El mundo de la producción suele quedar tironeado entre los ecologistas a ultranza que defienden la preservación absoluta de los recursos naturales, y los emprendimientos en manos de depredadores que justifican el fin contable por cualquier medio que lo procure. Ni unos ni otros encarnan criterios aceptables.
El informe de “agua virtual” publicado por El Litoral revela que se usa el equivalente al 2 % del caudal del Paraná en un año, para elaborar los 13 productos que se exportan desde Santa Fe en un período similar. El problema no es exportar el vital elemento contenido en la huella hídrica de los productos; la verdadera dificultad sería no tener el recurso.
En Libia, un acuífero más extenso que el Guaraní está tapado bajo las arenas del desierto. Allí la riqueza del agua subterránea es inmensa, pero no hay suelo, tecnología ni asentamiento humano que pueda aprovecharla. Ese escenario contrasta con nuestro litoral fluvial, que dispone del vital elemento a nivel superficial, sin necesidad de perforar la tierra y con la ventaja de la vecindad inmediata con los suelos fértiles, incluso los más prolíficos del planeta, y con el propio río como vía de transporte.
No hay industrias ni agricultura, como no hay vida sin agua. Pensar en los valores más elementales de la existencia y el desarrollo supone poner a Santa Fe y a sus vecinos regionales en una posición de privilegio, para atraer inversiones sustentables y procurar un inmenso desarrollo.
China incorporará 600 millones de habitantes a sus ciudades en una década; la India pasará de 1.100 a 2.000 millones de habitantes en 40 años, sólo por poner un par de ejemplos. Santa Fe, como todo el litoral fluvial argentino, tiene condiciones superlativas para proveer al mundo, incluso agregando valor fabril a sus productos primarios.
De la misma manera que se exporta agua con cada producto líquido o seco que sale de la región, también hay exportación “virtual” de los minerales que salen del suelo con cada cosecha. Los productores de la región pagan por reponer nutrientes, pero, a diferencia de la explotación de petróleo -que no es renovable-, Santa Fe no recibe las regalías prescriptas por la Constitución para la explotación de sus recursos naturales.
La tensión entre preservadores y depredadores es involutiva si se plantea a ultranza. El desafío de la política y el Estado es poner razonabilidad a la ecuación, para que el recurso sea sustentable y provea un derrame efectivo y equitativo a las personas que habitamos y trabajamos en Santa Fe y en toda la región fluvial del país.
Agua, suelo, capacidad humana y mercados están a disposición. Nadie está condenado al éxito por la sola sumatoria de los elementos necesarios; pero sólo una torpeza deliberada podría gestionar el fracaso ante tales circunstancias.
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