecuador, el Cotopaxi y el Antisana ya han perdido entre 30% y 50% de su cobertura de hielo, lo cual ha puesto en peligro el abastecimiento de agua de riego para los valles centrales del país y el suministro de agua de consumo para Quito, la capital. En Colombia, ocho de sus 15 glaciares se extinguieron en los últimos 50 años, y en los restantes siete se ha evidenciado un retroceso de aproximadamente 20 metros por año en la última década.
“Pero además, en las épocas de estiaje [los glaciares] constituyen una fuente de agua fundamental para los ríos que alimentan a las ciudades y sirven de materia prima para las centrales hidroeléctricas“, informa Jorge Recharte, director del programa andino del Instituto de Montaña, dedicado a la conservación de la biodiversidad en las zonas de montaña.
Lo que sucede en las partes altas tiene repercusiones en las ciudades más pobladas. En el Perú existen 19 cordilleras nevadas, que tienen un total de 3,044 glaciares, de los cuales 1,129 están en la cuenca del Pacífico y abastecen de agua a la costa.
“El aporte de agua de estos glaciares a las cuencas dependerá del caudal y la extensión de los ríos. Por eso es importante investigar cuánto aporta cada glaciar a cada cuenca”, enfatiza Llerena.
Recharte, por su parte, sostiene que “estos ecosistemas son la infraestructura natural del agua y tienen un valor enorme, porque ahí se almacena el recurso, se regula, se conserva”.
Los páramos, enormes humedales ubicados sobre los 3,500 msnm, son parte de esta infraestructura verde de los países andinos, y regulan el ciclo hídrico. Su conservación o destrucción tiene un impacto en las zonas bajas. Todo está conectado.
Algunos de estos páramos están siendo amenazados por proyectos mineros como sucede en la región norteña de Piura, Perú, donde se desarrolla el proyecto cuprífero Río Blanco.
El agua y la minería
La minería en las cuencas hidrográficas donde se encuentra el mineral y nacen los ríos, es una actividad que debe analizarse en un contexto de cambio climático.
“¿Cómo armonizar la necesidad de agua con la explotación de minerales? Habrá circunstancias en las que se tendrá que elegir por un recurso y no se podrá compatibilizar”, asegura Llerena.
La preocupación surge por la minería a gran escala y la informal debido a los niveles de contaminación de los ríos. También por otras fuentes nocivas aportadas por los fertilizantes de la actividad agrícola.
Como parte de la solución, los expertos recomiendan la realización de estudios de hidrología e invertir en instituciones clave como unidades de glaciología, que en el caso del Perú, por ejemplo, dependen de la Autoridad Nacional del Agua del Ministerio de Agricultura, que usualmente operan con pocos recursos y personal, asegura Recharte.
Pero quizás la apuesta mayor debe ser por la adaptación ante un proceso irreversible. Ferradas resalta que en ese camino hay que rescatar los saberes de las comunidades para el almacenamiento de agua, como la construcción de lagunas artificiales.
Llerena asegura que está en marcha una transformación global en que el aspecto climático es un solo componente, al que se suman cambios en el uso de la tierra por la deforestación, en la composición atmosférica y por la pérdida de la biodiversidad. “Son procesos paralelos y que se complican uno al otro”, enfatiza.
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