El enfermero de 26 años, Roland Nikiéma, sólo precisa extender el brazo hacia unos ajados libros de contabilidad con esquinas dobladas para reunir la prueba de que su trabajo denodado está dando frutos.
Pese a que está modestamente equipado, su dispensario rural forma parte de un movimiento mundial de prestación de servicios de salud a las personas más vulnerables del mundo, y en especial los niños y niñas, con el propósito de lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio, un conjunto de metas orientadas a reducir la pobreza en todo el mundo para 2015, que fueron aprobadas por la comunidad internacional.
Un trabajo difícil
"Si comparamos la situación de enero de 2009 con la de enero de 2010, por ejemplo, las pruebas quedan a la vista", comenta Nikiéma, mientras busca a tientas entre los archivos de su modesta clínica en penumbras en Rapadama, una aldea de la región central de Burkina Faso. En este pequeño centro de salud que cuenta con apenas tres habitaciones, Nikiéma atiende las necesidades médicas de unas 10.000 personas que figuran entre las más pobres de Burkina Faso.
Todo parece conspirar contra este país sin salida al mar de 15,23 millones de habitantes al que se suele describir como "la zona cero" del cambio climático. Burkina Faso, que se extiende entre el desierto del Sahara y Côte d'Ivoire y que al sur tiene un vecino que recién ahora se recupera de una guerra civil, también sufre las consecuencias de la crisis alimentaria por la que atraviesa Níger, su vecino oriental, especialmente en lo que concierne a los aumentos de precios.
Pese al cansancio que le ha provocado haber atendido tres alumbramientos la noche anterior, Nikiéma se va entusiasmando a medida que revisa sus fichas y archivos.
"Cuando se trata de niños y niñas con diarrea, en enero de 2009 se registraron 14 casos, mientras que en ese mismo mes, pero este año, hubo sólo siete", indica. "Veamos ahora qué sucedió en materia de parásitos intestinales. Tuvimos ocho casos de parásitos en enero de 2009 y sólo tres en enero de 2010".
Cambios tangibles
Los cambios que describe Nikiéma pueden parecer minúsculos en el marco de un contexto mucho más grande, pero los datos que muestra constituyen prueba concreta de que los niños y niñas de esta apartada aldea son cada vez más saludables.
Nikiéma dice que esa mejora se debe principalmente al trabajo de dos organizaciones no gubernamentales con base en la comunidad. Se trata de CREPA, por las iniciales de Centre Régional pour l'Eau Potable et l'Assainissement, y de la ACF, Association Chant de Femmes. Ambas agrupaciones colaboran con UNICEF desde 2007 y han recibido de la Unión Europea unos 2,2 millones de dólares para financiar actividades de modificación de los hábitos sanitarios de unos 75.000 pobladores de las provincias de Ganzourgou y Gnagna. En algunos casos, esa alianza ha instalado fuentes de agua a menos de 500 metros de distancia de las viviendas de familias que nunca habían contado con ese servicio.
Nikiéma comenta que en los dos años que ha vivido en Rapadama ha sido testigo de cambios difíciles de creer. "Cuando llegué aquí, en 2008, CREPA y ACF estaban iniciando sus actividades", recuerda. "CREPA ayudaba a la población a construir letrinas, mientras que ACF brindaba a las mujeres información sobre cómo mejorar las prácticas sanitarias".
Desde entonces, los episodios de vómitos y diarreas que sufren los niños y niñas de la región han disminuido notablemente. Nikiéma comenta también que aumenta el número de mujeres que acuden a su clínica para dar a luz y vacunar a sus bebés. En la región han surgido también agrupaciones dedicadas a informar y educar a las mujeres, que ofrecen ámbitos en los que se debaten abiertamente los problemas de la salud que interesan a ese sector de la población.
Apoyo fundamental a las mujeres
Ida Ouandaogo es una socióloga que coordina el programa de saneamiento ambiental de CREPA en Ganzourgou. En los últimos tres años, la labor de CREPA, que funciona en 17 países de África occidental y central, ha hecho posible que 8.000 familias construyeran sus propias letrinas en la zona en que se pone en práctica el programa de manera experimental. Se trata de 5.000 familias más que las que habían previsto inicialmente los organizadores del proyecto. Ouandaogo afirma que el éxito del programa conjunto de la Unión Europea y UNICEF se debe al amplio apoyo con que cuenta.
"En los programas de este tipo, resulta muy importante tener respaldo moral de los dirigentes tradicionales, los alcaldes y sus asesores", explica Ouandaogo.
Sin embargo, aclara que el elemento fundamental, el componente que impulsa el proyecto, es la movilización de las mujeres. "Después de todo, son ellas las que, además de obtener agua y preparar los alimentos, están a cargo de la crianza de los niños", añade Ouandaogo.
Esas son las tareas que realiza todos los días Assèta Ilboudo, una madre de cuatro hijos de la aldea de Salogo. Ilboudo es también una de las casi 700 personas que trabajan en la construcción de letrinas en Ganzourgou y Gnagna tras haber recibido capacitación en albañilería de CREPA. Pese a que la mayoría de los albañiles son hombres, la aldea de Salogo, donde hay una mujer al frente de la alcaldía, aceptó que Ilboudo aprendiera un oficio que tradicionalmente desempeñan los hombres.
Unos avances emocionantes
Aunque el proyecto que se lleva a cabo en Ganzourgou y Gnagna tiene carácter innovador, Jean-Paul Ouédraogo, Oficial de Agua y Saneamiento de UNICEF, advierte que sólo constituye un pequeño triunfo en un país aquejado de "una situación profundamente preocupante en materia de saneamiento ambiental y suministro de agua potable, además de altas tasas de crecimiento demográfico y mortalidad en la infancia".
Burkina Faso se ha impuesto el objetivo de suministrar saneamiento ambiental al 54% de su población y agua potable al 76% de las viviendas en 2015.
"Aunque estamos muy cerca de lograr nuestra meta en materia de acceso al agua potable, estamos muy atrasados con respecto a los objetivos de suministro de agua potable", explica Ouédraogo. "A nivel nacional hemos logrado avances, aunque si tenemos en cuenta el saneamiento ambiental en las zonas urbanas y rurales, dudo que la tasa de acceso que hemos alcanzado llegue al 10%".
Y eso no es todo, porque según Ouédraogo, queda aún mucho por hacer. "Concienciar a la población requiere que uno demuestre responsabilidad", explica. "Si uno le enseña a la población las ventajas que conlleva el uso de letrinas, uno debe asegurarse de que será posible seguir construyendo y dando mantenimiento a esas instalaciones en los años por venir".
El dispensario médico de Rapadama aún no cuenta con electricidad. Para cubrir las heridas se emplean vendas cortadas a mano, para evitar el desperdicio de un sólo centímetro de gasa. Nikiéma rara vez puede dormir toda la noche, ya que con frecuencia debe levantarse para atender alumbramientos. Sin embargo, su optimismo y las estadísticas alentadoras que descubre en sus fichas de archivo le empujan a seguir adelante, a combatir los incesantes casos de paludismo y neumonía que normalmente terminarían agobiando a doctores en medicina mucho más jóvenes que él. Nikiéma siente verdadera pasión por lo que hace y por los avances que ve.
"La situación no cesa de mejorar", explica. "Es muy emocionante poder participar en esto".
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