¡Cuánto cuesta a los provincianos resistirnos a la atracción rutilante de la hermosa Buenos Aires! Más allá las causas generadoras del gigante fenómeno, ese pedazo de suelo argentino ejerce predominio desde los primeros años de la independencia, encandilando a todo transeúnte que posa sus pies en suelo porteño.
La cultura, la riqueza, la organización nacional, concretamente la vida argentina giró siempre en torno a la esplendente ciudad metropolitana alumbradora del porteño que creció sintiendo que Buenos Aires era la Argentina, consustanciado con su petulancia, su conocido ego y enaltecida grandilocuencia, receptor de definiciones erróneas desde el extranjero cuando por su imagen se califica al ser argentino en general, al punto que hasta Julián Marías le confundió en ese todo sin advertir la distancia abismal que diferencian al porteño del habitante del interior. Éste puede ser el sello característico del habitante de un determinado espacio geográfico. Lo que es lamentable en el análisis de las conductas deviene al observar que a lo largo de la historia los representantes del interior cada vez que llegaron a la tarima del gobierno de la nación, pensaron en porteño. Casi como una constante -salvo honrosas excepciones- es poco lo que se puede agradecer a los cientos de representantes sanjuaninos de sus pasos por los escaños del congreso y la función pública nacional. Sin embargo, en esa notable ausencia de gestión para la provincia, se les suele observar apasionadamente involucrados en problemáticas sujetas a la gran urbe. De esta triste realidad de la historia no ha sabido nutrirse el interior a pesar de la mayoría cuantitativa en el seno del gran debate, proclive a ceder ante el espejismo manifiesto de distintas praxis escandalosas y de dominio público, a veces inconfesables.
Presa de una profunda contradicción y en torno a un consentido y eterno privilegio, la subsidiada Buenos Aires fraguó la equidad en la distribución del capital de todos, y hoy pretende moralizar desde un espacio caído que le ha convertido en la ciudad de mayor contaminación ambiental del país al extremo de perturbar esencialmente la cimiente ética. Toda cuenca que lleva a la vida está contaminada en la exuberante Ciudad del Plata, desde sus aguas turbias y su espesa atmósfera, lo que incide fatalmente en todo ser que camina el fangoso suelo porteño. El impacto ambiental del Riachuelo es 4.000 veces superior al de una papelera. Sus representantes miran con desdén e irresponsable indiferencia el gravísimo problema que se genera en la cuenca Matanza-Riachuelo por los más de 100 mil metros cúbicos de desechos industriales que diariamente se vierten a su lecho por sedimentos perniciosos de las más de 3.500 fábricas instaladas en un espacio de 64 kilómetros. Aguas que pudiendo ser transparentes y saneadas para la vida, son sinónimo de muerte por su extremada contaminación, impidiendo la pesca y el baño de personas.
Es sabido que sólo el 3% de las fábricas que contaminan tienen instalados procesos de depuración pero esto no alarma ni llama la atención a sus arrojados defensores de aguas y glaciares en zonas desconocidas para ellos, con la duda que genera la mira de la paja en el ojo ajeno sin advertir la viga en el propio. ¿Sabrán estos señores que en la zona ribereña el 35% carece de la red de agua potable y el 55% no tiene cloacas, a tal punto que los ríos de la cuenca citada reciben 400 mil metros cúbicos de aguas residuales domésticas, aguas que riegan la vida de alrededor de seis millones de pobladores circundantes?
La ironía es que éstos señores de la Metrópoli consumen "agua potable" de dudosa calidad ya que su población se nutre, en su mayoría, del Río de la Plata, corriente que transporta efluentes cloacales y de la industria. La hepatitis, enfermedades respiratorias y de la piel son típicas en vecinos de esta cuenca por los elevados índices de contaminación. La gravedad de este drama alcanza ribetes sorprendentes ya que las filtraciones que comunica al Riachuelo y los basurales con las napas freáticas sumados a billones de pozos ciegos del área dan como resultado espantoso que hasta el agua de pozo está contaminada por las filtraciones comunicantes. Resulta curioso, pero: ¿Cómo dar crédito al interés y desmedido empecinamiento puesto de manifiesto por legisladores que no han sabido preservar su medio ambiente ni su hábitat y desde la ciudad más contaminada y sucia del país pretenden erigirse en cuidadores y salvadores de lo ajeno? No es generosa su pretensión. La autoridad intelectual y política requiere de la autoridad moral. Esta realidad insoslayable nos otorga el derecho a descreer en las buenas intenciones. En esa desconfianza no se debe permitir que se entremezclen en la autonomía provincial, labor fundamental de las provincias en defensa de sus aguas, en virtud de principios constitucionales y ante la falsa redención.
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